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22 febrero 2022

La energía de los hogares, el nuevo campo de batalla contra el cambio climático

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Sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para atajar el cambio climático, en los foros públicos pueden encontrarse dos ideas contrapuestas. Una, todos podemos contribuir a través de nuestra acción individual. Dos, dado que poco más de 100 compañías son responsables del 70% de todas las emisiones, principalmente de la industria de los combustibles fósiles, cargar el peso del problema en los hogares es una cortina de humo conveniente para las grandes corporaciones. Por supuesto, las opiniones son libres, pero no así los datos; al menos es conveniente disponer de los segundos para formarse las primeras. Y al descender al detalle, podemos encontrar que los destinatarios de buena parte de esa energía producida por las grandes compañías son nuestros hogares. Y que por lo tanto, de nuestro uso de esa energía en cantidad y calidad también depende la acción contra el cambio climático.

A la hora de desglosar las cifras de emisiones de GEI por sus fuentes, es fácil perderse en las ensaladas de datos dependiendo de cómo se presenten. Por ejemplo, según la Agencia Internacional de la Energía —organismo intergubernamental que reúne a 30 países de la OCDE y otros asociados—, la industria en general acumula más del 40% de las emisiones globales de GEI, pero esta estimación reparte la producción de energía entre los distintos sectores a los que va destinada. Es decir, que en este cómputo el sector energético no figura separado del resto. Si se hace esto último, el resultado es que las emisiones de la industria descienden al 20%, mientras que la generación de energía suma el 44%.

BBVA-OpenMind-La energia de los hogares 1 - El total de la energía consumida por los hogares podría ser equiparable al total de energía que consume la industria. Imagen: Unsplash-The public as a whole contributes a volume of GHGs equivalent to that of industry. Image
El total de la energía consumida por los hogares podría ser equiparable al total de energía que consume la industria. Image: Unsplash

Así, generar la energía que necesitamos para mantener la sociedad en funcionamiento impone una contribución masiva al calentamiento global, y por lo tanto este capítulo energético debe figurar en primera línea de los esfuerzos de reducción de emisiones. Pero contrariamente a lo que podría pensarse, la cuota de los hogares en este consumo energético no es ni mucho menos irrelevante frente a la actividad industrial: en EEUU el 20% de las emisiones totales se debe al uso de energía en los hogares. En Europa, donde según la Agencia Europea del Medio Ambiente la generación de energía es responsable del 40% de las emisiones, de este total un 26% corresponde a la industria y un 25% a los hogares. En resumen, puede decirse que los ciudadanos en conjunto aportamos un volumen de GEI equivalente al de la industria.

Descarbonizar la producción de energía

Lo cierto es que, si a las emisiones directas de los hogares —por el uso de combustibles fósiles como gas natural, carbón o diésel— se le suman las indirectas a través de las cadenas de suministro implicadas en el consumo de productos y servicios, la huella de carbono total de los hogares se dispara a un 60% de las emisiones globales como promedio, con variaciones desde un 40% en Japón o China hasta un 80% en EEUU.

Si nos ceñimos solo a lo relativo a la energía, la generación indirecta de GEI por causa de los hogares se produce a través del uso de la electricidad. Según un reciente estudio de la Universidad de Michigan, sumando contribuciones directas e indirectas el consumo de energía supone el 25% de las emisiones debidas a los hogares, en datos de EEUU. Como comparación, el transporte de los miembros del hogar representa un 30% de esas emisiones indirectas totales, algo más que la energía; pero si se considera solo el uso de vehículos privados, la cifra es del 23%; es decir, que un hogar medio en EEUU causa mayores emisiones por la energía consumida en la propia vivienda que por el uso del automóvil.

La solución más urgente y necesaria para rebajar este volumen de emisiones está en la mente de todos, y no depende de los ciudadanos, sino de los estados y las empresas: descarbonizar la producción de electricidad, sustituyendo las plantas generadoras que utilizan combustibles fósiles por otras de bajas emisiones. Según datos de diversas fuentes, el carbón es con gran diferencia la fuente más contaminante, emitiendo en torno a 1.000 toneladas de CO2 equivalente (tCO2e) por gigavatio-hora (GWh) de energía producida. Los combustibles líquidos del petróleo se quedan algo por debajo, sobre las 700 tCO2e por GWh, mientras que el gas natural emite en torno a la mitad que el carbón. Para mitigar las emisiones de estas centrales más contaminantes se proponen sistemas de captura y almacenamiento de carbono (CCUS, en inglés). Sin embargo, estas tecnologías son objeto de un amplio debate sobre su viabilidad, su coste y el posible beneficio que podrían aportar.

BBVA-OpenMind-La energia de los hogares 2 Las renovables continúan siendo la opción con menor cantidad de emisiones. Imagen: Unsplash
Las renovables continúan siendo la opción con menor cantidad de emisiones. Imagen: Unsplash

De hecho, e incluso con la aplicación de las tecnologías CCUS, los estudios señalan que las fuentes renovables de energía continuarán siendo una opción claramente preferible: según un estudio, en una proyección a 2050 y suponiendo una reducción de las emisiones de las plantas de combustibles fósiles con CCUS hasta un listón de unas 100 tCO2e, energías como la solar, la eólica o la nuclear aún emitirían diez veces menos. La energía hidroeléctrica también entra en el paquete de las renovables de bajas emisiones, pero el citado estudio penaliza su huella de carbono por las emisiones de la materia orgánica que se descompone en los embalses, sobre todo si hay grandes cambios en el nivel del agua. Factores del ciclo de vida pueden empeorar las cifras de algunas fuentes de energía. Por ejemplo, ocurre con las solares fotovoltaicas más antiguas, debido a la minería de los materiales y la construcción de infraestructuras y paneles. Las mejoras en la tecnología y fabricación han aumentado notablemente la eficiencia.

