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19 enero 2015

Educación y seguridad mundial

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Nayef Al-Rodhan defiende un programa educativo incluyente a nivel mundial que promueve la seguridad y el entendimiento culturales.

Existen todo tipo de verdades morales que ven el mundo desde distintas perspectivas, y ninguna de ellas ha de tener necesariamente más razón que las demás. Esto pone de relieve el significado de la educación: junto con la estructura familiar y el contexto cultural, la educación tiene la capacidad de influir en cada aspecto de nuestra forma de pensar sobre el mundo. En el contexto en que vivimos, con una globalización sin precedentes, es crucial utilizar esta poderosa herramienta en aras de la tolerancia y el entendimiento cultural, de modo que se fomenten la coexistencia armoniosa y las sinergias culturales. Cuando la importancia fundamental de la educación se aprecia en su totalidad, puede revitalizarse y adaptarse para estimular un espíritu abierto, la inclusión y la cooperación.

Obstáculos educativos que hay que superar

Vale la pena hacer una pausa para considerar la persistente falta de énfasis en la educación. Naturalmente, su importancia general no se ha perdido en los intelectuales a lo largo de los tiempos: Platón hizo de un régimen educativo estricto (bastante notorio) algo fundamental en su República. Bentham y Mill, a pesar de sus diferencias, reconocían la educación como el camino más directo para hacer realidad la meta utilitaria de potenciar al máximo la felicidad en el mayor número de personas. John Dewey argumentó extensamente que la educación es crucial para la democracia. La noción de una educación mundial que tenga en cuenta la globalización, sus repercusiones, sus promesas y sus retos como principal materia de estudio sigue aún sin desarrollar; hay dos cuestiones principales que deben confrontarse antes. La primera es un debilitamiento del localismo en el cual las partes no aprecian el valor de aprender los modos de hacer del “otro”. La segunda es un concepto simplista de lo que es ser persona que no aprecia la influencia del entorno que todo lo abarca, incluida la educación, en el desarrollo de un ser humano.

Desde un punto de vista puramente teórico, una postura que encarne estas dos cuestiones es indefendible. Como han señalado los filósofos desde hace algún tiempo, la falta de influencia externa deja simplemente un vacío que necesita llenarse con algún tipo de causalidad interna pura, quizá el tipo de causalidad que Aristóteles tenía en mente cuando afirmaba que una piedra se mueve porque la mueve un palo, y a su vez, el palo se mueve porque lo mueve un hombre. Pero ¿qué mueve al hombre? Esta es la pregunta que plantean a menudo los pensadores contemporáneos, en particular los materialistas.

Las teorías de la psicología y de la neuroquímica, así como las teorías de la mente y las emociones han estado especialmente interesadas en responder a esta pregunta. Mi explicación de una tabula rasa predispuesta, una “mente” equipada con un conjunto mínimo de instintos de supervivencia que la selección natural exige y que de otro modo son susceptibles de ser determinados por las circunstancias, armoniza con los trabajos de investigación neurocientíficos contemporáneos e indica que lo que motiva a un ser humano depende en gran medida de su experiencia y de su exposición. La neurociencia también nos informa de que nuestro conocimiento está mediatizado por la neuroquímica y de que no es fijo ni objetivo, sino modificable e incompleto, moldeado por nuestras interpretaciones y nuestro entorno. Así pues, la educación desempeña un papel central tanto a la hora de determinar nuestras disposiciones sociales como en los asuntos globales: nos enseña a descubrir los numerosos prejuicios de nuestras respectivas formas de conocimiento, a apreciar nuestras propias limitaciones y a respetar las “verdades” de otros.

El contenido de la educación en un mundo globalizado

La premisa de que como más aprendemos de nosotros mismos es aprendiendo sobre otros podría sonar a tópico, pero el significado de la idea sigue estando subvalorada y el concepto sigue infrautilizándose. Cuando los estudiantes entran en contacto por primera vez con las distintas mitologías, no solo llegan a entender a los otros con mayor profundidad, sino que también son capaces de evaluar la función que la mitología, igual que el dogma, desempeña en su propia cultura. Este estudio multicultural crea las premisas de una actitud más tolerante y autocrítica y simultáneamente infunde un mayor entendimiento de las formas en que las culturas han evolucionado. Sin embargo, este resultado no se produce con la suficiente frecuencia, porque para asimilar la mitología de este modo es necesario que a los estudiantes se les prevenga también contra la falsa pero omnipresente visión del esencialismo. Una educación cultural diversa también debe poner énfasis en la variedad intracultural y en la maleabilidad de los seres humanos individuales cuando cambian sus contextos culturales y sociales. Dicho aprendizaje también es enriquecedor en otro nivel: nos enseña que nuestras historias están interconectadas. Además, muestra que nuestras “civilizaciones” no están tan alejadas como el discurso popular nos haría creer, sino que más bien se han desarrollado a través de préstamos recíprocos constantes. Y lo que es más importante, la educación transcultural revela que la historia humana es un esfuerzo acumulativo, donde ninguna cultura puede reclamar el monopolio sobre otra, sino que más bien está en deuda con las contribuciones de los demás. Es necesario que avancemos hacia un paradigma educativo que promueva un “modelo oceánico de civilización“: una metáfora de la civilización humana concebida como un todo, como un océano hacia el que fluyen distintos ríos que añaden profundidad.

