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25 enero 2021

COVID-19: la pandemia que ha retado a la inteligencia humana

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Poco antes de pasar al 2020, nuestras vidas eran de alguna manera no una mera copia de los años anteriores, pero se puede decir que el hilo conductor que las dominaba estaba marcado por una serie de hábitos y patrones constantes. Los niños jugaban dentro y fuera del aula, y en muchos casos incluso apelotonados, mezclados, unos más ávidos y otros más rezagados. Había espacio para todos, incluso para las manos sucias, ya que el lavárselas compulsivamente podría haber sido considerado como un síntoma de algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Esa era la normalidad. Además, por aquel entonces, ni siquiera hacía falta en la jerga habitual eso de la tan aclamada e incluso garabateada por doquier “distancia de seguridad”. Además, nadie conocía los distintos tipos de mascarillas, que actualmente nos cubren una buena parte del rostro, y nos invitan a comunicarnos a través del lenguaje corporal, en concreto, del contacto visual.

BBVA-OpenMind-combatir la pandemia sin empeorar la salud del planeta-Pandemia y medioambiente 4-Un estudio del University College London estimó que las mascarillas de tela lavadas a máquina y sin filtros desechables minimizan el impacto ambiental. Fuente: Pikist
Las mascarillas han pasado a ser parte habitual de nuestro atuendo. Fuente: Pikist

Pero si dirigimos de nuevo la mirada hacia nuestras manos desde que opera la nueva normalidad establecida por la COVID-19, el uso que hacemos de ellas ha cambiado y para algunos por completo y para siempre. En concreto, se habla de unas manos trilladas por el pasar de los años, por la experiencia acumulada de aquellos, que integran actualmente “la población de riesgo”, por ser el grupo más vulnerable al coronavirus. Decir, que muchos de ellos se han quedado sin jugar su partida de cartas en los hogares, sin recibir la visita de sus familiares, y allegados. De hecho, gran parte de los que se han ido con esta pandemia, han sido nuestros mayores y lo han hecho sin haber podido dar su último adiós con un buen apretón de manos.

Cambio de paradigma: una necesidad psicológica y sociológica

Sin más, la pandemia de COVID-19 llegó para quedarse. Todos esperamos ansiosos a poner un punto final a la que es una especie de pesadilla, un relato de ficción con tintes apocalípticos. Y es que ese final llegará tarde o temprano, porque si de algo se puede estar prácticamente seguro como bien reseña este sabio refranero español “no hay mal que cien años dure”. No obstante, no seamos ingenuos, el retorno a lo que se considera vida normal estará lejos de ser lo que era la normalidad de antes.

Los efectos disruptivos que ya dejó en la primera ola, o que está dejando actualmente la pandemia en las rutinas diarias de los habitantes de la mayoría de los países del mundo, han marcado un punto de inflexión en la historia. Su negación sería oponerse a lo evidente. La forma en la que estábamos entendiendo, aislando los fenómenos, tomando decisiones, o tratando de comprender trivialmente lo que se conoce como realidad, no era adecuado para los tiempos que corren.

De este modo, esta crisis sanitaria nos ha sumergido de manera acelerada ante un “cambio de paradigma”, tal y como lo refleja el físico y filósofo de la ciencia Thomas Kuhn en su libro, La estructura de las revoluciones científicas (Thomas Kuhn, 1962).

En este libro, cuyos pensamientos siguen de alguna manera vigentes, Kuhn habla de que la ciencia no evoluciona gradualmente hacia la verdad, y además ataca que el desarrollo de esta se produzca de manera lineal. Es decir, por la acumulación de hechos independientemente de los cambios que se vayan produciendo tanto en la teoría como en los fenómenos a los que trata de dar respuesta. Para Kuhn, una vez que se ha producido la llamada crisis, la salida a la misma se basaría en la emergencia de nuevas teorías, y modelos que tratarían de poner fin a las incongruencias existentes, y que conformarían lo que este físico y filósofo de la ciencia denomina un nuevo paradigma para explicar la realidad. Lo interesante del pensamiento de Kuhn es que como dice él en su libro: “la razón para la elección de un nuevo paradigma no es el resultado de procesos de razonamiento lógicos, sino que tiene que ver con razones de carácter psicológico y sociológico”.

