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12 noviembre 2019

Ludwig Wittgenstein, la sospecha y el progreso

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En el año 1965, el filósofo francés Paul Ricoeur acuñó en su ensayo Freud: una interpretación de la cultura, la expresión Escuela de la sospecha como una forma de hermenéutica que se oponía a aquella de la afirmación. Dicha escuela, según Ricoeur “la dominan tres maestros que aparentemente se excluyen entre sí: Marx, Nietzsche y Freud”.

Dicha sospecha, aunque desde presupuestos distintos, se podría resumir grosso modo en un falseamiento de la conciencia sobre la realidad. Ya fueran por cuestiones económicas (Marx), la debilidad en un sentido amplio (Nietzsche) o por la represión del subconsciente (Freud), una serie de fenómenos producían una falsa concepción de la realidad y, con ella, de su sentido. Adicionalmente, estas tres visiones, en diversos grados y de diferentes maneras, a través de diferentes medios y con consecuencias dispares, acabaron produciendo diferentes utopías, directa o indirectamente.

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Maestros de la sospecha

Cabe por tanto preguntarse una cuestión clara, ¿es lícito hablar de sospecha sobre la visión de la realidad si, para ello se parte de otros conceptos previos a los que se llega precisamente de la observación?

Para contestar a esta pregunta y sondear la naturaleza de la verdadera sospecha, el siglo XX nos trajo, al menos, tres verdaderos maestros en sospechar: Ludwig Wittgenstein, Kurt Gödel y Werner Heisenberg.

Cada uno de ellos, en sus campos respectivos de la filosofía, las matemáticas y la física teórica, pretendieron analizar no sólo qué factores afectan o pueden afectar en la observación y representación de la realidad, sino ver si es posible siquiera llegar a poder representar, incluso observar, la realidad tal y como es. No es de extrañar que al final, el trabajo de Wittgenstein, filosófico, pudiera parecer matemático con implicaciones en la física teórica, o que el Principio de Incertidumbre pudiera parecer una obra filosófica (no es de extrañar que tres de los libros publicados por Heisenberg fueran Problemas filosóficos de la ciencia nuclear, Problemas filosóficos de la física cuántica o el archiconocido Física y Filosofía. La revolución en la ciencia moderna), mientras que cualquier buen físico teórico debe tener en cuenta las limitaciones en sus matemáticas señaladas por los Principios de Incertidumbre de Gödel. Al final, todas sus sospechas responden, independiente de las herramientas utilizadas para intentar responderlas, a una misma voluntad: la ética.

Esta especie de “principio de eticidad” que encontramos en los tres personajes, es de primer orden. Puro. No habla de las estructuras, también observadas, que pueden deformar la propia observación de la realidad, sino de los límites de la propia observación. Tal y como dice el propio Wittgenstein en carta a Ludwig von Fricker:

“mi libro consiste de dos partes: la aquí presentada, más lo que no escribí. Y es justamente esta segunda parte la más importante. Mi libro traza, por así decirlo, desde el interior los límites de la esfera ética, y estoy convencido que esta es la ÚNICA forma rigurosa de trazar sus límites. En pocas palabras, considero que ahí en donde tantos otros hoy peroran, me las arreglé para poner todo bien en su sitio callándome sobre ese asunto.”

Esto es, también en las propias palabras de Wittgenstein, “sobre lo que no podemos hablar debemos guardar silencio.” El silencio, por honrado, como cima de la ética. Asumir que hay sitios a donde no podemos llegar.

Pero antes de seguir con lo que dijo, un alto para ver quién fue Wittgenstein. Algo tan fascinante como aquello que dijo. Y sobre lo que calló.

