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29 mayo 2014

Geopolítica de la dignidad

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Nayef Al-Rodhan sostiene que para planificar de manera sostenible a largo plazo, la dignidad humana debe situarse en el centro de la política exterior y de seguridad.

Durante mucho tiempo se ha pensado que la búsqueda de libertad era la fuerza motriz de la historia. La libertad se convirtió en el mantra de gran parte de la interpretación occidental de cualquier levantamiento popular en un contexto postautoritario. Sin embargo, el anhelo de dignidad demostrado, por ejemplo, por la primavera árabe, es una necesidad humana más fundamental y más inclusiva que simplemente el deseo de libertad, y es posible vivir en libertad pero no en dignidad incluso en las democracias maduras.

La dignidad para todos en todo momento y bajo cualquier circunstancia, es fundamental para la sostenibilidad de cualquier orden político. La dignidad es un concepto global, que significa mucho más que simplemente la ausencia de la humillación. En una obra anterior, identifiqué nueve necesidades de dignidad humana esenciales que son: razón, seguridad, derechos humanos, responsabilidad, transparencia, justicia, oportunidad, innovación e inclusión. La sostenibilidad de cualquier orden político depende de los mecanismos de gobierno que equilibran correctamente la tensión siempre presente entre estas nueve necesidades de dignidad humana y los tres atributos de la naturaleza humana, de acuerdo con mi definición de los mismos: emocionalidad, amoralidad y egoísmo.

Entender la base emocional de los seres humanos puede ofrecernos una perspectiva sobre muchos de los problemas a los que nos enfrentamos, tales como la desigualdad, la arrogancia cultural, el etnocentrismo y el conflicto. Al igual que Rawls, reconozco que algunos actos morales pueden tener una motivación inconsciente. Mi enfoque, no obstante, es diferente porque tengo en cuenta el fundamento neuroquímico de las emociones, que nos recuerda que nuestras emociones no son puramente psicológicas, sino también materiales y neuroquímicas. Esto implica que aunque los humanos tengan predilección por ciertos sentimientos morales en determinadas circunstancias, bajo mi punto de vista, no poseen una moralidad innata. Por ello, resulta importante crear las condiciones en las que la expansión de nuestras comunidades morales sea más probable. Mi perspectiva de la naturaleza humana también difiere de las de Hobbes y Rousseau y sienta las bases para un enfoque más pragmático, en el que abogo por que la brújula moral del hombre puede verse influenciada positivamente por marcos conductuales constructivos basados en incentivos de sociedades y de sus mecanismos de gobierno.

Sugiero que los siguientes cinco paradigmas son esenciales para lograr la dignidad y, de este modo, un orden global pacífico y sostenible para todos los dominios geoculturales, en nuestro nuevo mundo conectado e interdependiente.

1. De «Poder inteligente» a «Poder justo»

En 2007, un grupo de investigadores americanos abogó por el uso de un poder inteligente en un intento de articular directrices para el uso inteligente tanto del poder de persuasión como del poder de coerción que serviría a los intereses nacionales de los EE. UU. para convencer y coaccionar. No obstante, más que ser «inteligente», la política exterior de un estado debería ser asimismo «justa». En mayor medida que el poder inteligente, el «poder justo» se basa en la creencia de que los paradigmas de seguridad que se centran casi exclusivamente en la dinámica entre estados no pueden producir respuestas efectivas a las complejas amenazas de hoy en día. El poder justo sostiene que la promoción de la justicia debería ser el objetivo del arte de gobernar moderno, una creencia no arraigada en el altruismo, sino en la conclusión de que es la única manera sostenible en que los estados pueden promover su poder e intereses nacionales, y alcanzar la seguridad y la estabilidad en un mundo globalizado.

2. De «seguridad de suma cero» a «seguridad suma múltiple»

El principio de «seguridad suma múltiple» que propongo es un enfoque más adecuado y efectivo en el mundo de hoy en día que el dilema de seguridad y los paradigmas de seguridad suma cero, que establece que:

«En un mundo globalizado, la seguridad ya no puede considerarse como un juego de suma cero que solo afecta a los estados. La seguridad global, por el contrario, tiene cinco dimensiones que incluyen a la seguridad humana, medioambiental, nacional, transnacional y transcultural y, por tanto, la seguridad global y la seguridad de cualquier estado o cultura no se pueden conseguir sin un buen gobierno a todos los niveles que garantice la seguridad a través de la justicia para todos los individuos, estados y culturas».

