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14 noviembre 2016

Nosotros frente a ellos. Cómo explica la neurofilosofía nuestra política dividida

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En los últimos años, la neurociencia ha surgido como una nueva forma de filosofía que tiene repercusiones mucho más allá del ámbito sanitario. En un momento de políticas disgregadoras y turbulentas, el estudio de la forma en que funciona el cerebro ha abierto el camino para un nuevo entendimiento de nosotros mismos y nuestras sociedades.

Las herramientas de la neurociencia y en especial las imágenes por resonancia magnética funcional (IRMf) ofrecen unas perspectivas sin precedentes sobre cómo funciona el cerebro humano en tiempo real. Temas y debates que antes estaban reservados a la filosofía ahora se pueden asociar con términos neuroquímicos y neuroanatómicos.

Estamos empezando a entender algunos aspectos de la emocionalidad humana, la toma de decisiones, la moralidad, los traumas y el deseo de poder político a nivel celular, observando los cambios que se producen en la neuroquímica, los patrones neuronales y las transformaciones neuroanatómicas del cerebro.

Cómo se manifiestan el miedo, las emociones y las ideologías en el cerebro

La neurociencia ha aportado algunas alegaciones basadas en pruebas que pueden resultar incómodas porque cuestionan nuestras ideas de moralidad o derriban el mito de que nuestro cerebro es “racional”.

Fundamentalmente, la neurociencia nos ha iluminado sobre la naturaleza física de las emociones humanas. El miedo, una emoción que hemos heredado de nuestros ancestros, no es una sensación abstracta o intangible de peligro inminente, sino que se expresa en términos neuroquímicos en la amígdala. La amígdala, según se ha demostrado, desempeña una función crítica en la adquisición, el almacenamiento y la expresión de respuestas al miedo condicionadas. Ciertas regiones de la amígdala experimentan plasticidad, es decir, cambios en respuesta a estímulos emocionales, desencadenando así otras reacciones, como las respuestas endocrinas.

Del mismo modo, la forma en que nuestros cerebros producen razonamientos morales y luego los traducen en el contexto social se puede estudiar ahora, hasta cierto punto, en términos neurocientíficos. Por ejemplo, el papel de la serotonina en el comportamiento prosocial y el juicio moral está bien documentado; hay una estrecha relación probada entre los niveles de serotonina del cerebro y el comportamiento moral y social.

Los neurocientíficos también han observado la forma en que las ideologías políticas se representan en el cerebro; los estudios preliminares indican que un mayor volumen de materia gris en el córtex del cíngulo anterior puede relacionarse con inclinaciones hacia el liberalismo, mientras que un mayor volumen de materia gris en la amígdala (que forma parte del sistema límbico y por tanto se ocupa de las emociones) parece estar asociado con valores conservadores. Naturalmente, estas conclusiones iniciales no pretenden ser reduccionistas ni deterministas, no tratan de encasillar políticamente a un grupo o al otro y tampoco son fijas. Más bien pueden ayudar a explicar la profunda y persistente fractura que vemos en la política partidista en todo el mundo. Sería muy valioso examinar si estas conclusiones preliminares preceden a la afiliación política o si se producen como resultado de la exposición reiterada a debates partidistas y emocionales de inspiración política.

Fuente: Political Orientations Are Correlated with Brain Structure in Young Adults Report

Más recientemente, el análisis político también ha recurrido a la neurociencia. Por ejemplo, en el ciclo electoral 2016 de EE. UU., algunos han relacionado el atractivo de algunos candidatos con el llamado cableado de nuestros cerebros y con nuestras necesidades básicas de pertenencia a un grupo, mientras que otros han explorado las ideas de la neurociencia sobre el papel de las emociones en la toma de decisiones. Del mismo modo, las actitudes en torno al “Brexit” también se han analizado con referencias que proceden de la neurociencia.

Política divisoria: ¿qué nos dice la neurociencia?