BBVA-OpenMind-Thomas Kuhn -La estructura de las revoluciones científicas
La estructura de las revoluciones científicas (Thomas Kuhn, 1962)

De hecho, no estamos al menos de momento ante un cambio de paradigma basado en profecías y otras predicciones que se han hecho y que apuntaban al reemplazo de los humanos por parte de sistemas de inteligencia artificial. Sino que más bien se diría que el cambio de paradigma se basa en nuestra compresión de lo más básico, tal vez de lo más humano, que es la forma en la que comprendemos, y nos relacionamos con la naturaleza física, y en cómo nos adaptamos a ella con el fin de seguir perpetuando la existencia de nuestra especie.

La historia de un fracaso: el del modelo mecanicista para explicar la realidad

Una forma de poder argumentar el cómo se ha llegado a esta crisis sanitaria tiene que ver con la concepción tradicional, y la producción de la ciencia desde el enfoque del paradigma clásico o cartesiano-newtoniano que, aunque no sea el único que existe parece que sigue siendo el que más fuerza tiene hasta el momento en múltiples ámbitos del saber.

Lo más sencillo para entender este modelo de la realidad es la metáfora que utiliza el físico y químico IIya Prigogine y la filósofa Isabelle Stengers en su libro El orden fuera del caos, y que dice así: “en la ciencia clásica no hay lugar para el azar en el mundo, todas las piezas se unen como engranajes de una máquina cósmica”. Esta forma tradicional de comprender y producir ciencia tiende a enfatizar la estabilidad, el orden, la uniformidad, y el equilibrio. Sin embargo, si queremos mejorar nuestra habilidad para tomar mejores decisiones y evitar eventos de la envergadura del coronavirus, deberíamos partir de la comprensión de la realidad, de la ciencia y por supuesto, también de las sociedades en términos de desorden, inestabilidad, diversidad, desequilibrio y relaciones no lineales.

Esta visión de la realidad encaja a su vez con la mención que hace el informático y filósofo Judea Pearl, en su libro El libro del porqué: la nueva ciencia de la causa y el efecto, a los antropólogos N. Harari y S. Mithen. Ambos están de acuerdo en que el ingrediente decisivo que dio a nuestros antepasados del Homo Sapiens la capacidad de lograr el dominio global, hace unos 40.000 años, fue su habilidad de coreografiar una representación mental de su entorno, interrogar esa imagen interna, distorsionarla mediante actos mentales de imaginación y, por último, responder al tipo de preguntas del tipo “¿Y sí?”. Aquí ya no se habla solamente de observar lo observable, sino de imaginar lo posible racionalmente, como bien deja escrito la neurocientífica Ruth Byrne en su libro: La imaginación racional.

El Libro del Porque "La Nueva Ciencia de la Causa y el Efecto" (Judea Pearl y Dana McKenzie)
El Libro del Porque “La Nueva Ciencia de la Causa y el Efecto” (Judea Pearl y Dana McKenzie)

¿No han sido las investigaciones que han posibilitado la vacuna contra el coronavirus ese ejercicio mental del que hablan los dos antropólogos y la neurocientífica Ruth Byrne? Y de haberlo hecho ¿Qué relación tiene con nuestra comprensión o percepción de la inteligencia humana?

La vacuna contra el virus: la imaginación puesta al servicio de la sociedad

“La capacidad de resolver problemas para adaptarse de manera eficiente al medio” es una manera simple pero directa de definir la inteligencia. Y es que para poner freno o fin a la pandemia causada por la COVID-19, se requiere de la puesta en marcha de ciertas capacidades cognitivas, o lo que es lo mismo, de ciertas conductas inteligentes.

