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11 febrero 2016

Grandes aventureros de la ciencia

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Ciencia y exploración siempre han formado una simbiosis provechosa. Desde que existe la historia, el ser humano ha aplicado el conocimiento de cada época al descubrimiento de nuevos mundos, y a su vez la exploración ha contribuido al progreso de la ciencia, ayudándonos a comprender la naturaleza y a desarrollar nuevas tecnologías. Aunque hoy ya no quedan espacios blancos en el mapa, continuamos explorando nuestras últimas fronteras, los fondos oceánicos y el espacio extraterrestre. Parte de nuestra ciencia actual se la debemos a ellos: estos son algunos de los grandes aventureros que prestaron sus hombros para que podamos seguir mirando más allá.

Charles Darwin 

A Charles Darwin (12 de febrero de 1809 – 19 de abril de 1882) difícilmente lo definiríamos como un aventurero. Y sin embargo, en un momento crucial de su vida en el que su mente práctica le llevó a elaborar una lista con las ventajas e inconvenientes de la decisión de casarse con su prima Emma Wedgwood, no solamente consideró que el matrimonio le robaría tiempo de sus lecturas o de sus discusiones científicas; también temió que unirse a una mujer le impediría “ver el continente, ir a América, volar en globo o hacer un viaje en solitario a Gales”, como él mismo escribió.

Retrato de Charles Darwin, a su vuelta del viaje en el Beagle. Autor: George Richmond

Lo cierto es que el naturalista inglés combinaba las cualidades del académico y el explorador: era un observador minucioso, un hombre pragmático y sistemático, pero durante su juventud le interesaba más cazar y montar a caballo que dedicarse a sus estudios. Solo realizó un único gran viaje en su vida; pero durante su periplo de casi cinco años alrededor del mundo a bordo del HMS Beagle, de 1831 a 1836, escaló montañas y recorrió a pie amplias regiones de Suramérica, donde no le faltó aventura: terremotos, enfermedades, erupciones volcánicas, incidentes con aborígenes e incluso insurrecciones.

La expedición del Beagle tenía como objetivo primario la confección de cartas náuticas. Pero su labor como naturalista le proporcionó el material científico necesario para gestar su gran obra, la idea de la selección natural como fuerza motriz de la evolución de las especies; una teoría que revolucionó la comprensión humana de la naturaleza.

James Cook 

El capitán de la Royal Navy James Cook (7 de noviembre de 1728 – 14 de febrero de 1779) no parecía destinado por nacimiento a circunnavegar el globo y descubrir nuevos territorios, sino a ser granjero; esta era la ocupación de su padre, que ni siquiera era propietario de la tierra en la que trabajaba. Pero al joven Cook la vida campesina se le quedaba pequeña, y fue a los 16 años, trabajando como mozo en una mercería de una localidad costera, cuando sintió la llamada del mar. Comenzó su carrera en la marina mercante, y no sería hasta los 26 años cuando ingresó en la Armada británica.

Retrato oficial del capitán James Cook. Autor: Nathaniel Dance-Holland

Desde entonces su carrera despegó, gracias a su participación en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) y a su formación autodidacta en matemáticas y astronomía. En 1766 el Almirantazgo le puso al mando de una expedición científica al Pacífico, cuyo propósito principal era registrar el tránsito de Venus frente al Sol para diseñar un método de medición de la longitud. En total Cook realizó tres viajes alrededor del mundo al mando de los navíos Endeavour y Resolution, de 1768 a 1779. En el segundo se le encomendó la misión, que resultaría infructuosa, de buscar el hipotético gran continente meridional conocido como Terra Australis.

A su regreso de esta expedición se le concedió un retiro honorario, pero Cook no pudo resistirse a embarcarse en un tercer viaje, destinado a encontrar el paso del noroeste que permitiría abrir una nueva ruta de navegación rodeando América por el norte. No lo logró, y durante aquella travesía encontró su fin: el 14 de febrero de 1779 caía abatido durante un conflicto con los nativos de Hawái.