En pocas palabras, nos aporta nuevas perspectivas muy útiles. Es cierto que algunos hallazgos de la neurociencia podrían ser rudimentarios en la etapa actual, pues la disciplina y sus herramientas están en evolución. A pesar de los enormes avances científicos, el cerebro humano sigue siendo en gran medida desconocido. Sin embargo, sí disponemos de algunos hallazgos preliminares en los que basarnos. La política divisoria ha pasado a primer plano y es posible que la neurociencia pueda arrojar algo de luz sobre cómo se expresa en nuestros cerebros.

“Nosotros” frente a “ellos”, el cultivo del miedo y el odio hacia grupos externos que se consideran distintos (en términos étnicos, ideológicos, religiosos, etc.) y los ataques crueles y virulentos contra ellos, forman parte de un inquietante panorama de creciente hostilidad étnica y racial. El filósofo Martin Buber identificó dos formas opuestas de estar en relación con otras personas: El Yo-Ello y el Yo-Tú. El Yo-Ello significa percibir a los otros como objetos, mientras que el Yo-Tú hace referencia a las percepciones empáticas de los otros como sujetos. Los neurocientíficos cognitivos han estudiado esta distinción con técnicas de imágenes del cerebro y los resultados, como era de esperar, nos dan mucha información sobre la creciente polarización del mundo actual y las formas en que nuestros cerebros procesan la distinción entre nosotros y los “otros”.

Identificamos a alguien como un extraño en 170 milésimas de segundo Imagen: REUTERS/Jorge Duenes

La urgencia para protegernos con una barrera de los “extraños” o “intrusos” se basa en gran media en el miedo y en predisposiciones ancestrales, que consideran la pertenencia a una tribu, un grupo o una familia como algo esencial para la supervivencia y la reproducción. El neurocircuito del comportamiento tribal se ha estudiado con métodos no invasivos y se ha revelado que la distinción de “nosotros” frente a “ellos” se produce en el córtex prefrontal. Allí, normalmente distinguimos a alguien como un “extraño” o como parte de “nuestro grupo” en 170 milésimas de segundo desde el momento en que les vemos. Este prejuicio instantáneo se produce de forma subconsciente y está vinculado a un cableado primordial.

Nuevas investigaciones han revelado claras diferencias de activación en el córtex prefrontal (CPF) medial de los participantes de una encuesta a los que se les pidió que hicieran deducciones sobre personas políticamente similares o distintas. Los resultados mostraron reacciones diferentes: cuando se les pidió que hicieran juicios sobre personas similares, se activaron las zonas del CPF ventromedial y cuando se les pidió que hicieran deducciones sobre personas distintas, se activaron las zonas del CPF dorsomedial. Básicamente, juzgamos a las personas de forma distinta dependiendo de si las conocemos o no.

Sin embargo, aunque el cableado para crear tal distinción está allí, nos enfrentamos a un panorama más complejo: a diferencia de la época prehistórica, la definición de “nosotros” frente a “ellos” en nuestras sociedades modernas es más sutil y variable. Los líderes divisionistas juegan hoy en día un papel clave en la manipulación de tales predisposiciones humanas y, de hecho, acentúan y desatan nuestros miedos, con frecuencia incluso en los miembros más instruidos e informados de las sociedades.

Los sentimientos nacionalistas, a menudo exacerbados por el populismo, se nutren de la distinción “nosotros” frente a “ellos”, reforzando el sentimiento de pertenencia y apego, que es fundamental para todos los adultos. Las ciencias cognitivas han mostrado que la vinculación a grupos más grandes forma parte del proceso normal de socialización de la edad adulta, cuando pasamos de ser egocéntricos a ser sociocéntricos, es decir, cuando somos conscientes de nuestra existencia en entornos mayores. Paradójicamente, el nacionalismo, ya sea cívico, étnico o una combinación de ambos, puede ser sumamente homogeneizador en cuanto a género, clase o incluso tendencias políticas, y al mismo tiempo identificar la línea divisoria de acuerdo con la idea de unidad nacional.

