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13 mayo 2022

Así contribuye nuestra ropa al cambio climático

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La concienciación de la sociedad contra el cambio climático ha desenmascarado responsabilidades que antes se pretendía ocultar. Por ejemplo, y aunque la industria petrolera trató de negar durante décadas el impacto climático de los combustibles fósiles, hoy esta es una realidad conocida por el gran público y que ya no puede soslayarse. Pero si miramos a nuestro alrededor, veremos que quizá aún hay un asunto sobre el que a menudo se pasa de puntillas, y es el consumo. Incluso si hemos asumido que nuestra alimentación no es inocua frente al clima, el impacto de nuestros hábitos de consumo no acaba aquí; un caso prominente es la ropa y el calzado que compramos. La industria de la moda es un sector con un crecimiento explosivo, y uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero (GEI). La demanda de productos más sostenibles se ha instalado en la sociedad, pero ¿es suficiente?

La contribución de los hogares a lqas emisiones de GEI se cifra como promedio en torno a un 60% del total global, si se suman a las directas —las debidas al uso de combustibles fósiles en la vivienda y el transporte— las indirectas provocadas por nuestro uso de energía y todos los productos y servicios que consumimos. De toda esta carga, la gran mayoría recae en la propia vivienda, sobre todo en la energía consumida, el transporte, los servicios —como salud, educación y ocio— y la alimentación, según un estudio de la Universidad de Michigan que desglosa el impacto de las distintas categorías tomando como modelo los hogares de EEUU. De acuerdo a estos datos, el peso de nuestro consumo de productos parecería ínfimo. En concreto, en lo que se refiere a las prendas de vestir, la aportación de emisiones es tan exigua que no llega a elevar la cuota por encima del 0% para los hogares estadounidenses.

Sin embargo, este dato camufla otra realidad, y es que hoy en día la mayor parte de la producción de los artículos de consumo que se venden en los países desarrollados se ha desplazado a otras regiones del mundo. Alrededor de un 20% de las emisiones indirectas debidas a los hogares no se genera en el propio país, sino en aquellos que actúan como las grandes fábricas para todo el mundo, sobre todo China e India. De este total de emisiones exportadas, la porción mayor, un 27% de las causadas por los hogares de EEUU, se produce en China. Y dentro de ese mismo total de emisiones exportadas a otros países por el consumo estadounidense, el 12% corresponde a la industria de la ropa y el calzado. De hecho, esta es la categoría en la cual la cuota de emisiones exportadas es mayor frente a las domésticas.

La huella de carbono de cada prenda

Así, la contribución de nuestro armario al cambio climático no resulta ni mucho menos desdeñable. En total, la industria textil es responsable de entre un 4 y un 10% de las emisiones globales, según distintos cálculos, y podrían alcanzar el 26% a mediados de siglo. El Programa Medioambiental de Naciones Unidas (UNEP) señala que las emisiones de carbono de este sector exceden la suma de las debidas a los vuelos internacionales y la industria naviera. Según el Foro Económico Mundial (WEF), la cadena de producción de la industria de la moda es el tercer mayor sector en emisiones, después de la alimentación y la construcción. Y, curiosamente, el mayor peso recae en los materiales: el Climate Council australiano apunta que dos terceras partes de la huella de carbono de una prenda proceden de la producción de las fibras sintéticas, que hoy suman el 65% de todos los materiales textiles (ver recuadro). La consultora McKinsey & Company estima que, en su trayectoria actual, este sector incumplirá el objetivo del acuerdo de París de 2015 de limitar el calentamiento global a 1,5 °C. Para lograrlo debería recortar sus emisiones desde los 2.100 millones de toneladas de CO2 equivalente (tCO2e) actuales a 1.100 millones en 2030.

BBVA-OpenMind-Yanes-Ropa y cambio climatico 1 Fabricar un par de pantalones vaqueros consume 3.781 litros de agua. Crédito: Crawford Jolly.
Fabricar un par de pantalones vaqueros consume 3.781 litros de agua. Crédito: Crawford Jolly

Pero el climático no es el único impacto ambiental de la moda. Según el UNEP y la Fundación Ellen MacArthur, fabricar un par de pantalones vaqueros consume 3.781 litros de agua. El textil es un sector sediento que utiliza cada año 93.000 millones de metros cúbicos de agua, el equivalente a las necesidades de cinco millones de personas. A cambio, genera nada menos que el 20% de todas las aguas residuales del planeta y una cantidad ingente de basura, ya que el 87% de toda la fibra se incinera o se arroja a vertederos. Y no solo la ropa que se desecha contamina: el simple lavado de las prendas de fibras sintéticas arroja cada año a los océanos medio millón de toneladas de plástico, el equivalente a 50.000 millones de botellas, que agravan el problema de los microplásticos. Un informe de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) calculó que el 30% de la sopa de plástico de los mares procede solo del lavado de las fibras textiles y el desgaste de los neumáticos.

