Como sugiere el relato corto El hombre que plantaba árboles, es más importante la gestión forestal que la plantación indiscriminada, aunque a esta no le falte buena voluntad. Gestión, criterio y conocimiento, reclaman los expertos.
Fijan CO2 y así ayudan a frenar el calentamiento. Contribuyen al ciclo de agua mediante la evapotranspiración. Al canalizar la lluvia, mejoran la porosidad y la estructura del suelo. Protegen esa fina capa superficial de la erosión. Y son un vivero de biodiversidad. Con esta hoja de servicios, podríamos concluir que todo bosque es mágico y cuanto más, mejor.

Pero en el hábitat forestal, tan complejo, lo que es beneficioso en un entorno puede ser contraproducente en otro. En la Amazonia y algunas zonas de Asia o África peladas por la tala salvaje, cortar un árbol parece un delito de lesa sostenibilidad. Otros países del otro del planeta, como Etiopía o India, se enorgullecen de ostentar los récord mundiales de plantaciones masivas de árboles en menos de 24 horas. Y, en Europa, donde se tiende a reforestar y avanza, como en España, el bosque espontáneo, expertos como los silvicultores priorizan la gestión con criterio y conocimiento antes que la plantación indiscriminada. No importa tanto la cantidad de árboles como la calidad del bosque. La cuestión es que, sea en España o en India, la plantación debe hacerse con sentido y con visión a largo plazo.
Intervenciones selectivas
Para Eduardo de Miguel Beascoechea, director gerente de Fundación Global Nature, una sensata política forestal debe combinar la gestión de los montes existentes, especialmente los que avanzan de forma natural sobre tierras de cultivo y pastos abandonados, con una plantación mantenida a largo plazo. De qué sirve, se pregunta, la siembra masiva si descuidarla después ceba los superincendios que liberan el ingente CO2 capturado durante décadas o siglos.

“Necesitamos enfocarnos en intervenciones selectivas y el manejo más que en la plantación a mansalva”, apunta De Miguel, “el seguimiento para afianzar lo plantado y reponer las marras [plantas muertas] si es necesario”. De lo contrario, esa reforestación sin gestión, sobre todo en los primeros y críticos años, puede degenerar en marañas vegetales. Según Miguel Ángel Ortega, presidente de la Asociación Reforesta, “se necesita la intervención humana para acelerar la conversión de los raquíticos arbolillos en árboles productores de fruto”. Ortega desmiente la voluntariosa creencia de que el monte siempre se regenera. Vuelve, claro, pero a menudo más pobre debido a la pérdida, por erosión, del suelo capaz de sustentar árboles.
Para De Miguel, esa gestión profesional debe acertar en la selección de territorios y la combinación de especies autóctonas, además de proyectarse a largo plazo con una “gestión forestal adaptativa al cambio climático”: “Necesitamos saber que sé va a plantar porque va a variar la composición de especies, qué enfermedades les van a afectar, si convienen bosques más abiertos o más cerrados, etc.”.

Esta visión de luces largas contradice medidas como plantar pinos halepensis en zonas yeseras por confundirlas con páramos erosionados cuando es al contrario, su valor ecológico reside precisamente en esa condición que genera especies únicas. Algunas organizaciones como Global Citizen advierten de que ese error podría reproducirse en proyectos de plantaciones masivas sobre las sabanas africanas. Otro desenfoque pasado que tiende a continuar: la reforestación dominada por una sola especie —un monocultivo— con resultados pobres en biodiversidad.
Un bosque en fila india
Reivindicar la ciencia como guía no solo se aplica a estas cuestiones básicas, también a otras menos evidentes. La Fundación Global Nature pone el caso de desparasitantes como la ivermectina, presentes en las heces vacunas, que al matar a los escarabajos peloteros rompen el ciclo del reciclaje orgánico en las dehesas. Aquí el conocimiento podría evitar efectos secundarios indeseados en estrategias benéficas como los animales bombero —desbrozan al pastar o ramonear—.
Además de la gestión con criterio —con el rigor necesario en cada fase—, expertos como Global Nature proponen otras medidas para impulsar una reforestación no solo ambiental sino social y económicamente sostenible. La fundación reclama una mentalidad más creativa, menos lastrada por apriorismos: por ejemplo para recuperar los bosques lineales de setos y árboles que flanqueaban caminos y vías pecuarias, casi desaparecidos por las concentraciones parcelarias en países como España y Francia. Según De Miguel, en su día las normativas prohibieron la proyección de sombra sobre los cultivos para priorizar la productividad agrícola. Por evitar esa mínima merma, apunta el experto, “renunciaron a las barreras contra el viento y la erosión eólica, a la fijación del agua, a los hábitats de predadores de plagas agrarias, además de a la fijación de carbono”.

Hablamos de un bosque en fila india, pero inmenso: “Con 125.000 kilómetros, el 1% del territorio, nuestra red de cordeles y vías pecuarias es única en Europa”. Quien dice vías rurales, dice vías de ciudades. Según un estudio, menos del 15% de las calles urbanas europeas están sombreadas por algún tipo de follaje, y seguramente se echará más de menos con el aumento de las temperaturas, al menos en el sur.
Asociaciones como la COSE (Confederación de Organizaciones de Selvicultores de España) suelen reclamar una política forestal europea más pegada al conocimiento profesional… y al tradicional que durante siglos ha mantenido sanos los montes. Una legislación compatible con las actividades turística, maderera, micológica, resinera, piñonera, del corcho, la biomasa y el propio mantenimiento. Según COSE, una hectárea de chopo genera cinco empleos directos y diez en la industria. Recuerdan que la gestión no solo asegura sino que multiplica el retorno al evitar el desastre económico y ecológico de los incendios.
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