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26 enero 2022

Gerald Durrell y el amor por la vida salvaje

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La primera palabra que pronunció en su vida no fue “mamá” ni “papá”, sino “zoo”, según relataba en 1984 al periodista Esteban Sánchez-Ocaña en una entrevista para Televisión Española (TVE). Si aquello que le contó su madre Louisa era cierto, pocas vidas han tenido un objeto tan definido desde el inicio como la de Gerald Durrell (7 de enero de 1925 – 30 de enero de 1995). Quería tener su propio zoo y lo consiguió, en el cual emprendió un valioso trabajo de cría de especies en peligro de extinción, un modelo para muchas otras instituciones de conservación

Pero Durrell fue algo más: fue su propio personaje. A través de sus novelas libremente autobiográficas, especialmente la trilogía sobre sus años de infancia en la isla griega de Corfú, ha deleitado a millones de lectores con su prosa fresca, humorística y tierna. Y pocos libros como los suyos han contagiado el amor por los animales que fue la pasión de su vida. Aunque, según confesaba también en aquella entrevista, su animal favorito era su mujer.

Grecia y su familia como inspiración

Nacido en la ciudad india de Jamshedpur bajo dominio británico, su padre ingeniero falleció prematuramente, dejando a su viuda y a sus cuatro hijos en una posición insostenible económicamente en la Gran Bretaña de entonces. La familia optó entonces por una salida radical, emigrar en busca de un lugar más barato, y Corfú fue el destino. Allí el pequeño Gerry, con 10 años, pudo dar rienda suelta a su vocación de naturalista bajo las enseñanzas del médico y científico Theodore Stephanides, que trabó amistad con la familia. Mientras Gerald llenaba la casa de animales, su madre trataba de sacar adelante a sus hijos con unos recursos limitados y en un país cuya lengua ninguno de ellos hablaba. 

Pese a todo, fueron cuatro años felices hasta que en 1939 el estallido de la 2ª Guerra Mundial, con Grecia bajo el dominio de las potencias del Eje, obligó a los Durrell a abandonar Corfú. Años después Gerald plasmaría aquellas vivencias en Mi familia y otros animales (1956), Bichos y demás parientes (1969) y El jardín de los dioses (1978). Los libros contienen un cierto grado de ficción; por ejemplo, su hermano Lawrence —quien se convertiría en uno de los autores británicos más célebres del siglo XX, sobre todo con su tetralogía El cuarteto de Alejandría— no vivía con el resto de la familia, sino en otra casa con su esposa Nancy, que nunca aparece mencionada. Pero el propio Gerald aseguró que la mayoría de lo narrado es verídico. Los libros han sido llevados varias veces al cine y la televisión, con notable éxito.

Los años que Durrell pasó en Grecia con su familia le sirvieron como inspiración para escribir algunas de sus obras más conocidas. Imagen: Durrell Archives

Escribir fue una ocupación a la que Durrell dedicó buena parte de su vida a lo largo de un total de casi 40 libros, la mayoría autobiográficos, junto con varias obras para niños. Y, sin embargo, confesaba que no le complacía escribir, que lo hacía únicamente para ganarse un sustento y abrirse camino hacia la que debía ser la dedicación de su vida, ya que su falta de estudios no le granjeaba demasiadas oportunidades de empleo. A su regreso a Inglaterra trabajó en una tienda de mascotas, en una granja y finalmente en un zoo, antes de conseguir financiarse, con la herencia de su padre al cumplir los 21, su primera expedición en busca de animales.

Una apuesta por los zoos como centros de preservación

A lo largo de los años Durrell emprendió numerosos viajes por todo el mundo para capturar animales que vendía a diversos zoológicos, al tiempo que hacía también sus primeras filmaciones para documentales. Sin embargo, le decepcionó que los zoos dedicaran escasa atención a la recuperación de animales en peligro de extinción, la que él creía que debía ser su labor principal. Así, y cuando su situación y las ganancias obtenidas por Mi familia y otros animales se lo permitieron, hizo realidad el que siempre había sido su sueño, crear su propio zoo. Lo hizo en la isla de Jersey, un territorio de dependencia británica frente a la costa francesa en el canal de la Mancha. El parque se abrió en 1959, pero cuatro años después se expandió a un empeño más ambicioso, el Jersey Wildlife Preservation Trust (hoy Durrell Wildlife Conservation Trust, DWCT).

Bajo su emblema del dodo como icono de la extinción, durante seis décadas el DWCT ha criado en cautividad infinidad de mamíferos, reptiles y aves para evitar su desaparición; especies como la paloma rosada de Mauricio, el cernícalo de Mauricio, la tortuga angonoka de Madagascar o el sapillo balear, entre muchas otras, probablemente habrían desaparecido de la faz de la Tierra de no ser por el trabajo de Durrell. El Trust ha ejercido además una intensa labor de recuperación de especies por todo el mundo en cooperación con comunidades, organizaciones y gobiernos locales, formando a estudiantes y profesionales extranjeros en sus instalaciones a cargo del DWCT para después colaborar con ellos en el trabajo in situ.

A lo largo de todo ese tiempo, Durrell defendió a capa y espada el valor de los zoológicos para la regeneración de especies en peligro, frente a un creciente movimiento de oposición a estos parques. En 1985 publicaba en Nature la reseña de un nuevo libro, que aprovechaba para argumentar: “Los zoos en general están bajo ataque por parte de un grupo vociferante de los llamados amantes de los animales, mal informados en su mayoría e ignorantes de la función y el valor real de una colección zoológica bien gestionada”, escribía. Reconocía que no todos los zoos asumían esta función, pero valoraba que muchos de ellos habían dejado de ser “meros consumidores de criaturas salvajes” para ser sus “campeones y ayudantes”. Durrell insistía en uno de sus argumentos más repetidos: que, si las instalaciones se diseñan pensando en los animales y no en los humanos, la cautividad no es una prisión para ellos siempre que dispongan de un espacio similar a su territorio en la naturaleza; y que las cada vez más menguantes reservas naturales se están convirtiendo también en grandes zoos. Y no siempre bien gestionados.

BBVA-OpenMind-Yanes-Gerald Durrell-amor por la vida salvaje 2 - Gerald Durrell estableció en la isla de Jersey su parque zoológico destinado a preservar especies en peligro y a día de hoy sigue contando con 130 especies. Imagen: Byron Patchett
Gerald Durrell estableció en la isla de Jersey su parque zoológico destinado a preservar especies en peligro y a día de hoy sigue contando con 130 especies. Imagen: Byron Patchett

Con su salud minada por las consecuencias de sus expediciones, Durrell murió de septicemia en 1995. Sus cenizas hoy descansan en los terrenos del DWCT en Jersey. Tras su muerte, su viuda Lee ha continuado con su labor, aunque la organización ha atravesado dificultades económicas que han llegado a amenazar su supervivencia. En 2016, en una entrevista al diario The Guardian, Lee lamentaba que hoy los libros de Gerald no se leen tanto como antes. Y pese a todo, aquella entrevista venía motivada por el estreno de una nueva versión televisiva de la trilogía de Corfú, la serie The Durrells, que alcanzó un gran éxito de crítica y audiencia. Sin duda su legado permanece hoy tan vivo como las especies que salvó de la extinción. Lo cual demuestra que, si en algo Durrell era rematadamente torpe, era como profeta, cuando en 1984 dijo a TVE: “No me considero un verdadero escritor como mi hermano. Dentro de 50 años se seguirán leyendo sus libros, no los míos”. 

Javier Yanes
@yanes68

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