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07 enero 2016

Propuesta de una escala de dignidad para un gobierno sostenible

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En octubre de 2005, dos adolescentes norteafricanos murieron electrocutados en una de las banlieues de París cuando huían de la policía a través de una peligrosa subestación eléctrica. Una investigación posterior demostró que los adolescentes eran inocentes y el incidente provocó una de las peores revueltas que se han visto en Francia en los últimos 40 años. Los disturbios fueron motivo de mucho debate sobre la tensa relación entre los jóvenes inmigrantes y el estado, los problemas recurrentes de la “fractura social” y la percepción de falta de justicia social. Sobre todo, las protestas fueron la expresión de los agudos sentimientos de alienación experimentados por una gran parte de la sociedad. Las banlieues han sido caldo de cultivo de una frustración profunda, manteniendo un estado distintivo de pobreza y marginalidad durante décadas. El desempleo es habitual y se estima que el 36% de los residentes de las banlieues viven por debajo del umbral de la pobreza, el triple que la media nacional.

En un contexto diferente, pero con un espíritu similar, la Primavera Árabe se desencadenó por la abrumadora falta de dignidad, debido a una combinación de mal gobierno nacional y manipulaciones geopolíticas externas de las potencias extranjeras.

Estos dos ejemplos comparten una importante lección acerca de la importancia primordial de la dignidad humana. Aunque suelen invocarla estudiosos, teóricos y líderes, la dignidad y su función crítica en el buen gobierno sigue sin ser suficientemente entendida o valorada. Más que la necesidad de libertad, democracia y elecciones libres, la dignidad es fundamental para la existencia humana. Trasciende las divisiones Norte/Sur (hemisféricas), sociales, étnicas o políticas. Garantizar la dignidad para todos, en todo momento y bajo cualquier circunstancia, incluye en primer lugar todos los principios democráticos, pero trata de forma simultánea la desigualdad, algo que la mayoría de las democracias liberales no abordan suficientemente.

La dignidad también es más significativa y abarca mucho más que las nociones de libertad y democracia. Si tomamos la dignidad como norma para el buen gobierno, quedan expuestas las numerosas inadvertencias de las democracias liberales. Me gustaría mencionar ahora, brevemente, el ejemplo de Singapur. Mientras que los dos ejemplos anteriores han puesto de manifiesto fallos políticos, el caso de Singapur destaca justamente lo contrario. Singapur no cumple muchos de los criterios convencionales de un buen gobierno bajo la rúbrica de las democracias liberales de estilo occidental. Sin embargo, su forma de gobierno ha proporcionado claramente una calidad de vida que supera a la de muchas democracias liberales y un entorno donde los ciudadanos disfrutan de las condiciones de una vida digna. No cabe duda de que hay discrepancias si examinamos sus instituciones. Graham Alison sugiere que consideremos la idea de libertad en términos de “libertad para” y “libertad de.” Aquí, las métricas revelan hallazgos sorprendentes. En términos de “libertad para”, Singapur no disfruta de una amplia libertad de expresión, pluralismo político o libertad de medios de comunicación. Sin embargo, las métricas de la “libertad de” revelan un panorama distinto: Singapur tiene una esperanza de vida alta y una mortalidad infantil baja. Las probabilidades de muerte violenta en Estados Unidos son doce veces más altas que en Singapur. Singapur puntúa muy alto en cuanto a libertad económica y muy bajo en los índices de percepción de corrupción. Una encuesta de Gallup de 2014 también mostraba que la población mostraba un “floreciente bienestar económico”. Singapur ha creado un sistema que ha conseguido minimizar las exclusiones y la marginalización en la sociedad, garantizando que las oportunidades y los buenos servicios públicos estarán a disposición de todos.

Esto no significa que el sistema de Singapur sea necesariamente mejor que las democracias liberales de tipo occidental, pero sí indica que hay otros factores que son importantes para lograr un gobierno sostenible y prosperidad aparte de la mera libertad política.

¿Cuáles son los sustratos del gobierno basado en la dignidad?

Aunque la filosofía se ha preocupado por el significado de la dignidad humana durante décadas, su función específica en el buen gobierno ha recibido menos atención. Mi objetivo es centrar la atención en la dignidad y hacerlo con las perspectivas de la neurociencia. Los fundamentos neuroquímicos de la naturaleza humana ofrecen inestimables interpretaciones sobre la importancia de la dignidad para los humanos, demostrando su papel decisivo en el gobierno.

Mi teoría del egoísmo amoral emocional explica la naturaleza humana dando mayor énfasis a la moralidad y su interacción con la elaboración efectiva de políticas. Con los conocimientos de la neurociencia, esta teoría sostiene que la naturaleza humana se caracteriza por la emocionalidad, la amoralidad y el egoísmo y que trabajar por la cohesión social y por una historia sostenible requiere considerar cuidadosamente las necesidades de dignidad de los seres humanos.

