Era su segunda expedición a la Antártida, pero esta vez debía conquistar el sur geográfico por primera vez en la historia y fijar allí la bandera británica. El 17 de enero de 1912, Robert Falcon Scott alcanzaba su destino junto a cuatro de sus hombres. Allí descubrían que no habían sido los primeros en llegar. En un alarde de estrategia y buena planificación, el noruego Roald Amundsen había alcanzado el Polo Sur cinco semanas antes. Aquello era una derrota, pero en realidad el viaje de Scott era mucho más que una carrera y aportó a la historia destacados descubrimientos científicos.
La mañana del 24 de octubre de 1911, Robert Scott (1868-1912) puso rumbo al Polo Sur del que nunca volvería. El gran explorador británico tenía por delante más de 1400 kilómetros de hielo acompañados de fuertes vientos, enormes glaciares, grietas inmensas y temperaturas medias de -40º Celsius. Una proeza comparable a escalar el Everest, pero en horizontal y mucho más larga, que requería como mínimo un par de años de preparación antes de asaltar el objetivo.

Si algo diferenciaba la expedición de Scott de la de Amundsen es que la suya tenía un marcado carácter científico. Iban preparados para recoger especímenes, filmar animales o hacer mediciones meteorológicas. Estaban tan comprometidos con el programa científico que, durante el duro invierno antártico de 1911, tres miembros de la expedición recorrieron cerca de 100 kilómetros para alcanzar una colonia de pingüinos emperador y recoger algunos de sus desconocidos huevos. Al verlos volver, Scott escribió: «El grupo regresó anoche tras soportar durante cinco semanas las peores condiciones de viaje de la historia. Jamás he visto a nadie tan maltrecho. Tenían la cara surcada de cicatrices y arrugas, los ojos sin brillo, las manos blancas y arrugadas…”.
Imágenes nunca vistas de animales polares
Además de fósiles, dibujos y fotografías, el Terra Nova — el barco que transportó al equipo británico hasta la Antártida— regresó con imágenes nunca vistas de animales polares en acción. Era la primera vez que se usaba una cámara de película para hacer hallazgos en el campo de la biología, sentando las bases de los futuros documentales sobre vida salvaje. La filmación de focas de Weddell, abriendo huecos en el hielo con sus caninos, echó por tierra las teorías de la época sobre cómo creaban agujeros para respirar.

Tras no lograr ser los primeros en conquistar el Polo Sur, Scott y sus acompañantes (Edward Wilson, Lawrence Oates, Henry Bowers y Edgar Evans) dieron la vuelta abatidos, pero siguieron con la misión científica. En el camino de regreso los cinco expedicionarios se desviaron. La comida escaseaba y el clima empeoraba pero tenían en mente recoger algunos fósiles más. Una nueva teoría decía que la Antártida estuvo unida en el pasado a un supercontinente con un clima tan tibio como para que crecieran árboles. Para demostrarla solo necesitaban encontrar allí el mismo fósil de Glossopteris, una planta de hace 250 millones de años, que ya había aparecido en Australia, África y Sudamérica. Lo consiguieron. Quizá fue el último hallazgo que realizaron de forma consciente. Poco después morirían.
Las últimas anotaciones

El primero en fallecer fue Evans tras una fuerte caída durante el descenso de un glaciar. El segundo, Oates. Consciente de que era un lastre para el resto del equipo porque tenía un pie congelado y gangrena, la mañana del 17 de marzo de 1912, día en que cumplía 32 años, abandonó la tienda de campaña tras decir: «Voy a salir y puede que por algún tiempo». Los tres miembros restantes, tras caminar unos 30 kilómetros más, montaron su último campamento el 19 de marzo. Diez días después Scott hacía sus anotaciones finales: «Me parece una lástima, pero creo que no puedo seguir escribiendo. Última entrada: Dios mío, por lo que más quieras, cuida de nuestra gente». En la tienda en la que se encontraron los tres cuerpos congelados de Wilson, Bowers y Scott había alrededor de 15 kilos de fósiles, entre ellos el de la planta Glossopteris, un diario meteorológico, notas y rollos de películas tomadas por el propio Scott.

Hoy en día, la estación más cercana al Polo Sur, la Base Amundsen-Scott, nos recuerda que el noruego fue el primero en alcanzar el Polo Sur y el británico el primero en descubrirnos la Antártida.
Bibiana García
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