Hace veinte años, numerosas empresas proveedoras de formación continua apostaron fuerte por el denominado e-learning, modalidad discente que, servida y controlada por un PC conectado a Internet, parecÃa tener como referencia aquella enseñanza programada impresa de décadas atrás. Convertirnos en online learners suponÃa un decisivo avance en el ya inexcusable aprendizaje permanente; un avance en sintonÃa con la llegada de las TecnologÃas de la Información y la Comunicación (TIC), cuyo potencial multimedia y de interactividad resultaba extraordinariamente idóneo.
Esta modalidad de aprendizaje individual con el ordenador no era nueva. Al final de los años ochenta —todavÃa la etapa de las TecnologÃas de la Información (TI), la etapa offline— habÃamos conocido la Enseñanza Asistida por Ordenador (EAO), grabada en aquellos olvidados floppies de algo más de 5 pulgadas. En efecto, en los años ochenta los docentes disponÃan ya de software de autor, sencillas herramientas que les permitÃan diseñar y producir material didáctico con una modesta dosis de interactividad y presencia multimedia.

Por otra parte, desde que dispusimos de Internet venimos comunicándonos con otros internautas y, desde luego, accediendo a información lineal de interés (artÃculos, informes, documentos diversos), que lógicamente nutre nuestro acervo de conocimientos. Hoy se dirÃa que todo está en Internet. Pero volvamos veinte años atrás, al despegue de la etapa online de los cursos programados cuando, además del e-commerce o el e-business, sonaba ya el e-learning en el mundo empresarial.
Los proveedores de sistemas de e-learning comenzaron a colaborar entonces con grandes empresas de distintos sectores (telecomunicación, energÃa, banca, transporte, etc.) en la puesta en marcha de plataformas de formación, una suerte de campus virtuales. Los alumnos podÃan acceder a los cursos seleccionados, en general de corta duración, y disponÃan de comunicación asÃncrona (incluso sÃncrona a veces) con los tutores correspondientes; incluso se ofrecÃan foros de debate en que los usuarios podÃan intercambiar experiencias de aprendizaje.
La verdad es que en aquel comienzo del siglo, acaso por la cultura de presencia en aula, o porque a menudo los cursos parecÃan especialmente orientados a exhibir el potencial de las TIC, no pocos alumnos abandonaban antes de llegar al final (se utilizaban términos como start rate y end rate para definir el éxito de un proyecto de e-learning); pero ciertamente el aprendizaje online resultarÃa irreversible (hoy casi todos somos online learners, incluso de manera informal y hasta haciendo a veces descubrimientos serendÃpicos).

Hará quizá unos diez años —ya surgÃan, por cierto y por entonces, las primeras redes sociales—, se empezó a señalar a Internet como la gran plataforma de aprendizaje individual; cada usuario, en su navegación-indagación, podÃa dar con abundante información valiosa (en forma de artÃculos, presentaciones, noticias, cursos abiertos, estudios diversos) que traducir a conocimiento aplicable, aunque debÃa hacer una esmerada lectura sintópica (contrastar en diferentes fuentes) para evitar falsos aprendizajes.
En la actualidad cabe, desde luego, destacar lo muy extendido de las iniciativas formativas que aprovechan las potentes herramientas disponibles para videoconferencias y al respecto se han multiplicado los cursos online orquestados para satisfacción de expectativas comunes. Ya no hemos de relacionar el e-learning sólo con los cursos de aprendizaje programado, sino que pensamos asimismo en otras numerosas posibilidades online, incluidas las telemáticas clases magistrales con comunicación sÃncrona y apoyos audiovisuales. Son en verdad muchas las opciones (nuevas y tradicionales) disponibles para un continuo crecimiento personal y profesional, aunque sin duda habrÃamos de pensar mucho más en el qué aprender (conocimientos, habilidades, fortalezas, actitudes, valores, conductas…), y no tanto en el cómo hacerlo.
Cuatro corrientes o movimientos a considerar
En definitiva, el siglo XXI llegó con la explosión de las TIC y, especialmente, con el desarrollo de la economÃa del saber y la consiguiente necesidad del aprendizaje permanente. Se habÃa consolidado el lifelong learning movement, como también a la vez otras corrientes sinérgicas que nos preparaban para el siglo XXI, todo ello en sintonÃa con los cambios culturales en marcha. Los individuos debÃamos asumir el protagonismo, la iniciativa, el liderazgo del propio continuo crecimiento personal y profesional.
DebÃamos manejarnos de manera idónea con la abundante documentación disponible (dentro y fuera de Internet), y numerosas universidades en todo el mundo nos venÃan preparando para esta naciente necesidad: era el information literacy movement. Tras tomar sólida conciencia de la necesidad de formarse-informarse, habÃa que saber buscar, evaluar lo encontrado, contrastar la información, y traducirla luego acertadamente a conocimiento para su posterior aplicación, incluyendo posibles conexiones, analogÃas, inferencias y conclusiones: no era nada simple.
En el aprendedor permanente (lifelong learner) se esperaba que fueran de la mano la destreza informacional (information literacy) y la cogitacional, esta última asociada al denominado pensamiento crÃtico (critical thinking movement), un modo de pensar autónomo, exploratorio, penetrante, riguroso, de mente abierta y flexible; un modo de pensar asimismo esmerado en la búsqueda y el análisis de información valiosa y fiable. El pensamiento crÃtico nos resulta nuclear, esencial, inexcusable como seres humanos desarrollados que llegan a sus propias conclusiones, y contribuye desde luego a evitar aprendizajes equivocados.

Hemos aludido ya a tres corrientes o movimientos relacionados con el protagonismo del individuo en su trayectoria discente, y cabrÃa hablar también del knowledge management movement, igualmente sólido ya en los años noventa. La gestión del conocimiento es un concepto muy amplio —asociado a la idea de organización inteligente— que incluye el máximo aprovechamiento del saber de todo tipo que acumula cada organización, y eso incluye la necesidad de compartir los conocimientos y experiencias que cada individuo va alcanzando. El knowledge worker tenÃa que compartir su saber debidamente, haciéndose entender con facilidad; en efecto, se precisaba destreza informativa en el sujeto, complementaria a la destreza informacional ya referida. O sea, el push y el pull.
Quizá debamos poner más empeño al sumarnos, entre otras muy oportunas, a estas corrientes nacidas el siglo pasado que nos preparaban para este: el aprendizaje permanente (lifelong learning), la destreza informacional (information literacy), el pensamiento crÃtico (critical thinking) y la gestión del conocimiento (knowledge management).
 José Enebral Fernández
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