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28 octubre 2022

El lado oscuro del reciclaje

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Solo los más mayores hoy recordarán una época en que no existían los plásticos de un solo uso. Los alimentos se compraban frescos y se envolvían en papel encerado o de estraza. Se consumía papel, pero los periódicos se reusaban para envolver los bocadillos o encender fuego. Las botellas de vidrio se devolvían para rellenarse. Después llegó la sociedad del usar y tirar, con sus cómodos avances de botellas no retornables y envases desechables. Pero hoy el mundo genera 3,5 millones de toneladas de basura al día, 10 veces más que hace un siglo, mientras que la población ha crecido menos de cinco veces; para final de siglo el ritmo de producción de basura se habrá triplicado. Es evidente que necesitamos reciclar, una práctica que comenzó a instalarse de forma organizada a finales del siglo XIX. Pero más allá de lo evidente, quizá no lo sea tanto qué papel juega el reciclaje en otros frentes medioambientales: ¿ayuda a mitigar el cambio climático? ¿Hasta qué punto es una práctica sostenible?

Aunque quizá pensemos en el reciclaje de los residuos como una práctica reciente, ligada a la moderna preocupación medioambiental, en realidad ha sido históricamente un recurso útil motivado por la escasez de la materia prima. Dado que en tiempos pasados la basura se restringía a poco más que restos de comida, no había mucho que reutilizar. Pero sí había algo: el papel y los metales. Estos se fundían para fabricar nuevos utensilios, mientras que el papel se reciclaba en Oriente al menos desde tiempos medievales. En el siglo XVII comenzó a hacerse en Europa y EEUU, donde se aprovechaban los viejos harapos de tela para crear papel nuevo. 

BBVA-OpenMind-Yanes- lado oscuro reciclaje_1 Cada año el mundo genera 400 millones de toneladas de desechos de plástico, y aunque se recolecta el 15%, según la OCDE solo el 9% acaba reciclado. Crédito: Nick Fewings
Cada año el mundo genera 400 millones de toneladas de desechos de plástico, y aunque se recolecta el 15%, según la OCDE solo el 9% acaba reciclado. Crédito: Nick Fewings

La industrialización impulsó el reciclaje, y en 1874 nacía en Baltimore el primer programa organizado de separación selectiva de residuos, precursor de los que conocemos hoy. La precariedad de materiales durante las dos guerras mundiales fomentó el aprovechamiento de los residuos. En 1970, con la celebración del primer Día de la Tierra el 22 de abril —inspirado por un gran vertido de petróleo en la costa de California el año anterior—, el reciclaje se convirtió en una iniciativa global bajo el emblema de las tres flechas formando un triángulo, que representan las tres “R”: reducir, reutilizar, reciclar.

Fue también por entonces cuando los plásticos desechables comenzaban a imponerse. Los primeros polímeros de este tipo se habían inventado en el siglo XIX, y a lo largo del XX su uso fue extendiéndose a innumerables usos. En la década de 1950 ya se publicitaban los productos de usar y tirar —platos y vasos de papel, bandejas de hoja de aluminio y cubiertos de plástico— como un avance que ahorraba trabajo en el hogar, y en los 70 se extendieron las bolsas de un solo uso. El estilo de vida de usar y tirar triunfaba. Pero al mismo tiempo crecía la conciencia sobre la contaminación debida a los plásticos, casi indestructibles en la naturaleza. La primera planta de reciclaje mecánico del plástico no abrió hasta 1972, en Pensilvania.

El plástico, la asignatura pendiente

Hoy el reciclaje está extendido por el mundo. El papel, el metal y el vidrio se reciclan en proporciones considerables; el primero alcanza una tasa de reciclaje del 68% en EEUU (el 91% en el caso del cartón) y suma la mitad del peso de todos los materiales reciclados, según el Foro Económico Mundial (FEM). El vidrio no llega a estas tasas, con solo un tercio reciclado de todo el que se desecha. La ventaja del aluminio y el vidrio, a diferencia del plástico, es que pueden reciclarse indefinidamente para crear nuevos productos sin pérdida de calidad. Por otra parte, la categoría de residuos que más crece, según el FEM, es la llamada basura electrónica o e-waste, que vierte numerosos contaminantes al medio y de la cual actualmente solo se recicla el 17%. Otro capítulo a menudo olvidado son los alimentos, a pesar de que representan la mayor cantidad de basura en el mundo. La comida puede reciclarse mediante compostaje, pero globalmente se desperdicia el 40% de lo producido, y estos residuos generan el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).

