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23 febrero 2023

La guardiana de las llaves de la salud eterna

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María Mittelbrunn investiga cómo retrasar el envejecimiento atacando el deterioro del sistema inmune que provoca las inflamaciones crónicas.

Cada año que pasa es probable que nos duelan más las articulaciones, nos cueste más recordar dónde hemos aparcado el coche, tengamos menos fondo cuando andamos o hayamos cogido un indebido sobrepeso casi sin darnos cuenta. Es decir, sentimos cómo nos acechan más de cerca, por ejemplo, la osteoporosis, el Alzheimer, las enfermedades cardiovasculares y la diabetes. ¿Es hipocondría?, nos preguntamos. Pues no, porque es una realidad que la posibilidad de padecer estas enfermedades aumenta según envejecemos. Y entonces soñamos con parar el tiempo o, si esto no es posible (que no lo parece, de momento), al menos con que estos achaques propios de la edad vayan más despacio o, idealmente, que se paren. ¿Será esto posible? Pues resulta que sí.

El camino que llevará a conseguirlo lo transita, día a día, María Mittelbrunn (Madrid, 1977) en su laboratorio del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CBMSO), un instituto mixto de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de la Universidad Autónoma de Madrid. Esta investigadora explica por qué la clave está en la salud de nuestro sistema inmune. “Esas enfermedades tienen en común dos cosas: que su incidencia aumenta según envejecemos y que todas ellas están asociadas a una inflamación crónica y en todas participan células del sistema inmune”, comienza por explicar esta bioquímica. “De hecho, según envejecemos, aumenta la inflamación crónica, lo que quiere decir que aumentan los niveles de mediadores inflamatorios (citoquinas y quimioquinas) en nuestra sangre. A este proceso se le conoce como inflammaging. Y el objetivo de nuestro laboratorio es investigar si retrasando esta inflamación crónica, que aparece de forma natural con el envejecimiento, podemos retrasar las enfermedades asociadas a la edad”.

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Mitellbrunn pertenece al CSIC, al Consejo Científico Asesor de la Fundación Gadea Ciencia y al Foro “Teófilo Hernando” de la Real Academia Nacional de Medicina de España (RANME). Crédito: Jimena Roquero.

Esta investigadora ha recibido el premio talento joven de la Fundación Banco Sabadell a la investigación biomédica, en 2002; el Premio L’Oréal – UNESCO Women for Science en 2015, pertenece al Consejo Científico Asesor de la Fundación Gadea Ciencia y al Foro “Teófilo Hernando” de la Real Academia Nacional de Medicina de España (RANME). 

La población mundial está envejeciendo y se estima que la población europea mayor de 85 años se triplicará en 2050. “Hay una necesidad urgente de encontrar dianas terapéuticas que prevengan o retrasen todas estas enfermedades para aumentar la calidad de vida de las personas mayores. Y es a esto a lo que nos dedicamos en el laboratorio”, asevera Mittelbrunn.

Inflamación crónica por el deterioro del sistema inmune

Pero, situémonos en el punto de partida, en saber por qué se produce en una persona una inflamación crónica. “La inflamación es un proceso protector que sirve para reparar nuestro organismo. Cuando te haces una herida, se desencadena una inflamación local, controlada en el tiempo, para reparar ese tejido y cerrar esa herida. Por el contrario, la inflamación crónica y sistémica, que se mantiene en el tiempo, es un factor de riesgo para todas estas enfermedades asociadas a la edad”, explica esta investigadora.

Y es que, en la actualidad, existen varias teorías que explican por qué aparece esa inflamación crónica o inflammaging, aunque no hay un claro consenso. “Las principales causas de esta inflamación crónica son el deterioro del sistema inmune, los cambios en la microbiota, la acumulación de células dañadas o zombies (células senescentes), infecciones crónicas y la permeabilidad intestinal. También la contaminación ambiental o una mala alimentación pueden acelerar esta inflamación crónica”, advierte Mittelbrunnn.