Llamamiento a la transformación

Naturalmente, toda esta avalancha de ropa no existiría sin una masa de consumidores voraces que la absorbe. Y no es exagerado hablar de voracidad: la producción global de ropa se ha duplicado desde 2000; en 2014 se vendieron un 60% más de prendas que en 2000, pero solo se utilizaron durante la mitad de tiempo, según el WEF. Estudios citados por Bloomberg señalan que, en EEUU, cada ciudadano desecha al año una cantidad de ropa equivalente a 70 pares de pantalones; cada prenda se usa como media solo entre 7 y 10 veces, y uno de cada tres británicos considera que una prenda está vieja después de usarla solo una o dos veces. Para abastecer esta demanda frenética de fast fashion o moda rápida, las marcas aceleran el ritmo: en Europa ofrecían una media de dos colecciones al año en 2000; en 2011 ya eran cinco. Marcas como H&M lanzan entre 12 y 16 colecciones al año, que en el caso de Zara alcanzan las 24. El Australian Style Institute apunta que lo que solían ser dos temporadas al año, primavera-verano y otoño-invierno, se han convertido en 52 microtemporadas anuales, una cada semana.

Con todos estos datos, no es de extrañar que algunos expertos citen el sector de la moda como el gran implicado en el cambio climático del que menos se habla. Pero abundan los llamamientos a una transformación. En 2018 grandes firmas del sector y otras partes se reunieron bajo el paraguas de Naciones Unidas para lanzar la Carta de la Industria de la Moda para la Acción Climática, con el objetivo de descarbonizar la industria para reducir las emisiones al cero neto en 2050, y al año siguiente nació la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible. En los últimos años, grandes marcas y pequeñas startups han adoptado distintas iniciativas, desde la producción más sostenible al reciclaje, una gran asignatura pendiente, ya que se recicla menos del 1% de los materiales textiles.

La producción global de ropa se ha duplicado desde 2000. Crédito: Rio Lecatompessy

Sin embargo y más allá de las iniciativas de la industria, “sin que los consumidores hagan un cambio, los esfuerzos son en vano”, afirma el Banco Mundial. “Los esfuerzos para hacer más verde esta industria contaminante requieren acciones de los negocios y los consumidores”, decía un editorial en Nature Climate Change. “Un impulso para volver a la moda lenta, con prendas de mayor calidad con un uso y una vida más larga del producto”. Según esta revista, la moda rápida es uno de los sectores donde el consumismo ha crecido más en los últimos años. Hoy las iniciativas de consumo responsable, de elegir productos más sostenibles, reciben el apoyo de gobiernos, industrias y organismos. Las etiquetas ambientales y de sostenibilidad se adoptan fácilmente entre los consumidores. Pero diversos expertos vienen analizando el crecimiento de un consumismo verde o materialismo verde, sobre todo entre la generación millennial. Y advierten: consumir verde no salvará el clima; hay que consumir menos. Primar la calidad sobre la cantidad, reparar las prendas, donar y reciclar, comprar ropa de segunda mano y, sobre todo, evitar comprar lo que no necesitamos: hasta el 40% de la ropa que se compra nunca llega a usarse. Ahora bien, ¿apoyarán con igual entusiasmo gobiernos, industrias, organismos y los propios ciudadanos esta propuesta de enfriar el consumo?

 

¿Algodón o poliéster?

Teniendo en cuenta que materiales como el nailon y el poliéster son plásticos, que nacen del petróleo, y que el mundo se encuentra inmerso en el gran desafío de reducir la lacra de la contaminación plástica, se diría que hay una obvia necesidad de reducirlos o prescindir de ellos. Hasta finales del siglo XX el poliéster era minoritario frente al algodón, el rey de los textiles tradicionales. Pero en el XXI esta fibra sintética ha asumido prácticamente todo el crecimiento explosivo de la fast fashion; hoy supone el 65% del total, frente a un 21% del algodón. Cada año se utilizan unos 342 millones de barriles de petróleo para la fabricación de fibras sintéticas. En 2015 la producción de poliéster generó más de 706.000 millones de kg de CO2e; una camiseta de poliéster produce 5,5 kilos de CO2e, frente a 2,1 kilos para una de algodón.

BBVA-OpenMind-Yanes-Ropa y cambio climatico 3 El poliéster ha asumido prácticamente todo el crecimiento explosivo de la fast fashion; hoy supone el 65% del total, frente a un 21% del algodón. Crédito: Lucas Hoang
El poliéster ha asumido prácticamente todo el crecimiento explosivo de la fast fashion; hoy supone el 65% del total, frente a un 21% del algodón. Crédito: Lucas Hoang

Siendo así, la conclusión parecería inmediata, abandonar las fibras sintéticas y regresar al algodón. Por desgracia, el problema no es tan sencillo, y buena muestra de ello es la desaparición del mar de Aral; el que fue el cuarto lago más grande del mundo, en la antigua Unión Soviética, comenzó a secarse en la década de 1960 cuando los ríos que lo alimentaban se desviaron para irrigar los campos. Hoy es un desierto con pequeños lagos dispersos, y el principal responsable de ello fue el algodón, un cultivo sediento; se requieren cerca de 3.000 litros de agua para fabricar una camisa de algodón. A este gran impacto se unen la ocupación de tierras y el uso de pesticidas y fertilizantes, lo que suma a la factura ambiental del algodón.

Javier Yanes
@yanes68

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