Es importante observar que lo que quiero decir con dignidad es mucho más que simplemente lo contrario de la humillación. Es un marco holístico basado en el gobierno. Para cuantificarlo con exactitud, he identificado previamente, en mi teoría de la historia sostenible (Sustainable History), nueve necesidades de dignidad primordiales basadas en el gobierno: razón, seguridad, derechos humanos, responsabilidad, trasparencia, justicia, oportunidad, innovación e inclusión. Cada una de ellas está condicionada o motivada por algunos aspectos de nuestra naturaleza (emocionalidad, amoralidad, egoísmo) y debe respetarse en todo momento. Mi tarea central es describir las características de nuestra naturaleza y resolverlas con las respectivas necesidades de dignidad que habría que alcanzar para garantizar un orden nacional y mundial más sostenible.

Egoísmo amoral emocional: entender qué es lo que impulsa un buen gobierno

Emocionalidad

Desde la publicación de mi concepto de la naturaleza humana, los investigadores han seguido añadiendo resultados que demuestran la decisiva función que desempeñan las emociones en el proceso cognitivo. Aunque durante mucho tiempo se pensaba que las emociones no eran cognitivas, más recientemente se ha demostrado que hacemos inferencias emocionales con gran frecuencia. Además, la respuesta emocional precede a menudo a nuestro pensamiento racional. La investigación neurocientífica ha revelado que es común que los seres humanos “decidan” racionalmente algo solo después de que las emociones hayan hecho a una persona tomar una determinada decisión.

Estos hallazgos muestran que las emociones están profundamente involucradas en nuestra toma de decisiones y ponen de manifiesto lo vulnerables que somos a la manipulación que ejercen los que apelan a nuestras emociones con la intención de perseguir sus propios objetivos. También explica por qué, por ejemplo, en un clima de desesperanza, las iniciativas de reclutamiento de las organizaciones terroristas obtienen un éxito notable.

La capacidad de discernir claramente entre nuestras acciones morales e inmorales no debe darse por descontado, especialmente cuando nos enfrentamos al miedo, la privación, la humillación o la inseguridad. Estas condiciones pueden cambiar nuestras guías morales y deben tenerse en cuenta al diseñar la política.

Amoralidad y egoísmo

Como he argumentado extensamente, y como ha confirmado gran parte de la investigación contemporánea y la experiencia típica, la arcaica noción de una moralidad innata es falsa. Los seres humanos son amorales en el mejor de los casos y son sensibles a las condiciones de los entornos en los que se encuentran. Como consecuencia de ello, su capacidad de sentimiento moral así como su disposición a cooperar socialmente está muy determinada por su entorno. Partiendo de este principio básico, está claro que la naturaleza humana sin tutela es amoral y está sujeta a cualesquiera influencias puedan encontrar los individuos. Una vez más, el buen gobierno desempeña una función fundamental para activar o impedir la propensión a los actos morales. Es improbable que los humanos sean morales la mayor parte del tiempo dentro del contexto de la opresión y la injusticia. Y por el contrario, la probabilidad de que se produzca un comportamiento humano brutalmente inmoral se reduce considerablemente en los regímenes inclusivos, responsables, transparentes y justos.

Aunque carecemos de una moralidad innata, la naturaleza humana viene acompañada de una predisposición mínima orientada a la supervivencia. Ya he descrito anteriormente este aspecto de la naturaleza humana como una tabula rasa predispuesta, lo que indica que nacemos con un conjunto básico de instintos de supervivencia que siempre nos guiarán hacia aquellos actos que aseguran o potencian al máximo nuestras probabilidades de supervivencia. Aparte de estos instintos, los humanos son por los demás “pizarras en blanco” que reciben la mayor parte de su carácter de la experiencia. Es en este sentido que la naturaleza humana es fundamentalmente egoísta: en nuestro nivel más fundacional, solo estamos orientados hacia la supervivencia, y el resto de nuestra guía moral se desarrolla en el curso la existencia.

Cómo y por qué son importantes las necesidades de dignidad humana

Esta interpretación neurofilosófica de la naturaleza humana plantea varios retos que solo se pueden abordar a través de formas de gobierno apropiadas. De los nueve sustratos de dignidad que he identificado anteriormente, tres en particular están correlacionados con la emocionalidad humana: razón, seguridad y derechos humanos. Las instituciones públicas deben ser responsables para limitar la concentración del poder en personas individuales o en un grupo. La historia ha demostrado repetidas veces que los regímenes que aspiran a adoctrinar y a mantener monopolios absolutos sobre la verdad son insostenibles y perderán la legitimidad y, en última instancia, el control del poder.

