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27 febrero 2020

La historia del ecocidio, un nuevo crimen contra la humanidad

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Estaba propuesto para ser el quinto crimen contra la paz cuando iba a constituirse la Corte Penal Internacional de la Haya en 1998, pero el ecocidio se quedó fuera —por la oposición de Estados Unidos, Reino Unido y Países Bajos— de los delitos que juzga este tribunal: la lesa humanidad, el genocidio, los crímenes de guerra y los de agresión contra estados o territorios. A pesar de esto, iniciativas como Ecocide Project siguen peleando hoy día para que el daño masivo de ecosistemas sea considerado un delito de esa gravedad. Y esto es especialmente relevante en un momento en que la desaparición de la Amazonia continúa imparable, alcanzando ya el punto crítico del 20% de su superficie, y después de que más de cinco millones de hectáreas de Australia ya hayan ardido en los últimos meses debido a insólitas olas de calor provocadas por el cambio climático.

El concepto de ecocidio comenzó a generarse en los últimos años de la Guerra de Vietnam (1955-1975), cuando las huellas de aquel conflicto bélico eran más que patentes y resultaban devastadoras sobre el territorio. Los ataques con agente naranja —un potente herbicida utilizado como arma química por el ejército estadounidense— acabaron con la vida de cientos de miles de personas y dejaron millones de hectáreas de terrenos yermos. La primera vez que el mundo escuchó la palabra ecocidio fue en la Cumbre Ambiental de Naciones Unidas de 1972 en Estocolmo, donde Olof Palme, el primer ministro sueco, acusó a Estados Unidos de ecocidio por sus prácticas en Vietnam. Representantes de otros países presentes, como Indira Gandhi, de la India, y Tang Ke, de China, sugirieron entonces que la destrucción del ecosistema debía ser considerada un crimen contra la humanidad.

La deforestación de la Amazonia afecta ya el 20% de su superficie. Crédito: Ibama

Cinco años más tarde, en 1977, Naciones Unidas adoptó la Convención sobre la Prohibición de Uso de Técnicas de Modificación Ambiental con Fines Militares u Hostiles, para evitar que se volvieran a cometer sucesos como el de Vietnam. Sin embargo, desde entonces, el ser humano ha multiplicado y diversificado su huella sobre el planeta en tiempos de paz, dejándole cruentas cicatrices: enormes islas de plástico en los océanos, deforestación de bosques tropicales, vertidos de hidrocarburos en yacimientos petrolíferos, explotación salvaje de hábitats… Eventos que destruyen ecosistemas de forma constante y que, en la mayoría de los casos, quedan impunes. Una persecución universal de este tipo de hechos permitiría que, aunque un país tenga una legislación ambiental muy tolerante, delitos cometidos en su territorio puedan ser perseguidos a nivel internacional.

Mapa interactivo: 10 grandes crímenes contra la naturaleza

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Una abogada para la Tierra

En la lucha por el reconocimiento de los delitos contra la naturaleza, la abogada escocesa Polly Higgins jugó un papel crucial al liderar una campaña mundial con el objetivo de que hubiese una herramienta legal para denunciar las prácticas que ponen en riesgo al medioambiente. Higgins dejó su trabajo para defender legalmente al planeta, en busca de que el ecocidio fuese tipificado como un crimen, que penalizara la destrucción del ecosistema causado por la acción de los estados y de las multinacionales, imponiendo el deber legal de cuidado. Ella explicaba así el giro que dio a su vida: «En 2005, yo era una abogada que representaba a un hombre que había sufridos serias lesiones en su lugar de trabajo. Hubo un momento de silencio, mientras estábamos esperando por los jueces, y yo miré por la ventana y pensé: “La Tierra también ha sido gravemente dañada y lesionada, y alguien tiene que hacer algo”. De hecho, mi siguiente pensamiento cambió mi vida: “La Tierra también necesita un buen abogado”».

Barco en el antiguo mar de Aral. Crédito: Staecker

Aunque Polly Higgins (4 julio 1968 – 21 abril 2019) murió a los cincuenta años sin lograr su objetivo, su trabajo y esfuerzo han mantenido viva la controversia y cada vez más voces se suman a la discusión. Una de las últimas ha sido la del Papa Francisco, que ha apoyado públicamente la vieja petición de que el ecocidio sea considerado el quinto crimen contra la paz en su intervención en el XX Congreso Internacional de la Asociación de Derecho Penal, celebrada en el Vaticano en 2019. Jorge Mario Bergoglio incluso fue más allá, al proponer que se añadan al catecismo “los pecados contra la ecología”.

Hacia un pacto mundial

Mientras el debate continúa, una docena de países —Georgia, Armenia, Ucrania, Bielorrusia, Ecuador, Kazajistán, Kirguistán, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Uzbekistán y Vietnam— sí han tipificado el ecocidio como un crimen dentro de sus fronteras. Algunos, como Georgia y Armenia, con penas de cárcel de hasta quince años. También la comunidad internacional ha dado algunos pasos. En 2018 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución titulada Hacia un Pacto Mundial por el Medio Ambiente, que busca sentar las bases de un Derecho Ambiental Internacional. Algo por lo que también pelea la iniciativa Ecocide project de la Universidad de Londres. Este proyecto organiza conferencias, cursos, seminarios y otras actividades para promover el desarrollo de una ley medioambiental internacional.

Incendio en el Bosque nacional Stanislaus (EEUU). Crédito: Departamento de Agricultura de EE. UU.

La primera evaluación mundial sobre el estado del Derecho Ambiental que la ONU Medio Ambiente publicó en 2019 no es muy positiva. Uno de sus informes destaca que la mayoría de los acuerdos ambientales alcanzados en los últimos cincuenta años no se cumplen. Algo que achacan a la escasa coordinación entre organismos gubernamentales, a la falta de acceso a la información, a la corrupción y a la escasa participación ciudadana. Así, frenar ecocidios como la contaminación del delta del Níger, la sequía del Chaco paraguayo o la deforestación de Borneo y Sumatra está en las manos de todos. A pesar de la compleja situación legal, el desarrollo de una legislación internacional que sancione crímenes contra el medioambiente está más cerca.

Bibiana García

@dabelbi

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