3. De «realismo» a «realismo simbiótico»

El realismo simbiótico, una teoría propuesta en una obra anterior, sugiere que la percepción realista clásica de las relaciones estatales competitivas, en las que los estados están principalmente preocupados por las ganancias relativas en un sistema de autoayuda, no aguanta el escrutinio de nuestro mundo globalizado. En un contexto de interdependencia creciente, los estados pueden establecer relaciones simbióticas. Al igual que la simbiosis en la naturaleza, los estados pueden formar parte de una relación de mutua dependencia (mutualismo) que permite a un estado ganar más que otro sin efectos perjudiciales. El realismo simbiótico amplía el número de actores pertinentes en las relaciones internacionales y plantea que su número y su conectividad hacen que la política de poder puro sea insostenible y perjudicial para los intereses estatales a largo plazo.

4. De «choque de civilizaciones» a «un modelo oceánico de civilización»

Históricamente, las aportaciones decisivas al conocimiento colectivo de la humanidad a menudo han tenido lugar como resultado de préstamos e intercambios. Así que en lugar de pensar en civilizaciones separadas y que compiten, debemos pensar en una única civilización humana (una historia humana), formada por múltiples dominios geoculturales que contienen subculturas, al igual que un océano en el que desembocan numerosos ríos. Muchos de los grandes logros en la historia que se suelen atribuir a un dominio geocultural a menudo se deben a los de otros. Sin duda ha habido conflictos, pero también ha habido intercambios mutuamente enriquecedores, y tenemos que participar en los esfuerzos colectivos para salvar estas partes más esperanzadoras de nuestra historia común con el fin de construir una narrativa que no esté marcada por «nosotros» frente a «ellos», sino que sea testimonio de nuestra historia compartida y capacidad para coexistir en paz. El triunfo civilizador colectivo no es una empresa de suma cero que favorece un dominio geocultural sobre otro. Dada la naturaleza instantáneamente conectada e interdependiente del mundo actual, todos los dominios geoculturales deberán triunfar si la humanidad en su conjunto debe triunfar.

5. De «fin de la historia» a «historia sostenible»

En mi teoría de la «historia sostenible» defino la historia sostenible como «una trayectoria progresiva duradera en la que la calidad de vida de la humanidad se basa en la garantía de la dignidad humana para todos en todo momento y bajo cualquier circunstancia». Este enfoque ve la historia impulsada por paradigmas de buen gobierno que limitan los excesos de la naturaleza humana, que deben ser adecuados, aceptables y razonables para todos los sistemas y dominios culturales. También deben cumplir ciertas normas globales comunes de los derechos humanos, de la inclusión y del derecho internacional para garantizar la máxima colaboración sostenible política y moral.

El camino a seguir

La hipótesis duradera de que el comportamiento humano se rige por la moralidad innata y la razón está en contradicción con la permanencia de la privación humana, la desigualdad, la injusticia y el conflicto.

Según explico en mi teoría neurofilosófica de la naturaleza humana, los humanos tienen el potencial de ser morales o inmorales, en función de sus propios intereses, y al tomar decisiones se verán influidos por emociones y contextos socioculturales. Esto exige mecanismos de gobierno que reduzcan los excesos, porque los seres humanos y los estados no pueden ser dejados a sus propios recursos para hacer lo «correcto», ni a marcos normativos estrictos que cumplan mejor el potencial de los seres humanos para existir y evolucionar en paz y seguridad.

Situar a la dignidad humana en el centro de la política exterior y de seguridad podrá parecer estúpido y totalmente idealista. Además, la alternativa es mucho más corta de miras. La estabilidad a corto plazo puede ser engañosa y en ocasiones es necesario un marco a largo plazo para juzgarla correctamente. En el pasado, fueron necesarios varios siglos para que los déficits de dignidad colectiva dieran lugar al cambio político y estructural. En el siglo XX, apenas bastaron varias décadas para que ese cambio se produjese. En el futuro, el marco temporal para que los sistemas políticos disfuncionales que no respetan las necesidades de dignidad se derrumben se reducirá a apenas unos años ya que la conectividad instantánea mejorará la velocidad de transformación.

Por tanto, ya no se puede dejar de lado la dignidad humana como una preocupación filosófica y moral. Se trata de una consideración de seguridad nacional y global pragmática, que ningún estado o grupos de estados pueden permitirse ignorar.

Nayef Al-Rodhan es filósofo, neurocientífico y geoestratega. Es un miembro destacado del St. Antony’s College de la Universidad de Oxford e investigador superior y director del Departamento de Geopolítica de la Globalización y la Seguridad Transnacional del Centro de Ginebra para la Política de Seguridad, Ginebra, Suiza. Es autor de Sustainable History and the Dignity of Man: A Philosophy of History and Civilisational Triumph (Berlín, LIT, 2009).

Este artículo se ha publicado originalmente en the Global Policy Journal.

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