 

La categoría de residuos que más crece, según el FEM, es la basura electrónica o e-waste y de la cual actualmente solo se recicla el 17%. Crédito: Rwanda Green Fund

La gran asignatura pendiente es sin duda el plástico, cuyo reciclaje continúa siendo muy minoritario. Cada año el mundo genera 400 millones de toneladas de desechos de plástico, el doble que hace dos décadas; y aunque se recolecta el 15%, según la OCDE solo el 9% acaba reciclado, ya que no todos los plásticos son reciclables e incluso a veces se etiquetan como tales los que no lo son. Por ejemplo y según Greenpeace, en EEUU siete tipos de plástico se etiquetan como reciclables, pero solo lo son dos de ellos, el PET y el HDPE. El resto del plástico que no se recicla acaba en vertederos (50%), incinerado (19%) o directamente arrojado al medio ambiente (22%), pero estas son cifras globales: mientras que en los países ricos la gran mayoría de lo no reciclado se acumula en vertederos, en los países emergentes y en desarrollo la proporción que queda contaminando la naturaleza es igual o mayor. 

Como consecuencia, solo el 6% de la producción total de plástico procede de material reciclado, una proporción que se ha mantenido constante porque, si bien la cantidad se ha cuadruplicado en lo que llevamos de siglo, también lo ha hecho el consumo total de plásticos. A diferencia del vidrio o el aluminio, el plástico reciclado se degrada y no sirve para fabricar productos equivalentes, sino otros distintos que a menudo acaban en la basura, por lo que aún no existe una circularidad real. Aún más, una gran cantidad del plástico desechado en los países ricos se exporta a Asia o África para su reciclaje, pero nunca se recicla. En términos de GEI, la OCDE estima que los plásticos son responsables del 3,4% de las emisiones globales.

La huella de carbono de reciclar

Pero ¿qué aporta el reciclaje en términos de GEI? La producción de metal o vidrio procedente del reciclaje es más barata y consume mucha menos energía que la fabricación a partir de materia prima, lo cual conlleva una reducción de las emisiones. La Agencia de Protección Ambiental de EEUU (EPA) estima que fabricar una lata de aluminio reciclado ahorra el 95% de la energía necesaria para hacerla con material virgen, un 75% en el caso del acero, un 40% para el papel y un 23% para el vidrio.

BBVA-OpenMind-Yanes- lado oscuro reciclaje_3 Fabricar una lata de aluminio reciclado ahorra el 95% de la energía necesaria para hacerla con material virgen. Crédito: Rui Matayoshi
Fabricar una lata de aluminio reciclado ahorra el 95% de la energía necesaria para hacerla con material virgen. Crédito: Rui Matayoshi

Sin embargo, la situación es diferente en el caso del plástico: aunque la EPA sostiene que fabricar con plástico reciclado ahorra un tercio de la energía del material nuevo, según el FEM “en muchos casos el reciclaje del plástico es más costoso y requiere más energía que crear plástico de materia prima, lo que contribuye a las bajas tasas de reciclaje”. La razón es que el proceso de reciclaje comprende varios pasos para extraer tintes, aditivos y otras sustancias, algo que no ocurre con el aluminio o el vidrio. Paradójicamente, aunque reciclar el plástico ahorra emisiones respecto a incinerarlo, en cambio genera emisiones que no se producen si no se recicla.

Otro enfoque es considerar cuántas emisiones de GEI ahorra nuestra actividad de reciclaje como consumidores. Y en este sentido, por desgracia las cifras no son impresionantes. En 2017 un estudio de la Universidad de Lund (Suecia) comparó el ahorro de emisiones de GEI de distintas acciones individuales, separándolas en las de alto impacto, moderado o bajo. Los resultados revelan que reciclar tiene solo un impacto moderado; su ahorro anual de emisiones es cinco veces menor que usar un coche más eficiente, o equivalente al de lavar las prendas en agua fría o colgarlas para secar en lugar de utilizar una secadora. Algunos expertos llegan a considerar que el reciclaje no figura entre las medidas de mayor prioridad contra el cambio climático, o que el énfasis excesivo en la contaminación plástica distrae de otras acciones climáticas mucho más perentorias

