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25 marzo 2022

La agricultura ecológica, no siempre tan ecológica

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En 1964, el bioquímico y autor de ciencia ficción Isaac Asimov pronosticaba que a comienzos del siglo XXI nuestra nutrición se basaría en comida precocinada, y que únicamente reservaríamos un pequeño rincón en la cocina para preparar algún plato cuando vinieran visitas. No pudo equivocarse más: en lugar del alejamiento de la naturaleza que Asimov vaticinaba, el nuevo siglo ha traído la tendencia opuesta, la vuelta a lo natural, con el consumo de alimentos orgánicos como uno de sus principales estandartes. Y a pesar de que existe controversia sobre si estos productos son realmente más sanos o nutritivos que los convencionales, algo que nadie negaría es que son más ecológicos. Pero, ¿lo son?

Incluso en este caso, la realidad parece ser más compleja que las apariencias. Salvando las diferencias debidas a la regulación que cada país puede establecer sobre qué se considera un alimento de producción orgánica (lo que se conoce también como producción ecológica), en general se diría que el impacto medioambiental de estos productos debería ser menor debido a que no se emplean pesticidas sintéticos (o químicos, en el lenguaje común).

La palabra clave es “sintéticos”; en contra de lo que una inmensa mayoría de los consumidores de estos productos entiende, la agricultura orgánica sí emplea pesticidas, si bien deben ser asimismo orgánicos. Pero como han advertido algunos expertos, los pesticidas naturales no necesariamente son menos tóxicos o perjudiciales que los sintéticos (ver recuadro al final del artículo). Y dado que a menudo deben emplearse en cantidades mayores, su impacto ambiental puede ser superior al de los convencionales, como reveló en 2010 un estudio de la Universidad de Guelph (Canadá) que comparó el uso de insecticidas sintéticos y orgánicos en el cultivo de la soja.

Impacto ambiental de las granjas orgánicas

La contaminación de los suelos no es el único aspecto en el que la producción orgánica puede incumplir su promesa de sostenibilidad. En 2012, investigadores de la Universidad de Oxford (Reino Unido) analizaron 71 estudios previos para comparar el impacto ambiental de las granjas orgánicas y las convencionales. Los resultados indicaban que las explotaciones ecológicas generalmente acogen un 30% más de biodiversidad y su huella ambiental es menor por unidad de tierra, pero en cambio no siempre es así por unidad de producto: mientras que el ganado vacuno y el cultivo de la aceituna son más respetuosos con el medioambiente en sus versiones orgánicas, en cambio el ganado porcino, la leche y los cereales generan más gases de efecto invernadero (GEI) por unidad de producto que sus equivalentes convencionales.

En el nuevo siglo se ha vuelto a lo natural, con más consumo de alimentos orgánicos. Crédito: Alanthebox

Según la directora del estudio, Hanna Tuomisto, “mientras que algunas prácticas de producción orgánica tienen un impacto ambiental menor que las convencionales, los datos publicados sugieren que otras son en realidad peores para algunos aspectos del medioambiente”. La investigadora señala que “la gente debe percatarse de que una etiqueta de orgánico no siempre es una garantía del producto más respetuoso con el medioambiente”.

Uno de los factores que elevan el coste ambiental del producto ecológico es que debe ocuparse más tierra para generar el mismo volumen de alimento, debido al menor uso de fertilizantes. Esta necesidad de dedicar una mayor extensión a la producción agrícola implica una deforestación que reduce la capacidad de almacenamiento de carbono en los suelos. El efecto final es un aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero responsables del cambio climático.

Los cereales ecológicos generan más gases de efecto invernadero por unidad de producto que sus equivalentes convencionales. Crédito: hfossmark

Este efecto queda de manifiesto en un estudio publicado en 2018 en la revista Nature. Los autores analizaron dos cultivos concretos en Suecia, llegando a la conclusión de que los guisantes orgánicos tienen un impacto climático un 50% mayor que los convencionales, mientras que esta diferencia aumenta hasta casi el 70% en el caso del trigo.

Suelos con menos carbono

La principal novedad del estudio radicaba en que los autores desarrollaron una metodología estandarizada para medir el coste de oportunidad de la tierra en términos de almacenamiento de carbono. Investigaciones anteriores habían comparado las emisiones directas de gases de efecto invernadero en la producción orgánica y la convencional, pero según los autores, suele subestimarse el efecto indirecto debido a los usos alternativos del suelo si no se dedicara a la agricultura.

Los autores apuntan que, gracias al comercio internacional, este efecto se transmite de unas regiones a otras. “La agricultura siempre usa tierra”, dice a OpenMind el director del estudio, Timothy Searchinger, de la Universidad de Princeton (EEUU). “Si hay una producción menor en una hectárea de tierra, entonces para producir la misma cantidad necesitas tener más tierra produciendo en otro lugar, y esto implica que la tierra va a almacenar menos carbono”, apunta Searchinger. “Si estás en un país que no está deforestado, también la producción de alimentos tiene que venir de algún lugar”.

