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27 mayo 2019

Contabilidad del capital natural: ¿qué le debemos al medioambiente?

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En un mundo orientado a la sostenibilidad, preocupado por los problemas ambientales y el cambio climático, el business as usual parece tener los días contados. La línea divisoria antes nítida entre economía y naturaleza, se va desdibujando cada vez más. Antes éramos unos pocos los que sabíamos que la rentabilidad económica no es lo único que importa. Ahora, cada vez más organizaciones lo saben.

Para hablar de RENTABILIDAD en mayúsculas tenemos que incorporar el valor de los recursos naturales en las cuentas de resultados. Este mensaje es contundente y llega tanto del sector público como del privado: leyes de información no financiera, los criterios cada vez más estrictos de los ratings de inversión o la transformación inexorable del sector financiero hacia la inversión responsable. Los indicadores de desempeño ambiental son a día de hoy el Santo Grial en la evaluación del riesgo y de la toma de decisiones corporativas. Por ello, están surgiendo un gran número de iniciativas orientadas a valorar la dependencia y el impacto que las actividades económicas tienen sobre el capital natural. El primer paso es hablar todos en el mismo idioma.

Lenguajes comunes para saldar nuestra deuda con el planeta

Está relativamente consensuado que para incorporar el capital natural a la toma de decisiones, el lenguaje común son los servicios ecosistémicos. Los servicios ecosistémicos son el conjunto de bienes y servicios que nos proporcionan los ecosistemas y que son la base de las actividades económicas. El stock de estos bienes y servicios ambientales es en sí el capital natural. Para saber qué servicios ecosistémicos podemos considerar en nuestras cuentas internas existe una Clasificación Internacional de Servicios Ecosistémicos (CICES, por sus siglas en inglés). También existen algunas herramientas que permiten cuantificar directamente algunos de esos servicios ecosistémicos como ESTIMAP.

Herramienta para cuantificar los servicios ecosistémicos de la Comisisón Europea / Imagen: European Commission, Joint Research Centre. Institute for Environment and Sustainability

Para incorporar los servicios ecosistémicos a la contabilidad de las empresas y los gobiernos, tenemos que transformarlos en unidades monetarias. En este sentido, existen estándares como el System of Environmental-Economic Accounting – Experimental Ecosystem Accounting (SEEA EEA) que busca establecer los criterios en base a los cuales los flujos y activos ambientales pueden interpretarse en términos económicos. En paralelo, surgen iniciativas como The Economy of Ecosystems and Biodiversity (TEEB) que trata de trasladar la contabilidad del capital natural a los tomadores de decisiones o InVEST, una serie de modelos de código abierto para mapear y valorar los servicios ecosistémicos.  

La degradación de los ecosistemas funciona como un regulador económico en la oferta y demanda del capital natural. Por ello tenemos que tener en cuenta los impactos ambientales a la hora de definir el valor económico de un determinado servicio ecosistémico. El Natural Capital Protocol facilita la definición de los impactos de una actividad y la integra con la definición de los recursos naturales que son clave.

La deuda de capital natural: un traje a la medida de una economía sostenible

A partir de toda esta información, las organizaciones podrían tener una idea de la deuda que adquieren con los ecosistemas y tomar decisiones estratégicas sobre cómo corregirla y compensarla de manera más eficiente. Esto permite asegurar la sostenibilidad de la propia actividad económica a largo plazo. No obstante, a día de hoy el cálculo de la deuda que adquirimos con los ecosistemas es como hacerse un traje a medida.

A pesar del esfuerzo económico y logístico que supone desarrollar herramientas para cuantificar la deuda de una empresa con la naturaleza, la inversión tiene un retorno incalculable / Imagen: Qinghill en Unsplash

La cuantificación de servicios ecosistémicos y su valoración en términos económicos requiere información más detallada y, en ocasiones, la recolección de datos específicos que a día de hoy no están disponibles. Además, el desarrollo de herramientas para calcular nuestra deuda con la naturaleza involucra a comunidades profesionales diversas donde científicos y economistas trabajen mano a mano con gestores. Aún así, esta falta de información y la necesidad de trabajar en grupos multidisciplinares, es una preocupación menor en tanto en cuanto las organizaciones tienen cada vez más integrada la recolección de datos concretos y la colaboración con otras entidades.

Incluso cuando el cálculo de la deuda que adquiere determinada empresa o actividad con los ecosistemas implica una inversión de recursos extra, lo cierto es que es un paso significativo hacia la consecución de una economía más sostenible. En este sentido, ya hay organizaciones convencidas de que este es el camino y se están desarrollando herramientas capaces de integrar todos los aspectos que hemos mencionado, empleando mecanismos de financiación público-privada.

Una vez más, parece que transformar nuestro modelo productivo para que se integre mejor con el entorno es solo una cuestión de voluntad. ¿Empezamos?

Sandra Magro

 

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