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03 mayo 2016

Transhumanismo: la tecnología sí puede jugar a los dados I

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Softwares que predicen el movimiento de los mercados mejor que cualquier analista; aparatos capaces de diagnosticar enfermedades con una precisión nunca antes vista; máquinas que pintan cuadros que se exponen en museos y se venden en galerías de arte; programas capaces de componer música sin que el ser humano sea capaz de distinguir si la sonata fue creada por un autómata o por una persona. Son muchos los ejemplos que nos muestran que el cambio no está por llegar, sino que realmente está ya entre nosotros.

No obstante, y dentro de que la tecnología y el ser humano hayan alcanzando ya una simbiosis casi enamoradiza, no quita que los inventos y descubrimientos más grandes siempre estén por llegar. Esto siempre fue así, y una vez más la historia no nos iba a defraudar.

Casi como un slogan de ciencia ficción presentó la revista Time en el 2013 el proyecto Calico: “Can Google solve death?” (en castellano, ¿puede Google solucionar la muerte?)

Este retrato futurista constituye un adelanto de lo que los grandes del mundo tecnológico de Silicon Valley como Larry Page, fundador de Google, Peter Thiel, fundador de Pay-Pal, o Mark Zuckerberg, entre otros, tienen en mente desde hace ya unos años. No es tanto si el buscador más utilizado del mundo pasó a formar parte el pasado agosto del consorcio empresarial Alphabet, o si nuestros datos de Facebook y WhatsApp ya son parte del patrimonio de Zuckerberg. Se trata de encontrar la solución al problema de nuestra vida: por qué nos morimos y ponerle punto y final a esto.

Calico o la búsqueda de la inmortalidad

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¿Puede google solucionar la muerte? Fuente: infobae.com

Y es por este proyecto del que Google y Apple forman parte, es el causante de que la revista Time se atreviera a utilizar este titular en su portada, que suscitó controversia por su excentricidad.  Calico busca en primera instancia desarrollar tecnologías con las que combatir el envejecimiento y sus enfermedades asociadas, como el alzhéimer, el cáncer o los fallos cardíacos.

En esta prolongación de la vida va implícita la búsqueda de uno de los mayores tesoros perseguidos por el ser humano en todos los tiempos, que es la figura que queda retratada en el Génesis,  la inmortalidad descrita y plasmada en la figura de Matusalén, que murió con 969 años.

Neil Harbisson, el primer ciborg reconocido que “escucha los colores”

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Neil Harbisson y su antena. Fuente: flickr.com

Harbisson es la personificación de la sinestesia, y el primer ciborg reconocido de la historia. Él puede escuchar lo que otros solamente ven: los colores. Conocida es la obra de Kandinsky, “De lo espiritual en el arte” donde defiende la sinestesia y desdeña así su primera experiencia sinestésica: “Los violines, los profundos tonos de los contrabajos, y muy especialmente los instrumentos de viento personificaban entonces para mí toda la fuerza de las horas del crepúsculo. Vi todos mis colores en mi mente, estaban ante mis ojos. Líneas salvajes, casi enloquecidas se dibujaron frente a mí” (Kandinsky, 1913/ed.1982, p. 364).

Sinestesia real y palpable, que permite al primer ciborg reconocido oficialmente por un gobierno vivir más allá del blanco y negro. Padece una enfermedad congénita no progresiva denominada acromatopsia, o ceguera para los colores, y ha pasado a la historia como el primer hombre-máquina desde que en el año 2004 se le implantó un “eyeborg”. Este ojo biónico al que también se le denomina llanamente “antena” y de manera metafórica “tercer ojo”, está osteointegrado dentro de su cráneo y sale de su hueso occipital.

Esta tecnología revolucionaria le permite, entre otras funciones, oír las frecuencias del espectro de luz, que incluyen colores invisibles para el ojo humano como infrarrojos y ultra violetas. Además, como este chip está conectado a Internet, e incluso puede atender  llamadas telefónicas.

Le miran más que a un personaje famoso y su ropa, más que conjuntar, debe “sonar bien”. Harbisson recuerda lo duro que fue enfrentarse a la cruda realidad, ya que como ha dicho en más de una ocasión: “me costó mucho salir a la calle con la antena: la gente se ríe de ti, es algo constante desde aquel día de verano. Tuve que aprender a ignorar eso. Gané el sentido del color y perdí el del ridículo”.

Antes de ser un ciborg en el sentido estricto de la palabra, justo cuando cursaba el bachillerato, llevaba una antena en la cabeza y un ordenador de 5 kilos pegado a su torso, creado por el experto tecnológico Adam Montandon y él mismo. Por aquel entonces no se había dado la fusión de la tecnología y lo humano en su organismo. Harbisson afirma que entonces se sentía entre dos mundos, ahora ya no.

Para él con las Google Glass se extiende el conocimiento pero no la percepción. “¿De qué sirve que me diga que eso es azul? ¡Yo quiero sentirlo!”.