Scott y Amundsen

La carrera por la conquista del Polo Sur es uno de los episodios más conocidos de la historia de la exploración, y el momento culminante de la que ha venido en llamarse la edad heroica de la exploración antártica. Aquella competición histórica tuvo gloria y tragedia; la primera, para el noruego Roald Amundsen, que ganó la competición y regresó triunfante a Europa. Su oponente, el británico Robert Falcon Scott, no solo perdió la carrera, sino también la vida.

Scott (de pie, en el centro) y su equipo en el Polo Sur, después de haber descubierto que Amundsen había llegado antes. Autor: Henry Bowers

Scott (6 de junio de 1868 – 29 de marzo de 1912) era un oficial de la marina cuando se presentó voluntario para liderar la expedición británica a la Antártida; según sus biógrafos, más por un deseo de progresar en su carrera que por vocación de exploración polar. Su primer viaje, entre 1901 y 1904, logró establecer un récord de latitud sur, pero sin conquistar el polo. En su segundo intento en 1910, Scott se encontró enfrentado a un poderoso rival; Amundsen (16 de julio de 1872 – 18 de junio de 1928) era un marino, de familia de marinos, que también contaba con experiencia antártica y que pocos años antes había abierto por primera vez el paso del noroeste rodeando América por el Ártico.

Amundsen clavaría la bandera noruega en el Polo Sur el 14 de diciembre de 1911. La partida de Scott, retrasada por las decisiones erróneas y el infortunio, fue siempre por detrás, y llegaría para descubrir el triunfo de su rival el 17 de enero de 1912. Amundsen logró regresar sin problemas, mientras que Scott y sus cuatro compañeros sucumbieron al agotamiento, el hambre y el frío. Sus cuerpos fueron recuperados en noviembre de aquel año.

Ernest Shackleton 

La figura de Ernest Shackleton (15 de febrero de 1874 – 5 de enero de 1922) quedó eclipsada en su día por la pugna entre Amundsen y Scott. Y sin embargo, el tiempo ha conservado su hazaña de supervivencia en el hielo como una de las mayores gestas del espíritu humano. El angloirlandés Shackleton tuvo vocación aventurera desde joven, y a los 16 años se enroló en la marina. Su primera acción destacada fue como tercer oficial de la expedición de Robert Falcon Scott en 1901 al Polo Sur, de la que tuvo que regresar prematuramente en 1903 por enfermedad; aunque algunos biógrafos sospechan que Scott quiso deshacerse de él por los celos que le producía su popularidad. Shackleton era un líder, y a su regreso a Inglaterra no encontró acomodo en ninguna de las ocupaciones que tanteó, desde el periodismo a la política o la empresa.

Shackleton durante su expedición Nimrod a la Antártida (1907-1909). Crédito: Alfred Wegener Institute for Polar and Marine Research

Todo ello le llevó a partir de nuevo en 1907 con la intención de alcanzar el Polo Sur, sin éxito. En 1914, y con el polo ya conquistado por el noruego Roald Amundsen, Shackleton emprendió la ambiciosa Expedición Imperial Transantártica, con el objetivo de cruzar el continente blanco en un viaje de 2.900 kilómetros. Pero la verdadera odisea del explorador comenzó el 19 de enero de 1915, cuando su buque, el Endurance, quedó atrapado en el hielo. Así comenzó una angustiosa lucha por la supervivencia durante 497 días, hasta que la expedición pisó tierra firme en la isla Elefante, a 557 kilómetros del lugar del naufragio.

Shackleton regresó a Inglaterra en 1917, ya enfermo del corazón, que finalmente le falló durante su último viaje en las islas Georgias del Sur. Un estudio reciente ha sugerido que tal vez el explorador padecía un defecto cardíaco congénito, una malformación que le comunicaba ambas aurículas.

