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13 marzo 2018

El arte de gobernar de la conciliación: 8 intereses principales contrapuestos

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En la actualidad, el sistema internacional es más complejo que nunca, con una miríada de actores locales y globales operando en un contexto de conectividad instantánea y de una creciente interdependencia sin precedentes. Aún así, sigue siendo notablemente difícil definir a qué se reduce dicha “complejidad”. La opinión de los expertos sigue dividida, por ejemplo, en lo que respecta al alcance de la globalización y su significado en términos de impacto económico y cultural. Asimismo, los debates acerca de cómo son o serán las organizaciones internacionales influyentes en el futuro de la gobernanza global resultan inciertos.

Cuando una crisis alcanza una magnitud global, ya sea relacionada con la sanidad (como es el caso del estallido del brote de Ébola), los ciberataques (por ej., el ciberataque nacional que en 2007 afectó a Estonia), las inundaciones u otros eventos climáticos producidos como resultado del calentamiento global, se nos recuerda la variada naturaleza que tienen los retos globales. Por otro lado, en la actualidad un gran número de fuentes de riesgo -y de oportunidades- pueden pasar de ser locales a regionales y terminar convirtiéndose en globales en cuestión de días.

Un factor clave en la transición a este orden mundial complejo ha sido la aparición de Internet. El auge del mundo virtual ha cambiado la política mundial y la economía global de manera irreversible, al tiempo que ha otorgado poder a los ciudadanos en todo el mundo, proporcionándoles un medio para intercambiar información y movilizarse por causas políticas, sociales y medioambientales. / Imagen: pixabay

El papel de las redes sociales en el transcurso de la Primavera Árabe ilustra perfectamente esta situación. Al mismo tiempo, el mismo medio ofrece nuevas oportunidades para los gobiernos y constituye un elemento de ayuda respecto a otras agendas políticas. Asimismo, Internet también influyó, de maneras menos obvias pero decisivas, en las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016. Los experimentos realizados han demostrado con “escaso margen de duda” que los algoritmos de búsqueda de Google podrían modificar las preferencias de voto en un 20 % o más, sin que los ciudadanos sepan que están siendo manipulados. Simplemente mediante el ajuste de sus algoritmos (operación que Google efectúa aproximadamente 600 veces al año), teóricamente la empresa podría potenciar la proporción de personas que favorecen a un determinado candidato entre un 37 y un 63 por ciento tras una sola sesión de búsqueda.

Esta es solo una breve vista preliminar de las complejas y, a menudo, conflictivas fuerzas que influyen en los estados en  el actual clima global digital y conectado.

El arte de gobernar en el siglo XXI

Actualmente, la noción de “interés nacional” no solo tiene un carácter más integral sino que su propia definición resulta más compleja. Durante un tiempo, la guerra global contra el terrorismo parecía constituir la cuestión definitoria de nuestro siglo. Con las pandemias globales, el calentamiento global y las ciberamenazas -entre otros retos- los líderes occidentales pronto recibieron un recordatorio del error que estaban cometiendo. No solo los líderes ahora deben prestar atención a muchos problemas de manera simultánea sino que deben hacerlo con una visión cada vez más abierta, teniendo en cuenta sensibilidades y expectativas que van más allá o que en ocasiones entran en colisión con una interpretación estrecha de lo que significan los intereses nacionales.

El interés limitado de salvaguardar la soberanía nacional y la seguridad constituye el legado más perdurable del pasado. Resulta posible encontrar una serie de similitudes entre los hombres de estado del siglo XIX y los del siglo XXI en lo que respecta al hecho de que en ambos casos identificarían la soberanía nacional como una prioridad nacional fundamental. Más allá de este estrecho objetivo de supervivencia nacional, existen no obstante grandes diferencias entre el arte de gobernar de entonces y el del momento presente. Una diferencia, tal vez mejor articulada por Hannah Arendt en Between Past and Future, es el énfasis variable sobre la seguridad en estos escenarios. El “estado de naturaleza” de Hobbes se caracteriza como una realidad sombría y peligrosa, de la que solo cabe escapar a través de una noción de la política convertida en Leviatán: todo ello en nombre de la seguridad. Para Arendt, no obstante, priorizar la seguridad de esta manera supone perder de vista otras relaciones complejas en las que los seres humanos pueden participar una vez que se haya alcanzado la estabilidad política. En esta visión, el cumplimiento de los objetivos de seguridad es meramente el primer paso hacia la realización de la vida política. Si bien el hombre de estado del siglo XIX indudablemente compartía algunos aspectos de esta visión, el énfasis continuado sobre la seguridad nacional, a veces a expensas de todo lo demás, limitó la posibilidad de que se dieran “personas políticas” tal como Arendt las concebía.