Esta predisposición para el “favoritismo del grupo interno” y la “devaluación del grupo externo” la explotan convenientemente los líderes populistas, que convierten “la nación” en un marcador de distinción entre las personas. Dicha distinción se hace más profunda y también se refleja en cómo se interpreta nuestra empatía. Los experimentos de IRMf han demostrado que nuestras actitudes hacia los que percibimos como grupos externos se ven afectadas por las llamadas “neuronas espejo” (normalmente responsables del mimetismo y la empatía), que se “apagan”, lo que nos lleva a rechazar las conexiones emocionales.

En formas extremas, tales divisiones pueden llevar a cambios más profundos en el estado cognitivo y emocional de una persona. La adhesión a ideologías extremistas ha dejado perplejos a los neurocientíficos durante mucho tiempo, al igual que el asunto de las transformaciones neurológicas y neuroanatómicas detrás del “lavado de cerebro”. Algunas pistas iniciales apuntan a que el extremismo está conectado con el aumento de la ansiedad, pero desde luego no es una hipótesis aclaratoria. La distinción de “nosotros” frente a “ellos” desempeña un papel importante, creando solidaridades profundas entre los miembros del “grupo interno”. Los estudios sobre la neurobiología evolutiva postulan que estas lealtades están tan arraigadas que las personas podrían sacrificarse a sí mismas para asegurar el bienestar del grupo interno. Hay muchas teorías que tendrán que ponerse a prueba en los próximos años, pero no hay duda de que el papel del entorno (donde se incluyen la alienación, la indignidad, el fatalismo, la humillación, la ignorancia, el rechazo del otro, la manipulación, etc.) sigue siendo primordial para configurar los conceptos de uno mismo y los demás.

Esto también se ha observado en las investigaciones sobre cómo funciona el prejuicio racial en el cerebro, que es muy maleable. En la década de 1990 se iniciaron una serie de estudios neurológicos sobre las percepciones de raza en EE. UU. Estos estudios, impensables hasta entonces, nos ayudan a entender y abordar los problemas de los prejuicios y las actitudes negativas. La amígdala, el pequeño grupo de núcleos críticos para el aprendizaje emocional, es la zona del cerebro que los estudios mencionan más a menudo con respecto a las actitudes hacia la raza. Es la misma estructura subcortical que reacciona a la valoración rápida e inconsciente de las amenazas.

Tanto en EE. UU. como en otros lugares, muchos han afirmado que la discriminación racial ha disminuido debido a las normas sociales igualitarias. Sin embargo, esta suposición va en contra de la abundancia de pruebas que demuestran que los prejuicios continúan.

La discriminación sigue existiendo, pero nuestros cerebros no nos condenan a tener prejuicios Imagen: REUTERS/Brian Snyder

Una gran cantidad de imágenes cerebrales han demostrado cómo se desarrollan las actitudes negativas en los mecanismos neuronales inconscientes del cerebro, pero también que esas actitudes negativas no están fijas. Curiosamente, un estudio demostró que la activación de la amígdala para los rostros negros era mayor que para los rostros blancos cuando se les presentaron rostros a los participantes durante tan solo 30 milésimas de segundo, lo que indica respuestas emocionales automáticas. Sin embargo, cuando los mismos rostros se presentaron durante más tiempo (525 ms), la diferencia de la actividad no estuvo en la amígdala sino en zonas del CPF y el córtex del cíngulo anterior, zonas que también están asociadas con la inhibición y el control.

La activación de estas zonas muestra mayores intentos de procesar la información de forma reflexiva, de controlar los prejuicios no deseados y confrontarlos con creencias y normas igualitarias. La rápida activación del prejuicio negativo en la situación de 30 ms, en contraste con la de 525 ms, pone de manifiesto el hecho de que las respuestas prejuiciosas se producen muy a menudo cuando hay una sobrecarga cognitiva o cuando los procesos reflexivos no están bien engranados.

Nuestras mentes primigenias no tienen que frenarnos

Aunque el cerebro humano presenta predisposiciones primigenias que se han acarreado durante milenios de evolución, también es increíblemente maleable y plástico. Más que pintar un panorama sombrío, debemos pensar en la neurociencia como en una disciplina que puede ayudarnos a superar obstáculos en nuestras sociedades.

