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13 abril 2016

Lo que nos ha enseñado la sinestesia

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Cuando Mario escucha a Mozart, en su cabeza aparece una sinfonía de colores. Alicia asocia el olor del aire fresco a un rectángulo, mientras que el aroma del café tiene forma de nube. Por su parte, Álvaro asegura “ver” su nombre en tonos rojos, porque empieza con la letra A. No es fruto de una imaginación desbordante, sino de la sinestesia, una configuración neurológica que combina la información procedente de distintos sentidos. La medicina describió esta peculiar manera de sentir en el siglo XIX. Y recientemente la neurociencia ha profundizado en sus mecanismos, demostrando que, en cierta medida, todos los seres humanos somos un poco sinestésicos aunque no seamos conscientes de ello.

“Reflectionist” La fotógrafa Marcia Smilack utiliza su experiencia sinestésica guiándola hacia la creación de imágenes estéticamente agradables. Crédito: Marcia Smilack

Más allá de ser una condición que afecta a una de cada 25 personas del planeta —es decir, es más frecuente que el autismo, a pesar de que se habla poco de ella—, la sinestesia tiene mucho que enseñarnos sobre el funcionamiento del cerebro humano. Sin ir más lejos, investigadores de la Universidad de Sussex (Reino Unido) analizaron recientemente cómo reaccionaban varios sinestésicos cuando se les mostraban palabras compuestas como paraguas, espantapájaros, baloncesto y arcoíris. En concreto trabajaron con una veintena de sinestésicos grafema-color (GC), que hace que los números y las letras se identifiquen con colores específicos. En el experimento debían identificar qué palabras tenían asociado un color y cuáles se vinculaban con dos. Los resultados revelaron que a casi todas las palabras (el 75%) se les asignaban con dos colores, y solo los términos compuestos de uso frecuente en el habla cotidiana tenían asociado un solo color.  De lo que se desprende que el cerebro humano, tanto en sinestésicos como no sinestésicos, procesa las palabras compuestas como dos unidades si son poco comunes y como una unidad cuando son de uso cotidiano. Relacionado con esto estaría otro estudio de la Universidad de Waterloo (Canadá) que sugería que para los sinestésicos brillan más las letras y las cifras que usamos a diario.

Vídeo: “What color is Tuesday? Exploring synesthesia” Credit: Richard E. Cytowic / TED-Ed

Explorando el cerebro de los sinestésicos, los neurocientíficos también han aprendido que el funcionamiento de su sesera no es incorrecto sino más bien desproporcionado. Dicho de otro modo, tienen un cerebro hiperexcitable. En concreto, en el caso de la sinestesia grafema-color,  para poner en marcha las neuronas de la corteza visual primaria -encargada de procesar lo que vemos- se necesitan muchos menos estímulos de los que se precisan para activar esas mismas células nerviosas en un cerebro normal. Incluso es posible eliminar o aumentar las experiencias sinestésicas bajando o subiendo el umbral de excitación de las neuronas. “Con un menor umbral es más fácil que las neuronas se enciendan, y esto da acceso a una experiencia consciente del color cuando vemos letras o números”, aclara Cohen Kadish, coautor del estudio.

En su laboratorio del Centro Monell de Sentidos Químicos de Filadelfia (EE UU), Johan Lundstrom ha llegado a una conclusión parecida. Estimulando eléctricamente la corteza visual de sujetos “normales” consiguió algo inesperado: mejorar la capacidad de su olfato. Su experimento demostraba que, a un nivel básico, las estructuras cerebrales implicadas responsables de procesar la información de la vista y el olfato están conectadas en todos nosotros. “El cruce entre sentidos existe en todos los seres humanos, así que podemos ser considerados universalmente sinestésicos hasta cierto grado”, defiende Lundstrom.

Esto nos conduce a una teoría según la cual los sinestésicos no experimentan asociaciones extraordinarias, sino que sencillamente se hacen conscientes de ellas mientras el resto de la población las ignora. Dicho de otro modo, cualquier cerebro es capaz de conectar los estímulos captados por distintos sentidos, pero en 24 de cada 25 individuos esto sucede a un nivel inconsciente. Estudiar a los sinestésicos, por lo tanto, arroja luz sobre los mecanismos cerebrales que subyacen a la experiencia consciente de todos los seres humanos.

También podría proporcionarnos trucos para mejorar la memoria. Hace más de una década, un equipo de investigadores canadienses se topó con una estudiante de 21 años con sinestesia -C., en sus informes que recordaba mejor que nadie las ristras de números. ¿Casualidad? Parece que no, según los datos recabados por el británico Nicolas Roten, que asegura que tiene sentido si consideramos que las experiencias “extraperceptivas” aumentan la codificación de la información y ofrecen más oportunidades de recordar los estímulos. Sobre todo en lo que afecta a la memoria visual. Por su parte, Clare Jonas en la Universidad de East London. Entrenando a no sinestésicos para que hagan las mismas asociaciones entre letras igual que un sinestésico ha demostrado que su capacidad para recordar series de letras mejora. Jonas cree que la “sinestesia entrenada” podría incluso ayudar a pacientes con daños cerebrales a recuperarse, y hasta frenar el deterioro cognitivo en enfermos de alzhéimer.

Elena Sanz para Ventana al Conocimiento
@ElenaSanz_

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