La histórica disposición de 2006 de las Naciones Unidas “La responsabilidad de proteger”, que matiza la noción de soberanía estatal para subrayar la responsabilidad colectiva de los estados individuales y de la comunidad internacional en lo que respecta a la protección de las poblaciones ante crímenes atroces de carácter masivo, corrobora la medida en que los derechos humanos se han convertido en un rasgo cada vez más importante de las relaciones internacionales que el arte de gobernar moderno no puede ignorar. / Imagen: CCO Creative Commons / Pixabay

Otra diferencia crucial en el arte de gobernar en épocas pasadas y el de nuestra era, que se exploran más adelante, es la existencia de una cultura de los derechos humanos extendida, incluyente y en evolución que comienza a darse tras la Segunda Guerra Mundial. La agenda internacional sobre los derechos humanos ha establecido normas y parámetros para la conducta del estado, refinadas posteriormente por desarrollos más recientes en lo que respecta a las leyes humanitarias internacionales y la emergencia del concepto de seguridad humana.

Si bien estos elementos en la evolución del arte de gobernar resultan particularmente notables, aún queda mucho por resolver. La pregunta sobre qué define el arte de gobernar en el siglo XXI resulta desconcertante ya que, como se sugiere más arriba, alude a muchos actores distintos que operan junto a los estados, así como a muchos retos y problemas diferentes a los que se enfrenta el sistema internacional. Además, en un nivel más fundamental, el arte de gobernar también debe enfrentarse a la naturaleza humana y a sus diversos elementos impulsores.

Mi concepto del arte de gobernar de la conciliación intenta identificar y conciliar los distintos intereses que abarcan los actores públicos y privados, las personas, las culturas y los problemas globales que deben ser abordados por el arte de gobernar en el siglo XXI. El concepto identifica ocho intereses principales: individual, grupal, nacional, regional, cultural, global, planetario y moral.