La complejidad de incluir la energía nuclear

Un caso particular sometido a permanente controversia es el de la energía nuclear, una fuente por la que han apostado países como EEUU, Francia, China y otros, pero que suele enfrentarse a la oposición de los grupos ecologistas. La propuesta de la Unión Europea (UE) de etiquetar la energía nuclear como “verde” ha suscitado las protestas de algunos países y de organizaciones ambientalistas. Lo cierto es que el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) y otros organismos de Naciones Unidas incluyen la nuclear entre las formas de energía necesarias en un mix energético para alcanzar los objetivos del acuerdo de París de 2015, limitar el aumento de temperatura global a 1,5 °C. 

Reuniendo varios estudios, la Asociación Nuclear Mundial, patronal internacional del sector, estima que la energía nuclear en todo su ciclo de vida produce como media unas 30 tCO2e por GWh, por encima de la hidroeléctrica y la eólica (26), pero por debajo de la fotovoltaica (85). Sin embargo, otros expertos independientes sitúan la cifra del ciclo de vida de la nuclear en un rango sobre los 60 e incluso por encima de 100, muy superior a la de la fotovoltaica. Un estudio reciente sugiere además que los países que invierten en energía nuclear no están reduciendo sus emisiones con respecto a los que apuestan por las renovables.

Por supuesto, la diversidad de las fuentes de energía afecta al precio final de la electricidad, y esto a su vez condiciona la elección de los usuarios en aquellos lugares donde tienen distintas opciones disponibles. En la UE, la electricidad más barata se produce en las centrales solares y eólicas, con un coste de generación de entre 2 y 8 céntimos de euro por kilovatio-hora (kWh), mientras que la generada en las nucleares puede alcanzar casi los 20 céntimos. Pero con independencia de la posibilidad de elegir compañías suministradoras de energía que utilicen fuentes limpias y renovables, existen también medidas al alcance del consumidor que pueden reducir la huella de carbono de los hogares.

La UE discrepa con varios países de la unión y con grupos medioambientalistas por el etiquetado de la energía nuclear como opción "verde". Imagen: pxfuel
La UE discrepa con varios países de la unión y con grupos medioambientalistas por el etiquetado de la energía nuclear como opción “verde”. Imagen: pxfuel

Estas medidas se han repetido tanto o son tan evidentes que son de sobra conocidas: cambiar las bombillas incandescentes por LED, utilizar electrodomésticos eficientes apagar o desenchufar los aparatos en lugar de dejarlos en reposo, poner los termostatos a la temperatura más baja aceptable y si es posible utilizar un temporizador, mejorar el aislamiento térmico o, en general, limitar el consumo de electricidad al mínimo imprescindible. Pese a ello, también existen ciertos mitos con respecto a la reducción de la huella de carbono de la energía en los hogares. Pero sobre todo, y dado que las tarifas eléctricas pueden variar a lo largo del día, los usuarios podrían preguntarse qué horarios de uso son los más convenientes para reducir las emisiones. Y esta pregunta no tiene una respuesta sencilla, pero actualmente algunas compañías facilitan información a los consumidores sobre cuándo la intensidad de carbono de la energía producida es menor.

De hecho, conviene tener en cuenta que los precios de la electricidad pueden tener un impacto de doble filo sobre la generación de emisiones. Desde hace años los expertos han mostrado que existe un efecto rebote: cuando aumenta la eficiencia energética y bajan los precios, la demanda aumenta, lo que anula el beneficio conseguido por la eficiencia. Un estudio en Suecia mostró que un aumento del 20% en la eficiencia resulta, paradójicamente, en un incremento del 5% en las emisiones de CO2, debido al mayor consumo. De igual modo, el aumento del gasto de un hogar conlleva una mayor huella de carbono. Por todo ello, quizá la reducción de la huella de carbono de los hogares requiera transiciones más profundas en nuestro modo de vida, a juicio de algunos expertos; por ejemplo, reducir el espacio de vivienda per cápita y aumentar la densidad de población para construir comunidades bajas en carbono.

Mitos sobre el consumo de energía

Aunque generalmente las medidas para recortar el consumo de energía en los hogares y por lo tanto nuestra huella de carbono pueden parecer obvias, en ocasiones pueden existir ciertas confusiones bastante extendidas. Por ejemplo, durante años hemos utilizado bombillas de bajo consumo del tipo fluorescentes compactas (LFC). En su momento eran una buena opción frente a las incandescentes tradicionales, pero han sido ampliamente superadas por las LED, más caras pero mucho más eficientes y duraderas; según la Universidad de Columbia, las LFC desperdician el 80% de su energía en forma de calor, además de contener mercurio.

También hay confusiones respecto al consumo de los aparatos y la climatización. Por ejemplo, y en contra de lo que podría creerse, un lavavajillas eficiente consume menos energía que lavar los platos a mano con agua caliente. Tampoco se aprecia suficientemente la necesidad de apagar o desenchufar los aparatos: según una estimación, la llamada “energía vampira” consumida por los aparatos en reposo puede suponer la cuarta parte del consumo del hogar. Por último, otra creencia extendida es que el calor del hogar se pierde sobre todo a través de las ventanas, cuando en realidad un buen aislamiento en las paredes es más importante.

Javier Yanes
@yanes68

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