A su vez, este coste ambiental de la agricultura orgánica se transmite a la ganadería. Sin embargo, los autores aclaran que cada producto es un caso particular, y que por tanto las opciones ecológicamente más responsables consisten en la elección de alimentos concretos: “Por ejemplo, comer pollo o alubias orgánicas es mucho mejor para el clima que comer vacuno de producción convencional”, apunta el coautor del estudio Stefan Wirsenius, de la Universidad Tecnológica de Chalmers (Suecia). En general, el pollo, el cerdo, el pescado, los huevos o los vegetales tienen un menor impacto climático que el vacuno y el ovino.

Un factor que eleva el coste ambiental del producto ecológico es que debe ocupar más tierra para generar el mismo volumen de alimento. Crédito: Mack Male

Aunque las cifras suelen variar según los métodos de análisis, otros estudios han abundado en la misma idea de que la mayor necesidad de ocupación de tierras de los cultivos orgánicos resulta en mayores emisiones netas de GEI. En 2019 un estudio en Nature Communications analizaba qué ocurriría si toda la producción agrícola de Inglaterra y Gales cambiara a orgánica. Los autores, de las universidades de Cranfield y Reading, estimaban que las emisiones de la ganadería se reducirían en un 5% y las de la agricultura en un 20%. Pero dado que la reducción de la producción en torno a un 40% obligaría a importar alimentos de otros países, con que la mitad de las tierras utilizadas para compensar esta pérdida tuvieran que reconvertirse, el resultado neto sería un aumento de las emisiones del 21%, que ascendería a un 70% si se introduce el coste de oportunidad de carbono definido por Searchinger y sus colaboradores.

No obstante, muchos expertos, incluso entusiastas defensores de la producción orgánica, admiten que se trata de un problema complejo. Y que tanto afirmar sin matices que la agricultura ecológica es en todos los casos más sostenible que la convencional como lo contrario son simplificaciones que no se corresponden con la realidad. En la revista New Scientist, los especialistas en agricultura y alimentación sostenible Christel Cederberg y Hayo van der Werf advertían de que a menudo los estudios relativos a esta cuestión tienen un enfoque demasiado limitado y no valoran adecuadamente los beneficios medioambientales de la producción orgánica sobre la biodiversidad o la salud de los suelos agrícolas.  

Biocombustibles, una alternativa no tan verde

Un caso especialmente sorprendente es el de los biocombustibles, empleados en todo el mundo como una alternativa verde a los combustibles fósiles. Según el análisis de Searchinger, Wirsenius y sus colaboradores, esta premisa no se sostiene: desde el punto de vista de su impacto total en el clima, sumando las emisiones directas y el coste de oportunidad de carbono, “es mejor utilizar combustibles fósiles que biocombustibles”, afirma Searchinger. Esto se debe a las grandes extensiones de tierra ocupadas por los cultivos de los que se extraen los biocombustibles; no se aplica a los que se obtienen de residuos.

Según un estudio, el impacto ambiental de los biocombustibles es alto. Fuente: Pxhere

Sin embargo, puntualiza Searchinger, esto no implica que los combustibles fósiles sean la mejor opción, sino que “el dinero que actualmente se está dedicando a los biocombustibles en nombre del cambio climático, y que en realidad está aumentando las emisiones de gases de efecto invernadero, debería dedicarse a otras maneras de reducirlas”. Y respecto a cuáles, Searchinger lo tiene claro: “Una transición lo más rápida posible a los vehículos eléctricos”.

Pesticidas orgánicos, no menos venenosos

Una encuesta de la Universidad de California revelaba que la principal razón de los consumidores para elegir alimentos orgánicos era la ausencia de pesticidas (70%), por encima de su frescura (68%) o de sus valores nutritivos y saludables (67%). No es de extrañar entonces que esta presunta ausencia de pesticidas sea señalada como uno de los mitos más extendidos sobre los alimentos orgánicos, ya que una mayoría de consumidores parece ignorar que estos productos sí pueden cultivarse usando pesticidas, siempre que estos sean también orgánicos, es decir, de origen no sintético.

Ahora bien, ¿son más seguros los pesticidas naturales que los artificiales? No necesariamente. En una comparación directa, pesticidas orgánicos como el sulfato de cobre o el piretro tienen mayor toxicidad tanto aguda como crónica que los sintéticos clorpirifós o clorotalonil. El bioinsecticida Bti (toxinas naturales de la bacteria Bacillus thuringiensis israelensis), utilizado para el control de los mosquitos y aplicado en cultivos de humedal como el arroz, no es tóxico para los humanos, pero varios estudios han mostrado que es perjudicial para los anfibios. Estudios recientes han mostrado que el Spinosad, un pesticida orgánico extraído de otra bacteria, es más tóxico para los insectos en general y a dosis mucho menores que el imidacloprid, un insecticida sintético que en 2018 fue prohibido en la Unión Europea por sus daños a las colonias de abejas.

Pero sobre todo ello, es importante recordar que, según la Organización Mundial de la Salud, “ningún pesticida aprobado actualmente para su uso en alimentos en el comercio internacional es genotóxico (dañino para el ADN, lo que puede causar mutaciones o cáncer). Los efectos adversos de estos pesticidas solo se producen por encima de un cierto nivel seguro de exposición”.

Javier Yanes
@yanes68

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