  1. El bienestar individual resulta clave para la estabilidad doméstica en el siglo XXI. Depende de la satisfacción de las necesidades fundamentales, una autoidentificación positiva y un sentido de pertenencia a una comunidad más amplia en la que los intereses individuales están integrados y en cuya prosperidad el individuo está genuinamente interesado. Puesto que ciudadanos de todo el mundo están accediendo cada vez a más herramientas de empoderamiento y plataformas que facilitan la disidencia, los estados no pueden permitirse ignorar sus requerimientos. Garantizar el respeto de la dignidad humana constituirá una de los beneficios adicionales más importantes para los estados en el siglo XXI. Las crecientes disparidades entre los menos acomodados y los más afortunados suponen un elemento colaborador crítico respecto al problema. Tanto las instituciones locales como las políticas comerciales internacionales que canalizan la riqueza de tal manera que no llega a aquellos que viven en la pobreza o en los márgenes de la misma producen un impacto en el bienestar de las personas y, en último término, en la propia estabilidad de los estados.
  2. Asimismo, los intereses de grupo son capaces de influir en la política y no pueden ser ignorados, especialmente si se tiene en cuenta el hecho de que las fronteras internacionales no siempre se corresponden con los patrones de distribución étnicos, confesionales o tribales. De esta manera, una serie de estados tienen identidades multiétnicas, mientras que en otros casos las comunidades étnicas están separadas por fronteras estatales. En un mundo caracterizado por una creciente movilidad, las diásporas también muestras una creciente capacidad de influir tanto en sus estados originarios, fundamentalmente a través de las remesas, como en sus estados de destino. Además, el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas está jugando un papel cada vez más importante en las relaciones de poder. Los movimientos indígenas que se oponen a la extracción por parte de las grandes industrias en aquellas tierras reclamadas históricamente por los pueblos son cada vez más frecuentes. Como Naomi Klein y otros han puesto de manifiesto, los movimientos indígenas desde Canadá y el oeste de los Estados Unidos hasta Nigeria han demostrado la capacidad de dichos grupos para confrontar y, en ocasiones, alterar la agenda de las corporaciones multinacionales.
  3. Los intereses nacionales siguen siendo elementos incuestionablemente centrales para el arte de gobernar en el siglo XXI, ya que la relación entre los estados y las preocupaciones por la seguridad y la supervivencia en ningún caso constituyen una cuestión del pasado. El núcleo más elemental de los intereses nacionales sigue estando situado en la preservación y la protección de la integridad territorial y la seguridad de su población. La anexión de Crimea por parte de Rusia constituye un claro ejemplo de cómo dichas preocupaciones continúan impulsando el pensamiento estatal, así como de las consecuencias que se derivan de la violación de los intereses nacionales fundamentales de un estado por parte de otro. Por otro lado, a la luz del referéndum en Gran Bretaña en favor de la salida de la UE y el giro hacia el nacionalismo populista en los Estados Unidos y en muchos otros países, queda claro que los responsables políticos no pueden ignorar el fuerte apoyo en relación con los intereses nacionales. De ahora en adelante, resultará imperativo tanto proteger los intereses nacionales amenazados como enmarcar los propios intereses nacionales de tal manera que estos armonicen con otros actores en el orden internacional. Esta línea de acción puede ser transitada conforme a un paradigma de seguridad nacional sostenible, basada en la multidimensionalidad y la interconectividad del entorno de seguridad contemporáneo y el reconocimiento de que las relaciones de seguridad mutuamente beneficiosas entre los estados, así como los intercambios y las interacciones positivas entre culturas, resultan fundamentales para lograr una seguridad sostenible a largo plazo.
  4. Las preocupaciones regionales también continúan siendo una prioridad importante. En varias formas y en diferentes niveles de cooperación, los organismos y las organizaciones regionales juegan un papel crítico para los estados: desde los bloques de seguridad regional, como en el caso de la OTAN, hasta las formas de cooperación económica tales como el BRICS o la ASEAN. La Unión Europea proporciona el ejemplo más avanzado y multifacético de organización regional, con sus diversos aparatos económicos, monetarios, políticos, judiciales y de seguridad. La proliferación de organismos y agrupaciones regionales desde finales de la Segunda Guerra Mundial refleja el hecho de que muchas amenazas transnacionales modernas requieren enfoques regionales para poder ser abordadas con éxito, particularmente debido al hecho de que, antes de convertirse en amenazas globales, muchas de estas amenazas tienen implicaciones regionales.
  5. La gestión de los intereses culturales, vinculados a las tradiciones culturales, lingüísticas o religiosas, resultan innegablemente fundamentales. Esto debe basarse en dos elementos. El primero es un mayor respeto hacia las culturas individuales, que deben encontrar el espacio apropiado para la autoexpresión, con dignidad y con un reconocimiento total de sus derechos para manifestar sus respectivas idiosincracias. El segundo elemento es una aspiración hacia un mayor grado de entendimiento transcultural. Esto puede constituir un elemento central que contribuya a la paz en el siglo XXI. No obstante, en el momento actual, tristemente, sigue estando en un estadio de subdesarrollo. A menudo, las identidades nacionales incorporan visiones nacionalistas de sus culturas, así como narrativas acerca de su pertenencia a una determinada civilización, por ej., “la civilización occidental”, “la civilización árabe-islámica”, etc. Estas visiones divisivas son peligrosamente inexactas y superficiales, y evidencian una carencia de conocimiento básico acerca de las raíces más profundas de las civilizaciones. Ninguna cultura o civilización ha nacido nunca de forma aislada y mediante un “mérito” intrínseco que le pertenezca en exclusiva. Así, no cabe establecer debidamente jerarquías de civilizaciones. El concepto que mejor describe el nacimiento, la evolución, la simbiosis y el intercambio entre culturas es “el modelo oceánico de civilización”, que tiene en cuenta los vínculos históricos más profundos (y a menudo olvidados) entre dominios culturales. Yendo más allá de las divisiones perpetuadas por los currículos históricos, y explotados por políticos divisivos, resulta cada vez más claro que el alcance de los intercambios entre el mundo árabe-islámico y Europa, por ejemplo, en diversos campos de las ciencias, las medicina, la filosofía, las artes y la astronomía fue enorme y estuvo profundamente afectado por el avance y el progreso de Europa en ese momento, al igual que el mundo árabe-islámico también se habría beneficiado de los intercambios (y se construiría sobre ellos) con otros dominios culturales antes de su “edad de oro”, incluyendo Grecia, India y China. Descubrir estos fragmentos perdidos de nuestras historias compartidas puede resultar de gran ayuda a la hora de generar más confianza y comprensión entre las culturas, y contribuir a apreciar en mayor medida esa larga historia de fructífera cooperación.
  6. Los intereses globales, compartidos por algunos o por todos los estados en el sistema internacional, juegan un importante papel en el arte de gobernar. Incluso las cuestiones relacionadas con la seguridad de mayor nivel, como es el caso de las carreras de armamento nuclear, que tradicionalmente se realizan en un marco de competencia y disuasión, encuentran resistencia no solo de otros estados, sino de movimientos, organizaciones e iniciativas no gubernamentales.
    Esto es particularmente cierto en el contexto de un mundo más interconectado, donde una reputación en lo que respecta a la voluntad de cooperar constituye un activo valioso que, a medida que el poder resulte cada vez más difuso, es menos probable que sea dominado por potencias. / Imagen: cc. commons