Un importante estudio publicado en Nature sobre la neurociencia de las actitudes raciales también observó que cambiar el contexto de las interacciones raciales es fundamental para cambiar las respuestas del cerebro. Se pueden sacar conclusiones similares sobre la política divisoria en general. La neurociencia nos alerta de nuestros prejuicios instintivos, ofreciéndonos la oportunidad de corregirlos. Es de importancia crítica no sucumbir a los discursos divisorios y a los líderes populistas.

Aquí, la neurociencia ofrece orientación adicional, dilucidando cómo escapar de la trampa de la política divisoria, que en esencia se desarrolla sobre nuestras predisposiciones programadas. Basándome en perspectivas que proceden de la neurociencia, describí anteriormente la naturaleza humana como emocional, amoral y egoísta. Los humanos nacen como una tabula rasa predispuesta, sin conceptos innatos del bien o del mal, solo con una predilección heredada por la supervivencia. Además, la neurociencia ha demostrado que la emocionalidad juega un papel central en la toma de decisiones y que nuestra brújula moral es maleable y está determinada en gran medida por las circunstancias. Por tanto, aparte de un conjunto básico de instintos, por lo demás “nos configuran” las experiencias y nuestros entornos.

También forma parte de nuestro cableado lo que he llamado el “Neuro P5”: potencia, provecho, placer, permanencia y orgullo. Estos potentes motivadores pueden llevarnos a excesos y a la búsqueda de gratificación, incluso cuando tales empresas no son morales. También nos da nuevas perspectivas sobre la política divisoria y su conexión con el poder político. Los estudios de la neuroquímica del poder han llegado a la conclusión de que el poder, como el placer, se basa en el mismo circuito de gratificación neuronal, lo que da lugar al aumento del nivel de dopamina y al subsiguiente impulso para buscar más poder. El poder, en síntesis, es adictivo y aún más en los regímenes autoritarios, donde hay pocos mecanismos institucionales para impedir los abusos. Este mecanismo neuronal también está asociado con el comportamiento maníaco, con la paranoia y con autopercepciones exageradas. En sus intentos de mantener el poder a toda costa, los líderes podrían recurrir a cualquier medio, evocando enemigos reales o imaginarios y aumentando las divisiones sin tener en cuenta las consecuencias.

Esta es la razón por la que el buen gobierno juega un papel importante para evitar el efecto maligno de la política divisoria. La educación, unas instituciones responsables, unas campañas electorales serias y una industria del entretenimiento más sensible contribuyen a abordar este reto. Todas estas facetas desempeñan un papel fundamental en reducir los prejuicios, aumentar la exposición y la tolerancia y tratar al “Otro” con dignidad para que las sociedades sean pacíficas, tolerantes y progresistas.

Los líderes divisorios ponen énfasis en nuestras diferencias, pero hablan poco de los peligros del aislacionismo.

Nayef Al-Rodhan, miembro sénior del Centro de Ginebra para la Política de Seguridad.

Esto también entraña, de manera fundamental, que las personas tolerantes hablen alto y claro con frecuencia, para asegurarse de que las ondas y los espacios de las redes sociales no queden en manos de los que más dividen. Estos últimos deben rendir cuentas moral y legalmente si es necesario en aras de la paz y la seguridad. Es necesario que esto suceda mientras se distingue entre la santidad de la “libre expresión” y el peligro de la “incitación al odio”. La responsabilidad sobre este asunto es colectiva y los gobiernos y la sociedad civil deben tomarla en serio y con determinación, pues reviste especial importancia para combatir los miedos de un mundo incierto, conectado y globalizado.

Los líderes divisorios ponen énfasis en nuestras diferencias, pero hablan poco de los peligros del aislacionismo. Sin embargo, es solo a través de la interacción y de los intercambios mutuos que podemos crear una cultura vigorosa y saludable. Las sociedades que se mantienen aisladas y no son capaces de adaptarse, con el tiempo se debilitan.

Nayef Al-Rodhan

miembro honorario del St. Antony’s College de la Universidad de Oxford

Este artículo fue publicado originalmente por Nayef Al-Rodhan en el sitio web del Foro Económico Mundial.

 

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