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16 diciembre 2022

Seis especies que nunca existieron, aunque la ciencia pensó que eran reales

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En tiempos en que la ciencia era una actividad menos reglada y más rudimentaria, la frontera entre la realidad y la ficción a veces quedaba diluida. Los relatos de los exploradores y viajeros hacían nacer criaturas que en realidad nunca existieron, pero en las que se creyó durante siglos. Naturalmente, en esta categoría nos vienen a la mente animales legendarios del folclore popular, los llamados críptidos, como el monstruo del lago Ness, el Yeti, el Bigfoot o el chupacabras. Pero más allá de estos mitos existen otras especies cuya existencia se abrió paso hasta las enciclopedias, las páginas de ciencia o los museos, y llegó a pasar por veraz para científicos o académicos, hasta que se descubrió que realmente eran errores o engaños. Y algunos de estos casos son muy recientes.

La oveja vegetal

Las especies falsas que han engañado a los eruditos no solo se refieren al reino animal, sino también al vegetal. Y aunque parezca mentira, hubo un tiempo en que se debatió intensamente la existencia de una planta cuyo fruto era una oveja. Esta permanecía unida al vegetal por un tallo, una especie de cordón umbilical, y se alimentaba de las hierbas que alcanzaba hasta consumirlas por completo, momento en que morían la oveja y la planta.

The legend of the vegetable lamb was popularised in Europe through The Travels of Sir John Mandeville, a 14th century work. Credit: Wikimedia Commons

El origen de esta leyenda es incierto, pero se popularizó en Europa a través del Libro de las maravillas del mundo o Viajes de Juan de Mandeville, una obra del siglo XIV de dudosa credibilidad y de autor desconocido. La oveja vegetal de Tartaria (la actual Siberia y regiones adyacentes) se convirtió en objeto de discusión científica durante el Renacimiento y en siglos posteriores. Numerosos naturalistas y científicos escribieron sobre ella, incluyendo a Erasmus Darwin, el abuelo de Charles. Llegó a ser bautizada como Polypodium borametz o Agnus Scythicus, según las versiones, y figuró en enciclopedias y diccionarios de ciencias naturales.

La serpiente marina a trozos

Las serpientes marinas gigantes son viejas conocidas en el mundillo de los animales legendarios, pero ninguna de ellas ha estado tan cerca de engañar a los incautos como la que tuvo su nombre científico, Hyd describió prolijamente la nueva especie fósil que había descubierto en Alabama, una serpiente marina de 35 metros. No un esqueleto, sino dos, vendió respectivamente a museos de Prusia y Chicago bajo el nombre de Hydrarchos (“rey del agua”) sillimani, en honor al químico Benjamin Silliman.

Scientifically named Hydrarchos harlani. Albert Koch’s giant sea snake had its fossilised skeletons once housed in two museums in Europe and the USA. Credit: Wikimedia Commons

Pero cuando el anatomista Jeffries Wyman posó los ojos en la criatura, supo de inmediato que era una falsificación: el cuerpo era un pastiche de vértebras de ballenas prehistóricas de los géneros Basilosaurus o Pontogeneus, y el cráneo también era claramente de un mamífero. Silliman exigió que se retirase su nombre de aquel engendro, y Koch lo cambió por H. Harlani en homenaje al paleontólogo Richard Harlan, descubridor del Basilosaurus y que no podía protestar, ya que había fallecido en 1843. A pesar de descubrirse el fraude, el esqueleto de Chicago continuó expuesto hasta que quedó destruido por el gran incendio de 1871. 

La rana gigante del Carbonífero

El 28 de noviembre de 1948 el diario Pittsburgh Post-Gazette publicó el hallazgo de un rastro de huellas fosilizadas cerca de aquella ciudad de Pensilvania. El reportero se permitía libremente concluir que las impresiones eran “como hechas por un pollo gigante mientras saltaba por la superficie”, aunque los científicos del museo Carnegie de Pittsburgh apuntaban que la roca se había formado en el Carbonífero, hace 300 millones de años, mucho antes de la aparición de los dinosaurios —y no digamos de los pollos—, en una época en que los insectos y los anfibios dominaban la Tierra. Conclusión: aquello debía de ser el rastro de una rana saltarina gigante, con 80 centímetros de separación entre sus patas.

