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13 mayo 2013

Amplitud de miras y adaptabilidad en el campo religioso

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En la actualidad las ideas religiosas están como pasadas de moda en el mundo occidental. La religión y, muy en especial, los ritos y el ceremonial religioso se consideran una herencia cultural de otros tiempos. Sin llegar a equipararla a algo claramente medieval, como la astrología o la alquimia, sin embargo la religión forma parte del pasado y de poco sirve en los agitados tiempos que vivimos.

Creo que esta perspectiva es errónea, pues los temas básicos a los que intenta dar respuesta la religión son permanentemente actuales y nunca quedan zanjados de forma definitiva. Estos temas son la existencia de Dios, la existencia del alma (como factor diferencial que nos distinga de los animales) y la pervivencia del espíritu más allá de la vida material. La religión – y pienso concretamente en el cristianismo –  tiene una respuesta para estos temas, respuesta que desde luego no se puede demostrar, pero que tampoco parece aberrante. En cualquier caso, puede proporcionar a determinadas personas un sentido a la vida y una ilusión de vivir.

El cristianismo y otras religiones avanzadas preconizan, de una forma u otra, la solidaridad universal. La religión y la moral cristianas, rectamente entendidas, aparecen así no como ideas medievales y trasnochadas sino como una fórmula clave de futuro. Cuando hace ya dos mil años se nos predicó la solidaridad y el amor al prójimo, se nos estaba mostrando el camino de la vida y de la salvación incluso en el terreno material. El camino contrario nos puede llevar a nuestra propia extinción. Por camino contrario entiendo la violencia, el fanatismo, y el egoísmo a ultranza que parecen imponerse en el mundo de hoy. Siempre han existido pero se desarrollan actualmente en condiciones nunca vistas en el pasado y el resultado puede ser letal.

La violencia, el fanatismo y la guerra son tan antiguas como la Humanidad, pero hoy en día contamos con la energía nuclear, que puede acabar con el planeta en un instante. La proliferación de armas nucleares y su disponibilidad en manos irresponsables son un peligro que no se puede ignorar o minimizar . La guerra hoy puede ser apocalíptica y definitiva. Pero, además, contamos  con esa  amoralidad suprema que es el terrorismo, que se propone simplemente destruir, matar y causar el mayor daño posible en base a planteamientos fanáticos no racionales. Terrorismo y armas nucleares son una mezcla extraordinariamente peligrosa.

El egoísmo rampante tampoco le va a la zaga, porque el desarrollo alocado e irreflexivo  de medio mundo, mientras el otro medio malvive o muere de hambre, no es una situación sostenible. El afán de lucro es algo positivo que constituye el motor de una economía moderna. Pero hoy en día el afán de lucro se ha transformado en un afán de acumulación y de acaparamiento ilimitados. Esto afecta por igual a capitalistas, empresarios, ejecutivos y también a los consumidores que no están nunca satisfechos con lo que tienen. Cuando las necesidades básicas están cubiertas, se inventan otras nuevas, a veces absurdas, que se promocionan con la publicidad y, si es necesario, se financian mediante el crédito. Lo importante es que la máquina productiva no se pare y que su tamaño aumente sin parar. Este proceso se agrava naturalmente con el crecimiento de la población. Todo ello puede llevar a un agotamiento de los recursos naturales, una contaminación creciente del medio ambiente y un desequilibrio fundamental de la Naturaleza. Y esto sucede para asegurar el “hartazgo” de medio mundo nada más. Cuando el efecto ostentación dispare las apetencias y el desarrollo del otro medio, cosa perfectamente natural, los recursos de la tierra se verán sometidos a tensiones insoportables. El escenario puede ser entonces de un medio ambiente asfixiante o de una guerra abierta entre las naciones por unos recursos escasos.

Es sorprendente que hace dos mil años se nos mostrara el camino para evitar estos males: la solidaridad y el amor fraterno. Más sorprendente aún me parece que en un mundo racional este mensaje no haya sido recibido con entusiasmo. Pero no lo ha sido y, de forma un tanto paradójica, a mi juicio incluso retrocede. Dada la bondad del mensaje y el progreso aparentemente constante del intelecto humano, resulta difícil explicar este retroceso.

Es verdad que en muchas ocasiones la moral “religiosa” aparece  envuelta en multitud de formalismos barrocos, con lo cual no resulta estimulante ni “útil” en el sentido filosófico de la palabra. La lentitud en su puesta al día y su falta de adaptación a los tiempos que vivimos pueden explicar parte del fenómeno.

 

Ramón Reis

Economista, Madrid (España)

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