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23 diciembre 2022

Por qué los productos verdes ya no existen

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A estas alturas ya difícilmente necesitamos que alguien nos aclare cuáles son las opciones más ecológicas y sostenibles para una amplia gama de productos y servicios: una bolsa reutilizable es preferible a otra de plástico desechable, un coche eléctrico a uno convencional, el teletrabajo a los desplazamientos, luces LED a las tradicionales, reciclar a no hacerlo y, en general, todo aquello que exhibe algún tipo de proclama o etiqueta ambiental frente a lo que no. Pero existe el peligro de sobrecomprar la idea: nada de lo que consumimos tiene un coste ambiental cero. Y en el fracaso de esas promesas verdes podemos ser cómplices con nuestros propios hábitos.

Hoy es rara la compañía que no se apunta a las proclamas ecológicas; en todo el mundo existen ya más de 400 etiquetas medioambientales presentes en toda clase de productos y servicios, desde un lápiz hasta un préstamo financiero. Y se comprende esta profusión: según la Comisión Europea (CE), el mercado global para los productos y servicios ecológicos y bajos en carbono es de 4,2 billones de euros. Las compañías son conscientes de esta demanda y los inversores se multiplican.

El engañoso coste ambiental de las bolsas de un solo uso

Pero más allá de la veracidad de las proclamas corporativas o del significado de las etiquetas, incluso las ideas que tenemos sobre las alternativas sostenibles o ecológicas tienen sus matices. Si pensamos en un ejemplo de sustitución masiva de un producto por razones medioambientales, uno de los primeros casos que sin duda nos viene a la mente es el de las bolsas de plástico. Desde que en 2002 Bangladés fuera el primer país en prohibirlas, 127 de 192 países han tomado medidas contra las bolsas de plástico ligero de un solo uso, fabricadas con polietileno (PE) de alta o baja densidad (HDPE y LDPE, respectivamente) a partir del petróleo, que raramente se reciclan, pueden tardar cientos de años en descomponerse y son una fuente de contaminación plástica y microplástica.

Y, a pesar de todo ello, los estudios coinciden: de todas las bolsas que podemos utilizar —las PE, las de plástico reutilizables, las de tela de algodón o las de papel—, la de plástico de un solo uso es la que tiene menor coste ambiental si se considera todo el ciclo de vida, desde la materia prima al desechado final. Según un estudio de la agencia ambiental de Reino Unido, la huella de carbono de una bolsa de papel casi triplica la de otra de HDPE, la de plástico reutilizable de polipropileno (PP) la multiplica por 11, y la de algodón se sale de la escala.

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De todas las bolsas que podemos utilizar, la de plástico de un solo uso es la que tiene menor coste ambiental si se considera todo el ciclo de vida. Crédito: Wikimedia Commons.

El motivo de estos resultados contrarios a lo que creíamos saber es que la bolsa de un solo uso es la que requiere menos material y energía. Pero naturalmente, la balanza se inclina en favor de las reutilizables por sus múltiples usos, aunque conviene saber cuántos son necesarios para que compensen. Según el mismo estudio, para reducir la huella de carbono por debajo de las desechables, una bolsa de papel debe usarse cuatro veces, 14 en el caso de la de PP y 173 para la de algodón. Otro estudio danés elevaba estas cifras a 43 usos para la bolsa de papel, 37 para las de PP y nada menos que 7.100 usos para la de algodón, 20.000 si es orgánico; estas dos cifras tan abultadas incluían un daño a la capa de ozono que no se corresponde con todas las explotaciones de algodón. A ello se suma el mayor coste de producción del algodón orgánico, lo que en contra de lo que pudiera parecer penaliza estos cultivos en su huella de carbono.

Reutilizar para compensar la huella de carbono

Pero con independencia de las cifras variables, el mensaje es claro: la clave es la reutilización. Si una estas bolsas desechables pudiera usarse tantas veces como una de las reutilizables, sería la opción más ecológica. Y por lo mismo, si una bolsa reutilizable se nos rompe después de unos pocos usos, el impacto ambiental será mayor que si hubiéramos empleado una desechable. Es más, si una bolsa desechable se reutiliza una sola vez, aunque sea para tirar la basura, aumenta el número de veces que es necesario reutilizar cualquiera de las otras para que la huella de carbono de estas sea menor.

Según un estudio de dos investigadoras de la Universidad de Michigan, las pajitas de bambú para beber y las bolsas para bocadillos de silicona o de algodón encerado, todos ellos productos reutilizables, nunca llegan a reducir el impacto ambiental de sus equivalentes desechables debido a los lavados necesarios. “No siempre asumas que lo reutilizable es la mejor opción”, advierte Shelie Miller, directora del estudio y experta en sostenibilidad.

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Muchos productos reutilizables, como las bolsas de silicona, no llegan a reducir el impacto ambiental de sus equivalentes desechables debido a los lavados necesarios. Crédito: Wikimedia Commons.