Ludwig Wittgenstein, una historia excepcional

Nacido en Viena en 1901, Ludwig fue el más joven de nueve hermanos. Muchas son las circunstancias excepcionales en torno a su vida:

Familia

Su padre, Karl, inició una industria basada en el acero y el hierro que acabó por controlar de manera efectiva dichos recursos en el Imperio austro-húngaro. Posteriormente, diversificó sus inversiones hacia bienes inmobiliarios, acciones en diversas compañías, divisas o materiales preciosos en varios países del mundo. Por lo que no solo fue uno de los hombres más ricos del mundo de aquel momento, sino que la crisis inflacionista que sucedió en años posteriores no le afectó gravemente. Ludwig renunció a su parte de la herencia en favor de sus hermanos, haciéndoles prometer que jamás se la devolverían.

The children of Karl Wittgenstein; f.l.t.r.:<br />  Helene, married Salzer (1879–1956), Paul (1887–1961), Hermine (1874–1950), Ludwig (1889–1951) and Margaret, married Stonborough (1882–1958).
Los hijos de Karl Wittgenstein; de izquierda a derecha:
Helene (1879–1956), Paul (1887–1961), Hermine (1874–1950), Ludwig (1889–1951) y Margaret (1882–1958). Fuente: Wikimedia

Arte

Los Wittgenstein eran además unos grandes mecenas de las artes. Solo como muestra, uno de las obras más conocidas de Gustav Klimt, Retrato de Margaret Stonborough-Wittgenstein, fue el retrato de boda de la hermana de Ludwig. Es natural que el otro hermano varón (los otros tres se suicidaron), Paul, se convirtiera en un afamado concertista de piano para quien Ravel compuso Concierto para piano para la mano izquierda, tras perder este brazo en la Primera Guerra Mundial.

Ludwig también participó en la contienda como voluntario aún a pesar de que podía haber pedido el licenciamiento por cuestiones médicas. Primero sirvió en un barco y después en una unidad de artillería en el frente ruso, donde fue condecorado por “su excepcionalmente valiente comportamiento, calma, sangre fría y heroísmo” que “ganó la admiración de las tropas”. Durante este tiempo comenzó la única obra que publicó en vida, el Tractatus Logico-Philosophicus

 

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Margaret Stonborough-Wittgenstein Créditos: CC BY-SA 4.0

Raíces

Estudió en la Realschule Bundesrealgymnasium Fadingerstrasse de Linz. La misma escuela secundaria donde estudió Hitler. Existe una foto escolar en la que ambos aparecen y según la investigación de la autora Kimberley Cornish publicada en el libro The Jew of Linz: Wittgenstein, Hitler and Their Secret Battle for the Mind, Wittgenstein era el niño judío al que Hitler se refirió en Mein Kampf.

Ludwig Wittgenstein (1899–1951) Créditos: Moriz Nähr
Ludwig Wittgenstein (1899–1951) Créditos: Moriz Nähr

Formación

Estudio ingeniería aeronáutica en Berlín y Manchester, donde registró una patente de un motor a reacción que tuvo cierta influencia posterior en el diseño de los motores de los helicópteros. Fue jardinero en un monasterio, profesor de primaria en entornos rurales de Austria, enfermero, asistente de laboratorio y arquitecto (diseñó por completo la casa de su hermana). Se retiraba años enteros a pequeñas casas aisladas en Noruega e Irlanda. Ya entrados en los cuarenta, de vuelta en Cambridge, presentó como tesis doctoral el Tractatus, que por aquel entonces ya había influenciado notabilísimamente hasta en lugares como el Círculo de Viena, sólo para poder dar clase.

The Wittgenstein family in Vienna, summer 1917. From left, siblings Kurt, Paul, and Hermine Wittgenstein; their brother-in-law, Max Salzer; their mother, Leopoldine Wittgenstein; Helene Wittgenstein Salzer; and Ludwig Wittgenstein.
La familia Wittgenstein en Viena, verano de 1917. Desde la izquierda, los hermanos Kurt, Paul y Hermine Wittgenstein; su cuñado, Max Salzer; su madre, Leopoldine Wittgenstein; Helene Wittgenstein Salzer; y Ludwig Wittgenstein. Fuente: www.wittgentein.org.uk

Tractatus logico-philosophicus

Todo distinto. Nada contradictorio. Saber de todo lo posible. Y de lo que no, guardar silencio.