Kevin Warwick: el primer humano con implantes cibernéticos

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Kevin Warwick experimentando. Fuente: flickr.com

Desde que en 2013 se presentase el libro “Hay futuro: visiones para un mundo mejor”,  en el que Kevin Warwick participaba con un artículo sobre inteligencia artificial y cibernética, el profesor de cibernética en la Universidad de Reading no ha hecho más que dar que hablar. Y es que Warwick no se dedica solamente a la investigación, sino que presume de haber hecho de “conejillo de indias” en más de una ocasión.

Es el primer humano e investigador mundialmente conocido que ha experimentado con implantes cibernéticos en su propio cuerpo.

La primera vez que experimentó ser un hombre-máquina fue en 1998 cuando se implantó en el antebrazo durante nueve días un transmisor conectado a un ordenador que le permitía conocer su ubicación. El segundo intento de fusión con la tecnología fue cuando se utilizó un chip instalado en su muñeca, que le posibilitó desde la universidad de Nueva York y contando con las señales emitidas por su cerebro, mover una mano robótica instalada en Inglaterra.

El tercer estudio llevado a cabo en el año 2002 y para el cual contó con la ayuda de su mujer, implicaba la utilización por parte de ambos de unos chips con los que consiguieron establecer una comunicación telepática entre ellos. En concreto, ambos vincularon sus sistemas nerviosos a Internet. Irina, su mujer, movió su mano tres veces y Warwick pudo percibir ese movimiento desde la distancia.

Este experimento dejó en evidencia que era posible mandar información de sistema nervioso a sistema nervioso, como ya está ocurriendo con pacientes tetrapléjicos a los que se les ha conseguido estimular el sistema nervioso con este tipo de tecnología. El siguiente paso, en el que trabaja en estos momentos es la transferencia de información de cerebro a cerebro.

Sin embargo, de los tres experimentos el último es el más arriesgado y el investigador alude siempre a los problemas éticos que sus experimentos conllevan. A él también se repite continuamente la siguiente pregunta: ¿Dónde está el límite?

Lo “líquido” en la esencia de lo humano

La figura del cambio parece regir todas las esferas y estructuras entre y con las que vivimos. Esta es la idea central del sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, cuando habla de su principal tesis, sobre la “Modernidad líquida”. Vivimos, según él, una época caracterizada por la transitoriedad, la desregulación, la liberalización, la precariedad de los vínculos humanos y del carácter volátil y perecedero de las relaciones.

Y es que esta “liquidez” no solamente afecta a las estructuras que nos han acompañado y que, aunque se tambalean en estos momentos, siguen deslizándose de un extremo a otro en busca de su equilibrio. Si dirigimos la mirada a la idea transhumanista de que en el ser humano está inscrita esa idea de devenir, y en el mejor de los casos, de mejoramiento eterno, y teniendo en cuenta también la marca reduccionista de que el ser humano se define en último término por ser “una red de conexiones neuronales”, podemos concluir que si alteramos el cerebro humano se conseguirá alterar la naturaleza humana y se dará el paso del humano al posthumano, pero no solo en un laboratorio. Lo que nos define como seres humanos sería a fin de cuentas nuestra capacidad de moldearnos y adaptarnos.

El debate está servido

Como una mano que todo lo recorre, Internet está cada vez más integrada en nuestras vidas, y lo que nos falta por saber es cómo se irá integrando incluso con nuestros cuerpos, algo que se ha hecho ya en algunos casos. Científicos, ingenieros, filósofos y todo aquel tecnooptimista lo tiene muy claro.

Las voces y opiniones sobre este tema van alcanzando la velocidad de la luz y hay declaraciones como la del periodista científico Javier Sampedro, que afirma que “ya hay dispositivos que nos superan en muchos ámbitos. Queda por ver cuándo nos sobrepasarán en talento.” ¿Serán posibles a corto plazo las máquinas inteligentes?

Además, Sampedro se atreve a decir más: “los avances de la inteligencia artificial son tan brillantes que resulta inevitable extrapolarlos al futuro. Como el día en que busquemos en Google con solo pensarlo, o llevemos incorporada la Wikipedia en un chip de acceso instantáneo para nuestra memoria perezosa; el día en que nuestra propia inteligencia de carne y nervio se vea multiplicada por mil, gracias a una red neuronal adosada al lóbulo frontal. Un día, al fin, en que todos los conocimientos, emociones y vivencias del individuo se puedan descargar en la nube y hayamos inventado así el alma inmortal. Y en el que las máquinas nos sobrepasen en talento, nos manden a criar malvas y conquisten la galaxia. Esperemos que en ese orden”.
No sabemos si “Dios no juega a los dados” como decía . Este enunciado, que funciona ya casi como un slogan, fue popularizado por el físico de la relatividad para explicar dos premisas que no han sido validadas ni refutadas del todo por completo. Para él, en el espacio no hay hueco para el azar, y de momento no hay nada que pueda viajar más rápido que la velocidad de la luz. Sin embargo, aunque no se haya desmontado ni tampoco confirmado lo que dijo Einstein, y dado que aún hay mucho por descubrir, codificar y descodificar, dejo la pregunta abierta: ¿Podrá el transhumanismo realmente jugar a los dados? 

Rosae Martín Peña

Online marketing manager

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