Su equipo defiende que “el deterioro del sistema inmune es el principal instigador de la inflamación crónica porque puede desencadenar el resto de las principales causas”. “Cuando una célula inmune, como los linfocitos, envejece, empieza a cometer errores. Ya no es tan perspicaz, le falla la memoria y empieza a tener problemas para distinguir lo propio y lo extraño, lo que es una célula sana de una célula infectada o tumoral. Y, por eso, con la edad, nuestro sistema inmune falla, empieza a dañar los tejidos y aparece esa inflamación crónica”.

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Cuando una célula inmune, como los linfocitos, envejece, empieza a cometer errores, por eso, con la edad, nuestro sistema inmune falla, señala Mitellbrunn. Crédito: OLEKSANDRA TROIAN/Getty Images.

Como consecuencia de este deterioro del sistema inmune que ocurre según envejecemos, dice Mittelbrunn, nos volvemos más vulnerables a las infecciones. Algo que ha sido muy evidente durante la pandemia de Covid-19, ya que cuanto más mayores nos hacemos más vulnerables somos al virus. Pero también al cáncer y a las enfermedades autoinmunes. “Esto se sabía ya desde hace muchos años”, explica la investigadora. Pero, recientemente, han ido un paso más allá. “Hemos aprendido que, además, los linfocitos viejos promueven la permeabilidad intestinal, cambios en la microbiota, la aparición de células senescentes y, con todo esto, favorecen la aparición de otras enfermedades, como las enfermedades cardiovasculares y las neurodegenerativas, pérdida de la masa muscular, etcétera”.

Estos resultados sitúan a nuestro sistema inmune en el centro de nuestra salud, son esenciales para la prevención de enfermedades infecciosas, autoinmunes, cáncer y otras patologías que antes no se estudiaban desde el prisma de la inmunología, como las neurodegenerativas o cardiovasculares. “Básicamente, estos resultados vienen a decir que tenemos la edad de nuestro sistema inmune”, concluye la científica.

Resulta que durante muchos años se pensó que esa inflamación era la consecuencia del envejecimiento pero no la causa. “De hecho, se pueden usar los niveles de estos mediadores inflamatorios (citoquinas y quimioquinas) para estimar la edad biológica de una persona. La edad cronológica puede ser distinta de la edad biológica. La edad cronológica es la cantidad de años que alguien ha vivido, mientras que la edad biológica se refiere a la edad de sus células y tejidos según la evidencia fisiológica. Si una persona está especialmente sana y en forma para su edad, es posible que su edad biológica sea inferior a su edad cronológica, y que tenga una menor inflamación de lo que le corresponde por edad”, afirma.

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Los linfocitos viejos promueven la permeabilidad intestinal, cambios en la microbiota, la aparición de células senescentes y la aparición de otras enfermedades. Crédito: OLEKSANDRA TROIAN/Getty Images.

Datos precisamente del equipo de esta investigadora han sido de los primeros que han sugerido ahora que esta inflamación “no es la consecuencia sino la causa del envejecimiento, acelerando la aparición no de una sino de varias enfermedades a la vez, lo que se conoce como multimorbilidad asociada al envejecimiento”, asegura la científica.

En 2020, publicaron en la revista Science un experimento que demostraba la importancia que tiene el sistema inmune en esta inflamación crónica y en las enfermedades asociadas con la edad. “Habíamos conseguido desincronizar la edad del sistema inmune del resto de los tejidos. Y lo que observamos es que un sistema inmune envejecido es suficiente para acelerar la inflamación y la aparición de enfermedades cardiovasculares, fallos cognitivos, disbiosis (alteración en la microbiota) y, en general, acelerar el envejecimiento”, explica Mittelbrunn. Poco después, en 2021, un laboratorio de la Universidad de Minnesota publicó en Nature unos resultados muy similares, y ambos estudiosos indican que tenemos la edad de nuestro sistema inmune. Durante la última década, la inmunoterapia ha revolucionado, por ejemplo, el tratamiento del cáncer. Pero en la próxima década veremos cómo puede revolucionar el tratamiento de las enfermedades asociadas a la edad.