Para el Wittgenstein del Tractatus, la realidad, el mundo, es todo lo que acaece. El pensamiento es una representación lógica de lo que acaece. Dicha representación lógica de lo que acaece, del mundo, es una proposición que tiene sentido. El sentido puede ser verdadero o no. La lógica del mundo es anterior a toda verdad y la falsedad. El sentido se expresa a través del lenguaje. Por tanto, y en palabras del propio Wittgenstein, “allí donde están las fronteras de mi lengua, están los límites de mi mundo” y, por tanto, “de lo que no se puede hablar hay que callar”.

Y con Wittgenstein podemos ver, al menos, dos de las muchas limitaciones a las que estamos sometidos. Especialmente en todo aquello que tiene que ver con nuestro progreso:

Primera limitación: Estamos inmersos en un desarrollo científico y tecnológico nuevo.

Estamos inmersos en un desarrollo científico y tecnológico nuevo. No sin precedentes. Para comparar, lo que implica decir que no ha habido precedentes, deberíamos saber medir cuestiones como la profundidad del cambio que implican y los aspectos por ello afectados. Y aunque creamos que ambas cuestiones van a ser las mayores que ha conocido el hombre, lo cierto es que estamos justo en la mitad de dichos cambios. En el proceso se puede aventurar algo, pero no tener el cuadro completo.

Segunda limitación: Todo este progreso, que no progresar como ya advertía Wittgenstein, tiene un lenguaje.

Todo este progreso, que no progresar como ya advertía Wittgenstein, tiene un lenguaje. La inteligencia artificial y sus algoritmos. La computación cuántica y su “lógica anterior a toda verdad y la falsedad”, solo se puede describir dentro de los límites de nuestro lenguaje, dentro de “los límites de nuestro mundo”. El resto, hay que contentarse con esperar que sea así. Y aunque casi siempre ocurra de una manera, es imposible saber que eso ES así, o sencillamente que estamos teniendo suerte. Son solo dos ejemplos de los límites que nos encontramos a la hora de comprender qué estamos haciendo.

“Me es indiferente que el científico occidental típico me comprenda o me valore, ya que no comprende el espíritu con el que escribo. Nuestra civilización se caracteriza por la palabra ‘progreso’. El progreso es su forma, no una de sus cualidades, el progresar. Es típicamente constructiva. Su actividad estriba en construir un producto cada vez más complicado. Y aun la claridad está al servicio de este fin; no es un fin en sí. Para mí, por el contrario, la claridad, la transparencia, es un fin en sí.”  Wittgenstein en Aforismos. Cultura y Valor.

ndependientemente del calado de la llamada revolución tecnológica, lo único cierto es que tiene un límite: nosotros mismos. Es más, cuanto más profunda sea dicha revolución, más cerca estaremos del límite y más definitivo será el punto de “llegar a nosotros mismos”. Cada vez más apasionante y cada vez más peligroso si no lo hacemos con la claridad que demanda Wittgenstein.

El progreso tecnológico demanda cada vez una formación humanista más profunda. Por cada hora que dediquemos a las matemáticas que nos permiten desarrollar algoritmos cada vez más complejos en entornos difíciles de entender con nuestro lenguaje, incluso imposibles de aprehender per se como es todo lo cuántico, siete deberíamos dedicar a la filosofía o la historia. Comprender nuestros límites es la base de la ética. La historia nos muestra los resultados de no comprenderlos o de ignorarlos.

Para progresar y no solo contribuir al progreso, es necesario que sepamos SOSPECHAR. Con mayúsculas. Sospechar de qué se hace en los sus límites y nos sospechar sobre la base de lo que se creer a secas. Sospechar para progresar y no para construir utopías. Nunca se sabe dónde se puede acabar mientras se buscan. ¿O sí? Para eso está la historia.

Javier Muñoz de la Cuesta

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