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02 septiembre 2013

Ser o no ser, esa es la cuestión

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Unas cosas existen y otras no. Esto puede parecer una perogrullada, pero la diferencia es abismal. Todas las cosas que existen, por muy variadas que sean, tienen un denominador común, una característica unificadora: la existencia, que las saca del abismo del no-ser.

Existir y ser son sinónimos de una misma idea, pero para que exista “la existencia” —valga la redundancia— tiene que existir “algo”. La existencia, como idea abstracta, es eterna, pero necesita reflejarse en alguna realidad concreta para adquirir “corporeidad”. La existencia, o el ser eterno, para los creyentes se identifica con Dios, al que al mismo tiempo, en su condición de Creador, equiparan con la realidad absoluta. Otros identifican a la Creación con la fuerza vital de la Naturaleza, con la energía del Cosmos, con el Azar etc. Todos estos conceptos son igualmente cuestionables u optativos, porque el tema es más bien semántico.

Ser eterno y Creación son las dos caras de una misma moneda. Si el Ser eterno existe desde siempre, también desde siempre debe existir “algo”. Este algo, en la Física actual, es el vacío cuántico, que no es lo mismo que la nada. En la relatividad general la gravedad es la causante del espacio-tiempo curvo. Si vamos eliminando uno a uno los objetos que flotan en el espacio gracias a la gravedad recíproca, al final no nos quedará una especie de caja vacía sino que al final simplemente no habrá caja. Esto es la nada. La ausencia de todo.

La mecánica cuántica, por el contrario, nos dice que la nada, el cero absoluto, no existe porque es incompatible con el principio de indeterminación y con la incertidumbre o el carácter “borroso” de cualquier magnitud, que solo se puede medir en términos de probabilidad. El vacío cuántico fluctúa, vibra y de alguna forma hierve. Es una fuente permanente de partículas y antipartículas (electrón-positrón) que nada más nacer se cancelan mutuamente, sin que haya tiempo de llegarlas a medir. Se llaman partículas virtuales y son perfectamente reales. En este sentido el vacío cuántico es un gigantesco depósito de energía potencial. El ser implica energía o,  en palabras de un creyente, Dios es energía.

El vacío cuántico está en permanente fluctuación y de una de estas “fluctuaciones cuánticas del vacío” surgió nuestro universo, vía el ya famoso y universalmente aceptado “Big Bang”. La gran explosión primordial se produjo en dos fases hace 13.700 millones de años. La primera duró fracciones minúsculas de segundo y produjo la inflación ultra-rápida de la materia, hasta alcanzar el tamaño de un balón. La segunda, que ha durado hasta nuestros días, dio origen a “nuestro” mundo. La  inflación inicial es necesaria para explicar la homogeneidad térmica del Cosmos, demostrada por la homogeneidad del fondo cósmico de microondas, que en cualquier dirección que se mida o analice es siempre de unos 3 grados Kelvin (por encima del cero absoluto).

Nuestra explosión primordial no tuvo por qué ser la primera ni la última, pero es “la nuestra”, en el sentido de que produjo un Cosmos que nos ha permitido llegar a existir. Otros Universos anteriores o posteriores puede que no sean tan tolerantes o permisivos.

Sabemos que  la composición de nuestro Universo es aproximadamente de algo menos de un 5% de materia visible (es decir, todo lo que podemos ver por los medios más avanzados), un 20% de materia oscura (que sólo podemos detectar por su efecto gravitatorio) y un 75% de la llamada energía oscura –que no sabemos lo que es– pero que empuja a todas las galaxias a alejarse unas de otras a velocidades crecientes. La explosión inicial, en buena lógica, debió de producir cantidades muy similares de materia y de antimateria (que es igual a la materia, pero con las cargas eléctricas cambiadas: el protón seria negativo y el electrón positivo). Materia y antimateria, al entrar en contacto, se aniquilaron mutuamente, transformándose en energía pura. Sólo quedó el pequeño exceso de materia que hoy constituye todo nuestro universo material. La energía producida por la aniquilación mutua de materia y antimateria puede que esté de alguna forma relacionada con la misteriosa energía oscura que nos empuja hacia la destrucción… o el renacimiento de un mundo nuevo.

Conclusión

Sabemos que existimos. Tenemos algunas nociones sobre la mecánica de la creación que nos ha traído hasta aquí, gracias a los descubrimientos de la Física y de la Cosmología de las últimas décadas. Pero, en cuanto al futuro estamos, como Cristóbal Colón en su tiempo, ante un “mare tenebrosum”, en el que hay y seguirá habiendo luchas de gigantes (gravedad versus energía oscura), choques cataclísmicos entre galaxias (Vía Láctea versus Andrómeda), agujeros negros que devoran galaxias enteras, soledad cósmica creciente por la desaparición de mundos remotos tras el muro de la velocidad de la luz etc.

Afortunadamente el horizonte temporal de estos eventos es, a nuestros efectos, prácticamente ilimitado o infinito. Podemos disfrutar de nuestra existencia sin más temor que a nosotros mismos. El final del Planeta Azul llegará más bien por mano del hombre (guerras, contaminación, escasez de recursos, fanatismo etc.). Como dijo Hobbes “homo homini lupus”. Sería triste que tuviera razón.

 

Ramón Reis

Economista, Madrid (España)

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