La compensación de la huella de carbono a través del uso repetido es también la clave de otros productos que consideramos verdes: tanto la fabricación como el desguace de un vehículo eléctrico o híbrido tienen un coste ambiental mayor que los de uno convencional, sobre todo debido a la minería de los materiales de las baterías y a su desechado o reciclaje al final de su vida útil. Así pues, el impacto del coche eléctrico o híbrido debe compensarse a lo largo de su uso, pero no existe una estimación única del número de años que debe utilizarse para ello, ya que depende de si la electricidad que se usa para su recarga procede de fuentes limpias y renovables o no; en Reino Unido se calculó que el periodo necesario era de dos a seis años.

La nueva etiqueta: “verde neto”

Y abundando en la misma idea, dado que los dispositivos y las tecnologías digitales tienen un gran impacto climático en su fabricación y uso, un e-reader —dispositivo para leer libros electrónicos o e-books— tiene una huella ambiental mayor que un libro tradicional, incluso teniendo en cuenta la madera necesaria para fabricar el papel. Pero el primero puede almacenar miles de ejemplares, por lo que su impacto se compensa. Las estimaciones varían mucho, pero una cifra media sería de entre 13 y 30 libros leídos en un e-reader para compensar su huella de carbono respecto a esos ejemplares en papel, o entre 5 y 9 libros al año. En palabras de Pierre-Olivier Roy, consultor de The International Reference Centre for the Life Cycle of Products, Processes, and Services (CIRAIG) de Montreal, “si lees un número limitado de libros, probablemente el de papel limitará tus emisiones de gases de invernadero. Pero para lectores empedernidos, los e-books tienen una huella de carbono menor”.

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Un e-reader tiene una huella ambiental mayor que un libro tradicional, incluso teniendo en cuenta la madera necesaria para fabricar el papel. Crédito: Felipe Pelaquim.

Ni siquiera los paneles fotovoltaicos de energía solar, que suelen considerarse el santo grial de la transición energética verde, están exentos de impacto ambiental. Sin embargo, la huella de carbono de su fabricación se compensa a los tres años de operación si se compara con la electricidad generada por centrales de carbón.

En resumen, y como escribían en Stanford Social Innovation Review los expertos en sostenibilidad Trevor Zink y Roland Geyer, “no existe algo como un producto verde”. En su lugar, proponen el concepto de “verde neto”, que calcula el balance de su impacto medioambiental considerando todos los factores implicados. Pero advierten del riesgo del efecto rebote, por el cual estos productos pueden aumentar el consumo; por ejemplo, cambiar a un coche híbrido y utilizarlo más que el anterior porque gasta menos. El consumismo verde no es la solución (ver recuadro). Según Shelie Miller, la prioridad debe ser el consumo responsable; no centrarnos solo en reutilizar y reciclar, sino también en consumir menos.

El consumismo verde, parte del problema

Los consumidores quieren productos verdes, aunque no siempre los compren. Economistas y especialistas en consumo y marketing exploran las maneras de atraer al consumidor hacia el mercado verde, sugiriendo a las compañías medidas como utilizar la influencia social, formar buenos hábitos, educar al cliente… Se dice que un obstáculo esencial en este camino es el mayor precio del producto verde. Pero la consultora Kearney afirma que las compañías están saboteando la sostenibilidad al inflar los precios artificialmente. Según la Comisión Europea, las grandes multinacionales Xerox y Zara ahorraron respectivamente 400 millones de dólares y 500 millones de euros cuando rediseñaron sus productos para reducir el impacto ambiental de su ciclo de vida. Así que no parece que el sobreprecio esté siempre justificado.

Y sin embargo, algunos expertos advierten: no tan deprisa. El producto verde puede llevar a un sobreconsumo que anule el beneficio ambiental conseguido. Uno de los mecanismos es el efecto rebote; por ejemplo, las luces LED son más ecológicas que las tradicionales incandescentes o fluorescentes. Pero según los estudios, el abaratamiento de la iluminación por esta tecnología ha disparado el consumo, y algo similar ha ocurrido en otros sectores de actividad cuando ha mejorado la eficiencia.

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El producto verde puede llevar a un sobreconsumo que anule el beneficio ambiental conseguido, como ocurre con las luces LED. Crédito: Wikimedia Commons.

El efecto rebote tiene una causa económica, pero también el consumismo verde puede venir motivado por la idea errónea de que los productos ecológicos no tienen impacto ambiental, y que por tanto no hay daño en consumir más. Según el Foro Económico Mundial, cuando los consumidores saben que tienen la opción del reciclaje, tienden a aumentar el consumo. De ahí que los expertos planteen un llamamiento a la necesidad de enfriar el consumo, comprando responsablemente solo aquello que vayamos a utilizar —el 40% de la ropa que se compra no llega a estrenarse, y la tercera parte de los alimentos que se producen acaba en la basura— y fomentando la reutilización y el mercado de segunda mano en todo aquello que lo admita, incluyendo libros, prendas de vestir o dispositivos electrónicos.

Javier Yanes

@yanes68 

 

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