Quizá lo más importante de todo es que la educación debe actualizarse para ser más objetiva y para presentar la información de una forma justa y equilibrada. Como es bien sabido, la educación ha sido con frecuencia el ámbito de adoctrinamiento donde se perpetúan las medias verdades o las falsedades categóricas. Entre los casos conocidos se incluye la inferioridad del “otro”, que se pone de manifiesto en el lenguaje utilizado para caracterizar las relaciones interculturales. De forma más insidiosa y ubicua, algunos hechos relacionados con conflictos violentos se han distorsionado desde hace mucho tiempo o se han suprimido descaradamente. Por ejemplo, en el incidente del golfo de Tonkín se difundió un engaño deliberado con respecto a la presencia de barcos norvietnamitas y falsas alegaciones de que el NVM había iniciado posteriormente las hostilidades. Aunque ahora es un caso bien documentado, en su momento la situación no estaba tan clara. La diseminación de este tipo de desinformación está generalizada y deforma gravemente nuestra comprensión de la historia.

Más allá de ese tipo de engaños y equívocos relacionados con episodios específicos de la historia y de las relaciones internacionales, la educación, en su forma actual, es deplorablemente inadecuada en lo que respecta a determinados tipos de información que son cruciales para la coexistencia global. A la noción general de que muchas guerras son justas, y quizá de que haya incluso una clase de nobleza en muchas guerras, no se le planta cara lo suficiente. Si se enseñara de forma más generalizada que en las guerras de los últimos 100 años se han matado muchos más civiles que combatientes, aproximadamente tres personas inocentes por cada dos soldados, habría muchas menos justificaciones para las guerras. Además, las estadísticas de las guerras modernas muestran una proporción mucho peor entre civiles y combatientes muertos, a pesar de todos los avances de la tecnología en el campo de batalla y de las fanfarronadas sobre los “ataques selectivos con drones”. Por supuesto que este es un ejemplo muy específico, pero demuestra que la educación es la mejor forma de cambiar las perspectivas de las personas y de que al hacerlo se ponen en entredicho las numerosas injusticias del statu quo.

A nivel más general, la educación tiene la llave para lograr un mayor empoderamiento de las mujeres y de las poblaciones marginadas, y será el arma principal en la lucha contra problemas mundiales como la pobreza, la injusticia y la desigualdad. Proporcionar a las personas la necesaria comprensión de su lugar en nuestro mundo globalizado contemporáneo y darles autonomía para que tengan un mayor control sobre sus propias vidas debería ocupar un lugar prioritario en nuestra lista de derechos sociales y políticos consagrados.
La educación tiene la capacidad tanto de fomentar la tolerancia y la mentalidad cooperativa que son fundamentales para el futuro de la humanidad, como de crear barreras psicológicas entre los pueblos y reafirmar los dogmas divisivos. Esta es la razón por la que es de suma importancia que los programas educativos reciban la atención que merecen. A medida que se acelere el ritmo de la globalización, será vital dejar de poner énfasis en las agendas nacionalistas y en el localismo y ponerlo en el entendimiento mutuo y en la apreciación de la diversidad cultural.

Solo se logrará una seguridad sostenible para la humanidad si la educación pasa a ser una prioridad de los estados y sus instituciones sociales. En estas instituciones se incluyen los organismos educativos, los medios de comunicación, la industria del entretenimiento y el discurso político. Los grandes discursos electoralistas tienen por objeto unir y entusiasmar al electorado, y se consideran algo transitorio, pero en realidad dejan actitudes negativas perjudiciales importantes y duraderas en la mente de los electores con respecto a diversos asuntos de índole nacional y mundial.

El camino a seguir

Un programa educativo ideal que proteja la identidad nacional y la herencia de los estados y que a la vez sea incluyente a nivel mundial y promueva la seguridad y el entendimiento culturales debe incluir las ocho características siguientes:

– Empoderamiento y desarrollo de narrativas nacionales incluyentes
– Conocimiento global de culturas e historias
– Respeto y entendimiento cultural
– Comunicación, intercambio y exposición
– Ciudadanía global a través de medios de comunicación y declaraciones políticas responsables
– Valores globales e igualdad
– Evitar la deshumanización del otro y el abuso del conocimiento
– Otras verdades y visiones morales.

La práctica educativa debe actualizarse para hacer un seguimiento y promover los retos actuales y emergentes. Es la herramienta más poderosa para hacer retroceder el reto siempre presente del estado de la naturaleza, y para promover un orden mundial más justo, seguro, equitativo, próspero y sostenible.

Nayef Al-Rodhan

Este artículo fue publicado originalmente en el sitio web Global Policy Journal, en este enlace: http://www.globalpolicyjournal.com/blog/28/11/2014/education-and-global-security

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