    Si bien pueden aportarse muchos contra-ejemplos en lo que respecta a las metas políticas buscadas aisladamente respecto a la seguridad global, los estados están demostrando cada vez en mayor medida que los cálculos de suma cero son casi imposibles y contraproducentes en el siglo XXI.

  7. En las próximas décadas, los intereses planetarios se situarán entre las preocupaciones más urgentes. Como han puesto de manifiesto la serie de conferencias sobre el cambio climático patrocinadas por la ONU, como es el caso de la COP 21 celebrada en París, ahora ciertos problemas comunes hacen que todos los países se sienten en la mesa de negociaciones, con escasas opciones más allá de idear políticas que promuevan la prosperidad compartida, objetivo que no puede lograrse a expensas de producir daños medioambientales. Ciertamente, si bien ninguno de los intereses anteriormente enumerados que el arte de gobernar necesita conciliar en el siglo XXI pueden ser ignorados, un planeta y una biosfera aptas para la vida humana constituyen una condición previa para todos ellos. Esto implica que la colaboración internacional en una escala sin precedentes resultará ser un elemento necesario del arte de gobernar en un futuro previsible.
  8. Finalmente, los intereses morales resultan fundamentales para el arte de gobernar en nuestro siglo. Cada vez más, en las relaciones internacionales resultará necesario el ejercicio de un poder no solo inteligente, sino equitativo. Las opiniones y las expectativas desde las organizaciones de la sociedad civil hasta las personas comunes no pueden ser rechazadas y los líderes de todo el mundo deberán hacer frente a una creciente presión para responder a las demandas de inclusión, justicia y dignidad. Asimismo, como aduce Kathryn Sikkink en The Justice Cascade, está aumentando el número de mecanismos para poner a disposición de la justicia a los criminales de guerra y a las personas que violan los derechos humanos, al tiempo que se incrementa su alcance y su eficacia. Incluso con respecto a los estados que se muestran reacios a reconocer la jurisdicción del Tribunal Criminal Internacional (ICC), existe una creciente intolerancia en la comunidad internacional respecto a aquellos responsables que no rinden cuentas. Los estados deberán ajustarse a nociones de justicia y de respeto a la dignidad humada más incluyentes. A pesar de que las normas morales juegan un papel menor a la hora de configurar parámetros restrictivos para el arte de gobernar en épocas pasadas, los estados encontrarán que resulta muy difícil dejar a un lado las consideraciones morales.

Mirando hacia el futuro: desde el “interés nacional” pragmático al arte de gobernar de la conciliación