Thor Heyerdahl 

El nombre del noruego Thor Heyerdahl (6 de octubre de 1914 – 18 de abril de 2002) está inevitablemente ligado al de su embarcación, la Kon-Tiki, y a la travesía que esta logró completar en 1947 desde la costa de Perú al archipiélago de Tuamotu en la Polinesia Francesa; un viaje transpacífico de 101 días y 6.900 kilómetros en una balsa de madera construida artesanalmente. Suele decirse que se completó utilizando exclusivamente equipo y tecnología precolombinos. Lo cual no es del todo cierto, ya que Heyerdahl y sus cinco acompañantes llevaban algunos instrumentos modernos, como radio, cuchillos, relojes y sextantes, además de apoyarse en cartas de navegación y de contar con bidones de agua y alimentos enlatados.

Foto coloreada de la embarcación Kon-Tiki (1947). Crédito: Biblioteca Nacional de Noruega

Tampoco ha oscurecido su leyenda el hecho de que probablemente la teoría que trataba de demostrar era errónea. Heyerdahl se interesó desde joven por la antropología y la zoología del Pacífico, y sus estudios le llevaron a proponer la idea de que la Polinesia se colonizó desde la costa de Suramérica. El éxito de la expedición Kon-Tiki demostró que el viaje era factible; pero las pruebas genéticas, no disponibles en aquella época, han avalado la hipótesis tradicional de que la Polinesia se pobló de oeste a este, desde la costa de Asia.

Aunque Heyerdahl puso gran empeño en la demostración de sus teorías antropológicas, sus postulados nunca han sido probados, y su relación con la comunidad científica siempre fue incómoda. Hoy se le recuerda más como gran explorador y aventurero que como un investigador académico solvente.

Alfred Wegener

Si Alfred Lothar Wegener (1 de noviembre de 1880 – ? noviembre de 1930) volviera a la vida, tal vez no se sorprendería de que su teoría de la deriva continental hoy figure en todos los libros de texto de ciencias; él nunca flaqueó en el convencimiento de que su hipótesis era correcta, que todos los continentes actuales estuvieron un día unidos en una sola masa de tierra, Pangea. Y ello a pesar de que este meteorólogo alemán sufrió una de las campañas de descalificación más duras de la historia de la ciencia. Fue acusado de ser un arribista sin conocimientos de geología que padecía la “enfermedad de la corteza móvil”. Y esto por todo el estamento científico de su época, con pocas excepciones.

Fotografía de la última expedición de Wegener en Groenlandia. Crédito: Archivo del Alfred Wegener Institute

Pero cuando en 1910 Wegener hojeaba el atlas de un amigo, no pudo ignorar la observación de que los bordes de los continentes encajaban entre sí como las piezas separadas de un puzle. No fue el primero en advertirlo, pero hasta entonces nadie se había atrevido a cuestionar el dogma de que la geografía terrestre era estática. Wegener se propuso montar el puzle, y con él montó el escándalo. En 1912 presentó por primera vez su teoría, en conferencia y por escrito, y en 1915 la publicó en su libro Die Entstehung der Kontinente und Ozeane (El origen de los continentes y los océanos), que continuaría revisando y actualizando hasta su muerte.

Wegener nunca vio aceptada su teoría en vida; sólo los estudios de paleomagnetismo en la década de 1950 comenzaron a convencer a todos de que los continentes se han desplazado a lo largo de la historia de la Tierra y aún continúan haciéndolo. Esto tal vez no habría sorprendido a Wegener, pero sí el hecho de que hoy no se le recuerde tanto como explorador polar. Porque no sólo participó en cuatro expediciones a Groenlandia, sino que en la última de ellas perdió la vida, cuando regresaba desde el interior de la isla a la costa. De hecho, y aunque su cuerpo fue encontrado el 12 de mayo de 1931 enterrado en la nieve por su acompañante inuit, nunca fue retirado de aquel lugar, y hoy su ubicación se ha perdido. También sus últimas notas, que su compañero nativo se llevó consigo antes de sufrir el mismo destino y perderse en el hielo para siempre.

Javier Yanes para Ventana al Conocimiento

@yanes68

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