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27 julio 2020

La posverdad, sometida a escáner

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Asociada a la contienda política, la denominada posverdad viene a adulterar la realidad pero, sobre todo, a relativizarla, a desdeñarla; diríase que a preterirla: no importa la verdad, sino el fin perseguido. El fenómeno, que parece haberse agravado en la crisis sanitaria que vivimos, puede ser observado desde la ética, la comunicación, la filosofía, la psicología, la neurociencia, etc. pero asimismo desde el raciocinio crítico de todos nosotros, los concernidos. Sorprende inicialmente el refinamiento alcanzado en la corrupción de la verdad, como lo mucho que el fraude cala en la ciudadanía.

En efecto, el éxito de la posverdad se asegura mediante la gran cantidad de cómplices y crédulos existentes en la población, una cantidad que amenaza superar a la de ciudadanos de más penetrante pensamiento que, aunque cultiven objetivos, aspiran a la objetividad y desde luego no desean ser instrumentalizados. Sin duda el engaño goza, sí, de sensible hospitalidad y cabe aquí recordar a Mark Twain: “Es más fácil engañar a las personas que convencerlas de que han sido engañadas”.

Retrato de Mark Twain. Fuente: A.F. Bradley, New York – steamboattimes.com, Dominio público, Enlace

Debido a su receptividad o a su vulnerabilidad, son ciertamente tantos los ciudadanos contribuyentes al éxito de la posverdad, que hemos de destacar aquí una cuidada maquinación cognitiva y emocional, un alto grado alcanzado de maestría posveritacional (sin excluir por ello algunas formulaciones burdas, torpes, groseras, también desplegadas a veces). Cuando esta perversión se materializa —exploramos a continuación la mecánica correspondiente—, desafía el pensamiento crítico de los ciudadanos, que se revela insuficiente.

Exploración cogitacional de la posverdad

Los generadores de posverdades —sean políticos o comunicadores en medios alineados— tratan de prepararse bien el guion al servicio de sus fines: falsifican hechos, tergiversan declaraciones, edifican sobre rumores previamente difundidos, argumentan de modo retorcido, deslizan sugerencias arteras, conciben piruetas inferenciales, rebuscan para destapar aparentes errores o debilidades, reducen la complejidad a falsos dilemas, proponen analogías sesgadas, despliegan derivaciones tangenciales, extrapolan con artificio, acusan de modo urdido, alteran la proporcionalidad de los detalles, llegan a conclusiones falaces, construyen convenientes relatos, insisten en versiones ya desmontadas, etc.

Todo lo anterior forma parte de la maquinación, como asimismo lo hace el falseamiento de conceptos y valores, la cortina de humo, la crítica en amalgama de asuntos, la interpelación en tropel, la difamación y el desprestigio del adversario, la difusión de oportunos memes, la trampa o emboscada emocional, la cínica elusión de responsabilidad. Sí, quizá lo más relevante es la coral y sinérgica actuación en diferentes frentes; en este coro hallamos políticos sin escrúpulos, informadores y analistas de los medios afines, y transmisores de a pie en las redes sociales (que contribuyen además con diversos y perversos bulos).

BBVA-OpeMind-Jose Enebral-osverdad fake news-kayla-velasquez-Protesta contra la prohibición musulmana de Trump. Fuente: Unsplash
Protesta contra la prohibición musulmana de Trump. Fuente: Unsplash

Al hablar de posverdades, lo hacemos, sí, del engaño lubricado, decorado, orientado a ganar adeptos e incluso activistas para la causa correspondiente. Por ejemplo revelador, vemos en las calles algunos manifestantes que, al ser preguntados por sus inquietudes o motivaciones, articulan argumentos dispares y disparatados, difíciles de sostener racionalmente; pero lo que se está desvelando de modo más perturbador e inquietante —alarmante, en realidad— es la explosiva concurrencia de la posverdad y el odio en creciente número de ciudadanos.

La posverdad y el odio, en círculo vicioso

Las posverdades generan odio, y el odio genera más posverdades (y bulos): una espiral que previsiblemente no va a expirar con la pandemia que ha tocado vivir en este año 2020. Decía Jacinto Benavente que “los hombres se unen más para compartir un mismo odio, que un mismo amor”. Ante este escenario de manipulación, podríamos acudir igualmente a Maquiavelo o Gracián pero, sin más citas, sabemos bien que el odio y la envidia forman parte de nuestro paisaje nacional (como seguramente de otras latitudes), sin excluir otros elementos, como la codicia, la maledicencia o la jactancia, perceptibles en el escenario enfocado.

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El pensador crítico no es infalible, pero la posverdad tropieza con él.

Parece apremiante —resulta sin duda urgente, sí— que la verdad recupere su valor y que a ella subordinemos los ciudadanos nuestras reflexiones. Seguirá habiendo políticos e informadores desaprensivos y seguirán circulando bulos en las redes sociales, pero todos habríamos de cultivar un raciocinio de calidad. Habríamos de cultivar el rigor cognitivo en beneficio de las decisiones personales y profesionales, como también en defensa de la verdad y aun en defensa propia, ante el desbordamiento social de la posverdad.

Al rescate de la verdad, el pensamiento crítico

Para concluir estas reflexiones en torno a la posverdad, se diría que combatirla exige en todos nosotros buena dosis de pensamiento crítico bien entendido, sin olvidar una voluntad decidida que supere cierta apatía generalizada. No se trata empero de responder a la causa de la posverdad con una causa de la contra-posverdad, sino de que cada uno de nosotros, motu proprio, opte por respetar la verdad; por hacerlo en necesaria sintonía con el compromiso moral de los seres humanos, al margen de su alineación política y lejos de cualquier alienación.

Como sabemos, el pensador crítico —los expertos nos lo presentan intelectualmente virtuoso— muestra subordinación a la razón y la verdad, humildad, autonomía, entereza, perseverancia, imparcialidad, integridad, respeto a los demás. Más concretamente, se nos dice que su mente es abierta, que sus razonamientos son confiables, que se informa debidamente (sin limitarse a aquello que avala sus posiciones o favorece sus intereses), que denota agudeza y penetración en los asuntos, que duda y se asegura antes de llegar a certezas, que evalúa con acierto propuestas y argumentos, que cuida sus inferencias y juicios. No es infalible, no; pero la posverdad tropieza con él.

José Enebral Fernández

 

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