Los intereses nacionales sirven como fundamento y como “directriz de guía para la formulación de la política”. La escuela de pensamiento realista, y pensadores como Hans Morgenthau, han postulado una y otra vez que existe un conjunto de intereses nacionales fijos y permanentes que en gran medida no están determinados por las circunstancias. Esto ha llegado a interpretarse como algo que implica, de manera bastante inexacta, que los intereses del estado permanecen estáticos. No obstante, se producen importantes fluctuaciones a lo largo del tiempo en lo que respecta a lo que comporta el significado de los intereses nacionales. Los realistas difícilmente refutarían este punto, dado su conocido pragmatismo y su filosofía central de la supervivencia, que requiere que los estados sean capaces de ajustar y utilizar recursos de la mejor manera posible para mantener sus respectivos estatus en el sistema internacional. En este sentido, cabe identificar dos cuestiones principales. La primera es que el paradigma realista debe ser cuestionado más seriamente en sus postulados fundamentales. Las suposiciones realistas de la competencia perpetua en los asuntos internacionales, la animosidad y el puro interés propio se basan en analogías con la naturaleza humana, según fue conceptualizado en los escritos de pensadores tales como Tucídides, Maquiavelo y Hobbes. Lo que se derivó de dichas suposiciones es que si los hombres eran egoístas y estaban determinados por la voluntad de poder, así eran los estados. Esta visión no solo es reduccionista, sino también incompleta y carente de base científica. La neurociencia ha revelado la existencia de una imagen de la naturaleza humana mucho más compleja y algunos de estos descubrimientos ponen de manifiesto hechos sorprendentes acerca de la naturaleza del comportamiento humano. Al parecer, según se deriva del conocimiento y de las pruebas que aporta la neurociencia hasta el momento, existen tres rasgos principales que definen a la humanidad, a saber: emocionalidad (los seres humanos tienen una carácter mucho más emocional de lo que se creía anteriormente y las emociones juegan un papel muy importante incluso en los procesos cerebrales asociados con el pensamiento racional), amoralidad (de manera innata no somos morales ni inmorales, sino amorales: nuestra brújula moral se conforma y se solidifica en el transcurso de nuestra existencia) y egoísmo (definido como la búsqueda de aquellas acciones que maximizan nuestras posibilidades de supervivencia, que es una forma básica de egoísmo). A la luz de estos descubrimientos, la analogía realista debe ser actualizada. El problema no radicaba en la analogía hombre-estado, sino en la falacia de la definición de la naturaleza humana, que era muy especulativa. Por tanto, la teoría de las relaciones internacionales debe incorporar la noción del egoísmo amoral emocional de los estados y debe contemplar el comportamiento de los estados en toda su complejidad.

La segunda omisión del realismo, relacionada con lo anterior, radica en el hecho de que, en su adhesión al comportamiento racional, no reconoce la importancia y la omnipresencia de la emocionalidad en el comportamiento del estado y de la cultura estratégica, que constituye una expresión única de la historia distintiva de un país (real e imaginada) y de la experiencia en la política mundial. Existen varias fuentes en lo que respecta a la cultura estratégica: vinculaciones con normas culturales y la herencia, la historia, la religión y narrativas acerca de la historia del país y de su papel en el mundo. Entre los ejemplos cabe citar la obsesión de China con el “siglo de la humillación”, la persistente inseguridad y la profunda visión emocional de su pasado por parte de Israel o el orgullo de los Estados Unidos en lo que respecta a su carácter excepcional y su papel cómo faro de la democracia. Esto no significa que el interés pragmático nacional resulte irrelevante, sino que existen factores subjetivos adicionales que sesgan las elecciones “frías” y racionales de un país en lo que respecta a la política exterior y la estrategia.

Por consiguiente, podemos aceptar una definición genérica del interés nacional como elemento fundamental para los estados y el sistema internacional, si bien el contenido específico de dicho interés puede fluctuar. Por ejemplo, durante la administración Clinton, las siete estrategias de seguridad nacional identificaron tres intereses principales que tenían un carácter intemporal para los Estados Unidos: la defensa común, el bienestar general y la libertad y la democracia.  Todos estos objetivos se tradujeron en puntos de acción específicos pasando de una estrategia nacional de los Estados Unidos a otra.

La noción de arte de gobernar de la conciliación no debe, por tanto, ser confundida con el abandono total de las doctrinas pasadas sino que debe contemplarse en un continuo como un medio de adaptarse al entorno cambiante del siglo XXI. Reconociendo los distintos intereses anteriormente subrayados de una manera más profunda y cuidadosa, aquellos que deban poner en práctica el arte de gobernar pueden garantizar que las consideraciones contemporáneas que resulten cruciales para su profesión no sean ignoradas y que sus preocupaciones pragmáticas en lo que respecta al interés nacional tengan más posibilidades de ser tenidas en cuenta.

Accede al artículo original aquí.

Nayef Al-Rodhan

Filósofo, Neurocientífico, Geostratega

@SustainHistory

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