Por ejemplo, la historia de la desaparición del bloque soviético refleja las contradicciones de un fuerte aparato estatal. Disponía de unos programas militares, científicos y espaciales impresionantes, pero también tenía profundas debilidades internas que con el tiempo contribuyeron a su hundimiento. Los partidos comunistas erosionaron poco a poco no solo las libertades de las personas, sino también su estima y su dignidad. La sensación de desempoderamiento y alienación se hizo insoportable. En la Ucrania comunista, por ejemplo, el atentado contra la dignidad humana fue sistemático y procedía de varias fuentes. El sector público estaba en crisis, la inflación se disparó y las condiciones de la vivienda eran lamentables. La libertad de religión y culto se reprimió severamente, con frecuencia hasta el punto en que los sacerdotes se describían como desequilibrados mentales. Estos abusos de poder no dejaron de tener sus consecuencias.

La garantía de seguridad es otro requisito para unas relaciones sociales estables, pues la dignidad humana está estrechamente vinculada a las condiciones de seguridad. Esto no es aplicable exclusivamente a la violencia armada, sino que también puede describir un estado más generalizado y constante de ansiedad psicológica, que a su vez crea un entorno de violencia preventiva. Cuando la seguridad básica es escasa, aumentan las probabilidades de que se produzca un escenario que evoca la “guerra de todos contra todos” de Hobbes.

De igual modo, un compromiso claramente articulado con los derechos humanos es vital para la dignidad y para un gobierno sostenible. China ha sacado a millones de personas de la pobreza, pero sus ciudadanos siguen enfrentándose a varias formas de privación de derechos en el proceso de desarrollo, desde las libertades limitadas a las reubicaciones forzosas y las compensaciones injustas. En los primeros días de la Primavera Árabe, muchos observadores hicieron especulaciones sobre una Primavera China. Pero no sucedió, en parte porque China sigue ofreciendo suficientes oportunidades que evitan que estas personas lleguen al punto de una revolución generalizada. Sin embargo, China también tendrá que tener en cuenta el creciente descontento expresado en la actualidad a través de las redes sociales. Solo en 2010, se dice que hubo 180.000 protestas en el país.

La naturaleza amoral del ser humano debe equilibrarse con responsabilidad, transparencia y justicia. Un sistema judicial justo y bien gobernado incentiva el comportamiento prosocial y establece al mismo tiempo consecuencias que sirven como disuasión del comportamiento antisocial. El sistema judicial debe ser transparente, responsable y no discriminatorio. Si estos valores no están presentes o no son visibles para la sociedad, el estado de derecho pierde su legitimidad. Por tanto, si los gobiernos desean ser vistos como legítimos, deben tener un sistema judicial que sea transparente y que a la vez se perciba como justo. La justicia juega otro papel fundamental. Los sistemas judiciales imparciales, transparentes y con un buen funcionamiento constituyen la columna vertebral de un buen gobierno.

La naturaleza egoísta de los seres humanos debe equilibrarse mediante la oportunidad, la inclusión y la innovación. Las oportunidades de innovación, creatividad y autoexpresión deben estar a disposición de todos. Los sistemas de educación que fomentan la sinergia cultural y promueven la cohesión social reducirán los efectos provocados por la disparidad económica. Sin esta inclusión, el elemento egoísta de la naturaleza humana considerará que hasta su seguridad básica está amenazada.

Para explicar la relevancia de este marco teórico, he recopilado un índice que propone indicadores cuantificables de los elementos constitutivos de la dignidad humana. Como se ha observado más arriba, la dignidad significa mucho más que la mera ausencia de humillación. La ausencia o la consecución de la dignidad se define mediante un conjunto más global de nueve criterios. Jamás podemos ser complacientes acerca de la naturaleza humana, sus debilidades inherentes o su virtuosismo. Los gobiernos deben elaborar cuidadosamente políticas públicas para mediar entre la emocionalidad, la amoralidad y el egoísmo de la naturaleza humana y nuestras nueve necesidades de dignidad.

Un análisis minucioso de estos indicadores deja claro que la dignidad y un modelo de gobierno basado en la dignidad no coinciden necesariamente con los valores y los sistemas de gobierno de las democracias liberales, donde la exclusión y la injusticia pueden proliferar. Un modelo de gobierno centrado en la dignidad mejoraría las formas actuales de las democracias liberales de tipo occidental pero seguiría siendo aplicable en los diversos sistemas políticos y marcos culturales.