Sin embargo, hablar de la inteligencia de una manera tan abstracta y general sirve de poco. Conviene personalizarla con un relato de carne y hueso. Esta historia es la de incluso más de cuarenta años de esfuerzos investigando sobre el ácido “ARN mensajero”, y que ahora se ha convertido en la principal baza para luchar contra el coronavirus en el mundo entero. La historia continua con estas declaraciones, que corresponden a la investigadora, que está detrás de este descubrimiento: “jamás llegué a imaginar que se pondría tanta atención a esta tecnología. No estaba preparada para ser el centro de atención”.

Y es que, cuando una intuición se convierte en una forma de vida, no importa pasar años en la oscuridad. No se habla aquí de un cuarto oscuro, sino de ser un desconocido, e incluso rechazado de maneras muy diversas por la propia comunidad científica de la que se forma parte. Este es el relato vital de Katalin Karikó, la bioquímica que está detrás de las vacunas contra la COVID-19 de los laboratorios Pfizer/BioNTech y Moderna, y que conforma la no lista corta de uno de los fascinantes ejemplos de investigadores, que tienen como meta una visión, que se acompaña de un trabajo diario a sol y sombra en el que prima la perseverancia, la confianza y una creencia incluso ciega, obsesiva en lo que se hace. De ese ímpetu, en este caso del de Katalin ha podido surgir de nuevo una revolución que cambiará la forma en la que se tratarán muchas enfermedades, más allá de traer solamente a un nuevo estadio al mundo tras meses de limitaciones y barreras causadas por la pandemia, o al menos esa es nuestra esperanza.

BBVA-OpenMind-Katalin Kariko-Katalin Karikó, la bioquímica que está detrás de las vacunas contra la COVID-19 de los laboratorios Pfizer/BioNTech y Moderna. Autor: Krdobyns
Katalin Karikó, la bioquímica que está detrás de las vacunas contra la COVID-19. Autor: Krdobyns

No obstante, el camino de Katalin hasta aquí no ha sido fácil o sino lean. En la década de los 80 cuando toda la financiación y esfuerzos estaban puestos en el ADN, que era visto capaz de transformar las células para curar patologías como el cáncer, la bioquímica húngara no dejó de investigar con el ARN. En el año1995, recién recuperada de un cáncer, y tras 5 años persiguiendo un proyecto que nadie quiso financiar, perdió buena parte de su credibilidad. Para un investigador y profesor universitario es básicamente el comienzo del fin en lo que respecta a su carrera académica.

Pero quién le iba a decir que los orígenes de la vacuna para la COVID-19, surgirían tan solo dos años después. En concreto fue en 1997 fruto de un encuentro fortuito en una fotocopiadora con el inmunólogo Drew Weissman, uno de los investigadores para la vacuna contra el VIH, que desembocó en un trabajo conjunto centrado en desarrollar una solución, que permitiese que el sistema inmunológico no reconociese el ARN sintético. Ahora, ambos investigadores, están cada vez más cerca de recibir un premio Nobel por sus descubrimientos, lo cual no es para menos.

Sin embargo, y aunque la vacuna ofrezca una alta seguridad, garantizarla al 100% no es lo más adecuado, del mismo modo, que tampoco lo son las soluciones únicas a situaciones tan complejas como la de la actual pandemia. Así, conviene dejar espacio a esa “imaginación racional”, considerada si se quiere como uno de los ingredientes más potentes de la inteligencia humana.

Porque si seguimos basándonos la mayor parte del tiempo en repetir y parafrasear lo que se hizo, lo que ya está escrito, o solamente nos mantenemos en la superficie de lo observable, corremos el riesgo de caer en lo que el psicólogo social Daniel Kahneman, recoge en su libro Pensar rápido, pensar despacio sobre el funcionamiento de nuestras mentes: “podemos ser ciegos a los obvio, y somos a su vez ciegos a nuestra propia ceguera”. Está en nuestra mano dar ese salto y convertirlo en lo normal, lo cual sería por el momento la conducta humana más inteligente, por ser además un terreno aún alejado de las capacidades cognitivas de los sistemas de inteligencia artificial.

Rosae Martín Peña

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