Las dolencias que pueden derivar en una inflamación crónica

Pero, pensando en los posibles pacientes, ¿cuáles serían las enfermedades que podemos padecer que son más susceptibles de derivar en una inflamación crónica? “Las cardiovasculares son las más susceptibles a ello, mientras que el sistema nervioso está mucho más protegido. Aunque esa protección acaba finalmente perdiéndose con los años”.

Llegados a este punto, lo que quizás nos preguntamos todos es cómo podemos saber si tenemos una inflamación crónica. Porque el envejecimiento no se considera una enfermedad, y esta inflamación crónica asociada al envejecimiento tampoco. Por lo tanto, no se diagnostica. “Sin embargo”, apunta Mittelbrunn, “están apareciendo, poco a poco, clínicas privadas que te calculan la edad biológica, te miden esta inflamación crónica y te proponen intervenciones para retrasar el envejecimiento y sus enfermedades asociadas. Espero que esto se vaya extendiendo y sea accesible a toda la sociedad”.

Existen ya tratamientos que se emplean para las dolencias inflamatorias o autoinmunes (como la de Crohn, la artritis reumatoide, la psoriasis, la esclerosis múltiple, etcétera) que podrían tener un efecto beneficioso en las asociadas a la edad. Y quizás la mejor noticia es que, si se logra detener esta inflamación crónica, esto supone una ralentización del envejecimiento celular, según concluyen los datos del laboratorio de María Mittelbrunn en modelos preclínicos.

La buena noticia es que, si se logra detener esta inflamación crónica, esto supone también una ralentización del envejecimiento celular, según concluyen los datos del laboratorio de María Mittelbrunn en modelos preclínicos

Pero cada persona también tiene que ser consciente de que puede poner de su parte para prevenir esta inflamación. La parte que no podemos controlar es nuestra predisposición genética o si tenemos una infección crónica. Pero los hábitos son también importantes a la hora de prevenirla: “Los hábitos saludables que ya sabemos todos: hacer ejercicio, tener buenas rutinas alimenticias, evitar exponernos a contaminantes o llevar una vida tranquila y sin estrés retrasan la inflamación crónica”. Porque el hecho de que esta dolencia no sea una enfermedad en sí, “no significa que no pueda tratarse, y prevenirse o incluso revertirse”, afirma la científica.

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Los hábitos saludables: hacer ejercicio, tener buenos hábitos alimenticios, evitar exponernos a contaminantes o llevar una vida sin estrés retrasan la inflamación crónica. Crédito: David Bise / EyeEm/Getty Images.

“Porque la prevención es la mejor medicina”, prosigue. Y las administraciones públicas también pueden contribuir a ello: “En este campo está todo por hacer. Sería conveniente empezar a desarrollar políticas preventivas para identificar personas que, por su condición inflamatoria, estén en mayor riesgo que otras de desarrollar todas estas patologías, y poder intervenir antes de que las desarrollen”.

Con todo este recorrido andado y la relevancia de lo que le falta por andar, da rabia pensar que María Mittelbrunn estuvo a punto de tener que abandonar la carrera científica hace unos años por falta de financiación. “Obtener proyectos europeos financiados por el European Research Council fue lo que me dio la oportunidad de hacer ciencia a lo grande”, relata. De cara al futuro, esta investigadora tiene grandes retos por delante: “Mis dos grandes sueños son, por un lado, contribuir a que la gente mayor tenga mayor calidad de vida y a que mejore el sistema científico en España. Y, por otro, ya que en nuestro país hay centros especializados, por ejemplo, en el estudio del cáncer o de las enfermedades cardiovasculares, me gustaría ver alguno centrado en el envejecimiento y la inflamación”. A ver si no aparecen nuevos impedimentos presupuestarios y puede hacer realidad sus sueños, por el bien de todos.

Susana Pérez de Pablos

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