Explicación de la escala

Para cuantificar la dignidad humana, he estudiado varias encuestas existentes que miden indicadores como los derechos humanos, la responsabilidad y la justicia. A este respecto, considero que, por ejemplo, el Índice de estados frágiles (FSI por sus siglas en inglés), publicado por el Fondo para la Paz, es especialmente útil a la hora de medir indicadores distintivos de desarrollo humano. El FSI mide 12 indicadores, muchos de los cuales pueden aplicarse a mi marco de dignidad humana. He formulado mi propia clasificación de la dignidad humana y sus componentes basándome en una puntuación de 1 a 5, donde 1 significa que el indicador está completamente ausente y 5 significa que ese indicador concreto de dignidad humana se ha integrado totalmente en la sociedad y está totalmente protegido por la ley y el estado. Por consiguiente, cuanto mayor sea la puntuación, más integrada estará la dignidad humana en el gobierno de ese estado.

  • Razón: puede argumentarse que la existencia de la razón refleja lo importante que es el dogma para una sociedad. Sostengo que una sociedad digna es aquella basada en la razón que fomenta la educación de calidad para todos. El discurso político en una sociedad digna no favorece el populismo dogmático sobre los hechos verdaderos y los argumentos razonados.
  • Seguridad: este es un componente esencial de la dignidad humana, pues a los individuos que viven en constante temor de violencia y muerte se les niegan sus necesidades básicas. La provisión del derecho a la seguridad debe llevarse a cabo de forma eficaz y responsable.
  • Promoción y protección de los derechos humanos: aquí se incluye la protección contra el trato cruel y degradante y las discriminaciones de todo tipo, la protección de las libertades civiles, la libertad política y los derechos económicos, sociales y culturales (educación, trabajo, salud).
  • Responsabilidad: los dirigentes del Estado deben rendir cuentas a los individuos a los que sirven, pues la falta de representación y el consiguiente sentimiento de privación de derechos son indicadores de desigualdad.
  • Transparencia: la falta de transparencia también refleja la desigualdad endémica y la privación de derechos frente al Estado.
  • Justicia: los individuos necesitan beneficiarse del debido proceso legal y tienen derecho a un sistema judicial independiente que proteja su dignidad y sus plenos derechos judiciales.
  • Oportunidad: se puede definir como la capacidad de un estado de ofrecer oportunidades económicas a sus ciudadanos, que pueden medirse con factores económicos.
  • Innovación: la capacidad de un estado de fomentar el crecimiento profesional, científico e intelectual. La financiación de la investigación y el desarrollo (I+D) por parte del Estado es un buen indicador de innovación y puede remediar en cierta medida los problemas que rodean a la oportunidad económica.
  • Inclusión: la presencia de una importante brecha económica entre ricos y pobres no solo impide el desarrollo económico, sino que también puede aumentar el arraigo profundo del resentimiento, la ira e incluso la violencia.

A continuación, hemos aplicado el marco de la dignidad humana a través de los nueve sustratos a la evaluación de quince países. Los resultados dibujan una imagen un poco distinta de las conclusiones más tradicionales acerca de los estándares internacionales de gobierno responsable.

Los casos prácticos analizados representan solo una pequeña selección de países. Naturalmente, la misma metodología puede aplicarse a prácticamente todos los países. Para cada una de las nueve necesidades de dignidad he usado los datos pertinentes recopilados y medidos en otros informes o estudios relevantes.

Cuantificar la dignidad es una tarea difícil y no pretendemos colocar puntuaciones definitivas ni indiscutibles. Sin embargo, aunque aproximados, los valores asignados a los países de los casos se basan en un examen cuidado y minucioso de los indicadores relevantes en cada país. Esperamos que con esta escala de dignidad que se ha propuesto, quede claro cómo se refleja la situación general de dignidad entre los distintos países y qué indicadores tienen que mejorar.

La conclusión conceptual final de este ejercicio es que la dignidad no solo es esencial para los seres humanos—y que el gobierno basado en la consecución de la dignidad probablemente será más sostenible a largo plazo—sino también que el gobierno basado en la dignidad no está intrínsecamente presente de forma exclusiva en las democracias liberales. Más bien, el gobierno basado en la dignidad es complementario a las democracias liberales. Numerosas formas de marginalización o exclusión pueden existir también en las democracias liberales y la mera existencia de derechos políticos no garantiza una vida digna. Aunque las democracias liberales de tipo occidental siguen siendo una de las formas más eficaces y probadas de gobierno de la historia, lo que se necesita, a nivel mundial, no es necesariamente una transición a una democracia liberal, sino más bien una consideración más cuidadosa de la búsqueda humana fundamental de la dignidad, que a menudo comporta interpretaciones que son “endógenas” y se adaptan a diversos contextos socioculturales. Por consiguiente, es de vital importancia que los dirigentes y gobiernos de todas partes presten la debida atención a la dignidad como eje central de la formulación de políticas. De no hacerlo así, pueden acelerar el descontento social y desestabilizar el orden político y social nacional y, en última instancia, el orden mundial

Nayef Al-Rodhan

Universidad de Oxford

Este texto se publicó originalmente en el Journal of Public Policy

 

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