Some of the footprints of the alleged Carboniferous giant jumping frog were transferred to the Carnegie Museum of Pittsburgh. Credit: Wikimedia Commons

La identidad de aquel misterioso animal, algunas de cuyas huellas fueron trasladadas al museo, quedó en suspenso hasta 1983, cuando un nuevo examen observó que el surco continuo central entre las pisadas no correspondía a un vertebrado. La conclusión fue que probablemente se trataba de un euriptérido, un tipo de artrópodos gigantes del Paleozoico llamados escorpiones de mar.

Megarachne, la araña más grande del mundo

En 1980 el paleontólogo argentino Mario Hünicken anunció el hallazgo de una terrorífica araña fósil de medio metro que vivió en el Carbonífero, hace 300 millones de años, y que identificó como una migalomorfa; una tarántula. La denominada Megarachne servinei era la araña más grande jamás conocida. Los museos se lanzaron a hacer reconstrucciones de tan temible monstruo, y en 2005 un documental de la BBC titulado Walking with Monsters incluyó la aparición de una tarántula semejante cazando un Petrolacosaurus, un lagarto de 40 centímetros.

The so-called Megarachne servinei was the largest spider ever known, a tarantula that was even featured in a BBC documentary in 2005. Credit: Wikimedia Commons

Solo que la tarántula gigante nunca existió. Hizo falta que se descubriera otro ejemplar para comprender que las partes perdidas en el espécimen original revelaban su verdadera identidad: era un euriptérido, un escorpión de mar. Hoy el animal conserva su nombre, pero no su identidad. Curiosamente, Hünicken y sus colaboradores publicaron la nueva identificación en 2005, cuando el documental de la BBC estaba en producción y ya no podía cambiarse. En su lugar, se mantuvieron las imágenes de la araña asignándola a otro grupo, Mesothelae, que en realidad eran mucho más pequeñas.

El pingüino que resultó ser tres distintos

El pingüino de la isla de Hunter, Tasidyptes hunteri, no tendría de por sí nada especialmente novedoso respecto a otras muchas especies descubiertas después de su extinción. Sus restos se describieron en 1983, poco después de su hallazgo en una pequeña isla cercana a Tasmania. Los cuatro huesos encontrados se dataron por radiocarbono en unos 760 años, y los autores del descubrimiento comprobaron que no se correspondían con ninguna de las especies ya conocidas. Así, el nuevo pingüino entró en la literatura científica como un animal cuya existencia en carne y hueso nos perdimos por unos pocos cientos de años.

Hasta que en 2017 las técnicas que hoy consiguen rescatar ADN de restos antiguos descubrieron que en realidad los huesos no correspondían a un pingüino, sino a tres distintos, todos ellos aún vivos y coleando: el pingüino hada (Eudyptula novaehollandiae), el de las Snares (Eudyptes robustus) y el de Fiordland (Eudyptes pachyrhynchus). Casualmente especímenes de las tres especies fueron a morir al mismo lugar y sus huesos se mezclaron.

Archaeoraptor, el falso dinosaurio-pájaro

El 15 de octubre de 1999 la revista National Geographic organizó una conferencia de prensa en Washington para presentar un gran hallazgo: el Archaeoraptor liaoningensis, un fósil del Cretácico temprano descubierto en China que representaba una nueva especie de transición entre los dinosaurios carnívoros y las aves. El editor de paleontología de la revista, Christopher Sloan, escribió que “con brazos de ave primitiva y cola de dinosaurio, esta criatura encontrada en la provincia de Liaoning, China, es un verdadero eslabón perdido en la compleja cadena que conecta los dinosaurios con las aves”.

Archaeoraptor liaoningensis, an Early Cretaceous fossil discovered in China, turned out to be a jigsaw puzzle of different fossils. Credit: Wikimedia Commons

Y tanto que tenía rasgos de distintos animales. Porque era un rompecabezas de distintos animales, como pronto sospecharon diversos expertos: la cola era del pequeño dinosaurio Microraptor, mientras que la parte anterior era de Yanornis, un ave pescadora extinta. El fósil no fue un hallazgo directo, sino que fue exportado de China ilegalmente y comprado por un museo en EEUU. Como luego se reveló, la publicación de la (falsa) nueva especie había sido rechazada por las revistas Nature y Science, pese a lo cual National Geographic decidió seguir adelante.

Javier Yanes

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