La cara b del reciclaje

Por todo ello y si bien aumentar el reciclaje seguirá siendo imprescindible para atajar la polución, conservar los recursos y reducir la extracción y el uso de combustibles fósiles, los expertos advierten contra el error de pensar que esta vía es la principal aportación en nuestros hábitos de consumo contra la crisis climática: “Los consumidores se sienten más cómodos gastando una mayor cantidad de un material cuando, para desecharlo, tienen la opción del reciclaje”, valora el FEM. Una investigación de los medios públicos estadounidenses NPR y PBS descubrió que las grandes petroleras han estado alentando el reciclaje, incluso si nunca llegaba a producirse, con el fin de alejar de la mente de los ciudadanos el problema de la contaminación plástica; algo que se ha tachado de greenwashing.

Actualmente proliferan las medidas como la prohibición de los plásticos de un solo uso, y los expertos demandan una mejora en la eficacia de los sistemas de reciclaje. Pero incluso si se cumplen todos los compromisos actuales de industrias y gobiernos, la organización no gubernamental The Pew Charitable Trusts calcula que en 2040 el volumen anual de plástico vertido a los océanos solo se habrá reducido un 7%. Tampoco es una solución ceñirnos a los plásticos biodegradables; un estudio descubrió que las bolsas etiquetadas como tales todavía podían usarse después de tres años expuestas al medio ambiente, a lo que se une el problema de la generación de microplásticos contaminantes.

Numerosas investigaciones buscan alternativas al plástico, incluyendo el reciclaje químico para convertirlo en combustible. Pero los expertos insisten en poner el acento en las otras dos “R”, reducir y reutilizar, a las que se añade otra más: rehusar, o rechazar el plástico y otros materiales desechables en la medida en que nos sea posible (ver recuadro), además de consumir con responsabilidad y comprar solo los alimentos que realmente vayamos a usar. Solo una combinación de todo ello nos permitirá llegar allí donde el reciclaje por sí solo no puede hacerlo.

De dos kilos de basura al día a un cuarto de litro al año

No todos los humanos producimos la misma cantidad de basura; obviamente, depende del nivel de renta, nuestro y de nuestro país, pero también juegan factores culturales y de organización de las sociedades: Japón produce una tercera parte menos de basura por persona que EEUU, a pesar de que sus niveles de renta son similares. Según la EPA, cada estadounidense genera una media de algo más de 2 kilos de basura al día. Curiosamente, la mayor proporción es papel, un 23%, seguido de restos de comida, un 21%. El 12% es plástico, casi un 9% metal, y el vidrio un 4%.

En diversos países existen tasas de basuras, pero es natural preguntarse si en muchos casos esto no es otro greenwashing, un pretexto para cobrar más impuestos; por ejemplo, en España se aplica en numerosas poblaciones, pero o bien es fija o bien se calcula por parámetros como el tamaño de la vivienda, la zona en la que está o algo tan arbitrario como el consumo de agua. Todo ello no incentiva la generación de menos residuos ni premia a quien los reduce.

Reducir y reutilizar son medidas de mayor impacto contra el cambio climático que el reciclaje, que perpetúa el consumo y el aumento sin fin de la basura. Crédito: Nareeta Martin

No pocos expertos se decantan por reducir y reutilizar como medidas de mayor impacto contra el cambio climático que el reciclaje, ya que este perpetúa el consumo y el aumento sin fin de la basura. Por ello y entre las muchas iniciativas medioambientales actuales crece un movimiento de “basura cero”. Algunos de sus participantes alcanzan el increíble objetivo de limitar la basura no reciclable ni compostable de todo un año a lo que cabe en un tarro de un cuarto de litro. Una activista contaba a National Geographic que además ahorra 5.000 dólares al año comprando alimentos frescos a granel y fabricando sus propios limpiadores y desodorantes.

Todo esto podrá parecer demasiado extremo y radical, especialmente si además la autoproducción va arropada en un discurso quimiófobo que no se corresponde con la realidad científica. Pero para quien quiera avanzar en sus primeros pasos hacia la basura cero, las medidas más inmediatas son obvias, como cambiar a bolsas, botellas y envases reutilizables, o volver a los pañuelos de tela y a las toallas en lugar de toallitas. Hoy también existe una multitud de fuentes y recursos, desde blogs hasta cada vez más comercios que aplican esta filosofía. Y por supuesto, aún están nuestros mayores para enseñarnos cómo era aquello de vivir sin usar y tirar.

Javier Yanes

@yanes68 

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