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18 octubre 2018

Rayos y centellas: ¿existió la cometa de Benjamin Franklin?

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Cada edición de un periódico sale a la calle con vocación de pasar a la historia, y el Pennsylvania Gazette lo logró el 19 de octubre de 1752. Aquel día el propio dueño de la publicación firmaba un artículo, no para editorializar sobre algún asunto político, sino con otro propósito más inusual: informar del éxito de un experimento que había empleado utensilios cotidianos como una cometa y una llave para demostrar “la semejanza de la materia eléctrica con la del rayo”.

Aquel editor era también político, inventor, científico y uno de los padres fundadores de EEUU. Pero pese a las incontables actividades de Benjamin Franklin (17 de enero de 1706 – 17 de abril de 1790), el experimento de la cometa ha perdurado en todo el mundo como su hazaña más conocida, considerada el nacimiento de la ciencia eléctrica. De hecho, está muy extendida la idea de que aquel día Franklin descubrió la electricidad gracias a un rayo que cayó sobre su cometa, una prueba de que el devenir de la historia ha creado una amalgama de realidades, mitos e incógnitas.

Lo cierto es que en aquel artículo Franklin no se atribuía la ejecución del experimento, lo que junto a los escasos detalles ha llevado a algunos estudiosos a asegurar que ni la cometa ni su vuelo existieron jamás. Tras el escueto artículo de Franklin, la única referencia contemporánea detallada apareció en 1767 en History and Present Status of Electricity, obra del químico inglés Joseph Priestley, quien presuntamente recabó los datos del propio Franklin.

Retrato de Benjamin Franklin. Crédito: The White House Historical Association

En 2003, Tom Tucker publicó Bolt of Fate: Benjamin Franklin and His Electric Kite Hoax (Public Affairs Books), donde argumentaba que la historia de la cometa había sido una broma de Franklin hacia la Royal Society británica por no tomarle en serio como científico. Tucker llegó a tratar de reproducir el experimento siguiendo las instrucciones publicadas por Franklin, al parecer sin éxito: ni la cometa volaba, ni podía hacer lo que Franklin aseguró que hacía.

El origen del pararrayos

Pero ¿qué era lo que presuntamente hacía? Conviene subrayar que Franklin no descubrió la electricidad. Este fenómeno natural se conocía al menos desde el antiguo Egipto a través de las descargas de ciertos peces, y en 1600 el médico inglés William Gilbert acuñó el término en latín electricus —que significa “como el ámbar”— en referencia a la propiedad de este material de atraer objetos cuando se frotaba. En el siglo XVIII la electricidad estática era ya una materia de estudio para varios científicos, y Franklin comenzó a interesarse en ella en la década de 1740 gracias a un regalo de su amigo el botánico inglés Peter Collinson: un simple tubo de vidrio que se cargaba de electricidad al frotarse.

Cronología interactiva: Tormentas eléctricas

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Sin embargo, aún no se había probado la relación entre esta curiosidad y los mortíferos rayos causados por las tormentas. Entre 1749 y 1750, Franklin escribió a Collinson sugiriendo esta relación y un método para demostrarla: colocando una barra de hierro afilada sobre un edificio y conectándola a tierra por un cable, proponía, se lograría transmitir la electricidad de las nubes al suelo y así disiparla para evitar la caída de los rayos.

Así, Franklin inventó el pararrayos, pero en un curioso semifallo: en realidad el ingenio no podía prevenir los rayos como su inventor creía, sino que ofrecería un camino de mínima resistencia para que cayeran sobre él y no sobre los edificios, logrando en cualquier caso el objetivo de preservar las construcciones. Interesado en la propuesta de Franklin, Collinson leyó sus cartas a la Royal Society, de la que era miembro, y pronto las ideas del americano se extendieron por la comunidad científica europea.

A raíz de ello, en mayo de 1752 el francés Thomas-François Dalibard llevaba a la práctica por primera vez el experimento de Filadelfia, probando que el pararrayos era capaz de robar electricidad a las nubes. En los meses siguientes lo mismo se repetía en Inglaterra. Por su parte y sin conocimiento de estos avances, en junio Franklin decidía abandonar su idea de esperar a la colocación de una nueva aguja en la iglesia de Christ Church, en Filadelfia, optando en su lugar por una solución más audaz: elevar su pararrayos al cielo en una cometa.

El experimento de Franklin con la cometa, en junio de 1752. Fuente: The Pennsylvania State University

El experimento de Franklin

Tal vez Franklin habría desistido de haber sabido que un rayo podía impactar en su artefacto y costarle la vida. Pero “no cayó ningún rayo en su cometa”, aclara a OpenMind el arqueólogo e historiador Michael Brian Schiffer, autor de Draw the Lightning Down: Benjamin Franklin and Electrical Technology in the Age of Enlightenment (University of California Press, 2003). En su lugar, el cordel mojado de la cometa transmitió la electricidad de las nubes a la llave de hierro y de ahí a una botella de Leyden, un primitivo condensador. “Creo que Franklin hizo el experimento, pero ha sido mal entendido por críticos y escépticos, probablemente porque no se describió bien”, añade Schiffer.

Esta continúa siendo hoy la versión aceptada por la mayoría de los expertos. “No creo que Franklin hubiera mentido a Priestley, a quien admiraba”, señala a OpenMind el historiador Henry W. Brands, autor de The First American: The Life and Times of Benjamin Franklin (Doubleday, 2000). Por su parte, el científico atmosférico E. Philip Krider, especialista en tormentas eléctricas y autor de diversos estudios sobre la ciencia de Franklin, apunta a OpenMind que el experimento fue después repetido y publicado por otros científicos, como John Lining en 1753. “No tengo duda de que Franklin hizo el experimento de la cometa justo del modo en que dijo que lo hizo”, afirma. Pero en el fondo y como advierte Brands, “no hay ninguna prueba, así que uno no puede estar seguro”.

Javier Yanes

@yanes68

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