“Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar”, escribía en 1868 el poeta romántico español Gustavo Adolfo Bécquer. Durante siglos, el regreso de las golondrinas a Europa después de su invernada africana ha sido el anuncio de la primavera. Hoy, sin embargo, muchas aves ya no emigran durante el invierno, una señal del aumento de las temperaturas en los países templados. Pero los efectos del cambio climático sobre las migraciones de las aves son diversos y complejos, tanto que la ciencia aún los está descubriendo. El Día Mundial de las Aves Migratorias, que se celebra este 11 de mayo en el hemisferio norte, es una ocasión para llamar la atención sobre este trastorno de los ciclos naturales que amenaza la salud de los ecosistemas e incluso la misma supervivencia de las especies.
Cuando llega el frío, muchas aves desaparecen de nuestros campos en busca de climas más cálidos. Las migraciones de las aves han sido observadas durante milenios por las culturas antiguas, e incluso se mencionan en la Biblia. Pese a ello, hasta finales del siglo XVIII, antes de la época de los anillados sistemáticos y del seguimiento por satélite, aún se discutía si las golondrinas y otras especies emigraban o hibernaban ocultas durante la estación fría, incluso bajo el agua, o si se convertían en otras aves o en ratones. Curiosamente, una cigüeña hallada viva en Alemania con una lanza clavada de madera africana sirvió como prueba tangible para zanjar el debate sobre la migración de estas aves… en 1822.
El movimiento migratorio más conocido es el que tiene lugar de norte a sur cuando llega el tiempo frío en las regiones templadas y árticas, y en sentido contrario después del invierno. Pero existen ocho principales rutas migratorias que incluyen también movimientos este-oeste. Las rutas más largas llegan a cubrir 80.000 kilómetros al año; los albatros circundan el globo entero, y los charranes árticos recorren la Tierra del Ártico a la Antártida. Según la ciencia actual, el cambio en la duración de los días es el principal detonante del comportamiento migratorio, y a lo largo de sus rutas las aves se guían por el sol y las estrellas, por el campo magnético terrestre y mapas mentales. Aunque solemos referirnos a las migraciones aéreas, los pingüinos emigran a nado, y algunas aves terrestres lo hacen caminando.
Más diversificación y menos tasas de extinción
Solo un 18,5% de las especies de aves emigran, y tampoco lo hacen todas sus poblaciones. Pero aunque la migración supone un riesgo para estos animales, exponiéndolos a amenazas por falta de alimento y depredación, el balance es positivo: las especies migratorias se diversifican más y tienen menores tasas de extinción. El principal motor de la migración es el alimento. A lo largo de sus rutas, las aves van encontrando las fuentes de comida que necesitan; es por ello que el aumento de las temperaturas en las regiones templadas reduce la exigencia de emigrar en invierno. Pero ¿beneficia esto a las especies o las perjudica?
Aunque no hay una única respuesta, los estudios científicos coinciden en que el cambio climático añade una presión a las especies migratorias que las obliga a adaptarse o a sufrir una merma en su supervivencia y en su capacidad reproductiva. El calentamiento global altera los patrones de migración, tanto en rutas como en tiempos, lo que a su vez expone a las aves a entornos y condiciones nuevas; modifica la disponibilidad de alimentos —como plantas e insectos—, degrada ciertos hábitats que las aves migratorias necesitan —por ejemplo, al aumentar la desertificación— y trastoca las interacciones entre especies, no solo depredadores y presas: las aves que no emigran compiten con las residentes, o incluso pueden colonizar regiones que antes no habitaban como especies invasoras.
En cuanto a las fechas de migración, se ha observado que estas se adelantan cuando la primavera es más cálida, sobre todo en latitudes más norteñas, debido a la temprana aparición de los insectos. Con otoños más suaves, algunas especies se quedan mientras haya comida, pero otras se ven obligadas a emigrar más temprano si la competencia por los recursos los agota. Pero sería un error confiar en el viejo adagio de que la naturaleza es sabia: el adelanto de la primavera provoca una discordancia entre la migración y el reverdecimiento, lo que implica “una potencial amenaza creciente del cambio climático para los animales migratorios”, según los autores de un estudio. La ecóloga de la Universidad de Leiden Yali Si, que ha descrito efectos similares, apunta: “si el crecimiento de la hierba o de otra comida se adelanta o se retrasa, los pájaros corren el riesgo de llegar demasiado tarde o demasiado pronto”.
El cambio climático puede estar induciendo también pequeños cambios evolutivos. Un estudio de 52 especies migratorias de Norteamérica descubrió que desde 1978 el tamaño de los animales ha encogido y el de sus alas ha aumentado. Según sus autores, de la Universidad de Michigan, la reducción del cuerpo “es una respuesta general al cambio climático”, y el alargamiento de las alas “representa una adaptación compensatoria para mantener la migración cuando la reducción del tamaño del cuerpo aumenta el coste metabólico del vuelo”; es decir, alas más largas para compensar el cuerpo más pequeño. Un análisis más detallado muestra que estos cambios no se corresponden con un adelanto en las fechas de migración, pero posiblemente sí con una migración más rápida; según la coautora de estos estudios Marketa Zimova, “una adaptación fisiológica que permite un vuelo más rápido sin que las aves se sobrecalienten y pierdan demasiada agua”.
Actualmente solo el 9% de las aves migratorias están protegidas en toda su área de distribución, y los datos revelan que en el último medio siglo se ha perdido hasta un 40% de las poblaciones de algunas especies. Solo la protección de este valioso recurso natural y la lucha contra el cambio climático pueden impedir que las grandes bandadas migratorias en nuestros cielos queden relegadas a un recuerdo del pasado.
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