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29 noviembre 2019

Los récords meteorológicos: así empezamos a registrar el clima

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Desde la antigüedad, el ser humano ha sentido la necesidad de registrar y estudiar el tiempo meteorológico en busca de pautas en ese aparente caos. Sobre todo para poder anticipar inundaciones, sequías, tormentas, heladas o nevadas. Los astrónomos lograron alguno de los primeros grandes éxitos de la ciencia al predecir las épocas de las crecidas estacionales del Nilo, pero el nacimiento de la meteorología como ciencia moderna sucedió entre los siglos XVII y XVIII. Y aún tuvieron que pasar varios siglos más para las primeras predicciones y registros meteorológicos verdaderamente fiables, que llegaron en la primera mitad del siglo XX. Fue gracias a la irrupción de un protagonista a priori totalmente inesperado en esta historia.

Los primeros intentos de predecir el tiempo meteorológico a partir de la observación, registro y estudio de las condiciones diarias se remontan al primer milenio antes de Cristo. En torno al año 650 a.C. se tiene constancia de que los babilonios predecían —o al menos lo intentaban— cambios meteorológicos inminentes a partir de la forma y la apariencia de las nubes y otros fenómenos ópticos de la atmósfera como los halos. Y en el siglo III a.C., los astrónomos chinos ya habían desarrollado un calendario meteorológico que dividía el año en 24 fiestas, cada una de ellas dedicada a una situación meteorológica distinta. También en torno al 340 a.C., Aristóteles escribía su tratado Meteorologica, en el que compilaba todo el conocimiento de la época sobre fenómenos atmosféricos y elaboraba teorías y daba pautas para su predicción.

Cronología interactiva: Récords meteorológicos históricos

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Nuevos instrumentos de medida y primeros registros

Esfuerzos y tentativas similares se repitieron durante los siguientes siglos. Pero tuvieron que pasar muchos para que los estudiosos entendieran que era necesario un mayor conocimiento de la atmósfera, de sus condiciones y de su dinámica, para alcanzar el objetivo. También que este conocimiento debía fundamentarse sobre datos experimentales para los que era necesario diseñar nuevos instrumentos de medida.

Esa necesidad ya la habían anticipado tanto Leonardo da Vinci con sus diseños para un higrómetro y un anemómetro, como Nicolás de Cusa al fabricar el primer higrómetro (de occidente) para medir la humedad de la atmósfera. Estos inventos anticipaban el florecimiento de la meteorología, ya entendida como ciencia moderna, que se consolidaría en el siglo posterior con la invención del termómetro de Galileo Galilei (en 1592) y el barómetro de Torricelli (en 1643).

El anenómetro de Robinson. Crédito: Archival Photograph by Mr. Sean Linehan

Y del mismo modo surgieron los primeros registros basados en dichos instrumentos. Entre ellos destaca la Red Medici, un primer intento de registrar la temperatura a escala “internacional”, que entre 1654 y 1670 documentó la temperatura y condiciones meteorológicas reinantes, cada cuatro horas, en diversas localidades italianas y de países vecinos.

La Red Medici fue una de las primeras y más excepcionales iniciativas en este sentido, pero no la única. Conforme surgían nuevos instrumentos y refinamientos, así como versiones mejoradas de los ya existentes —como el termómetro de mercurio de Fahrenheit, el barómetro de mercurio o el anemómetro de copas del irlandés Thomas Robinson—, más científicos y apasionados de la meteorología se afanaban en establecer registros regulares. Benjamin Franklin mantuvo uno desde principios de la década de 1740 y registró los huracanes en la costa atlántica estadounidense desde los años 1770. John Dalton puso en marcha en Inglaterra una pequeña red de pluviómetros para monitorizar las precipitaciones diarias. Y Antoine Lavoisier comenzó a medir cada día la temperatura, humedad, presión atmosférica y velocidad del viento desde 1763. Un trabajo que le llevó a afirmar que ya resultaba casi posible predecir con uno o dos días de anticipación el tiempo, y que pronto sería factible publicar partes diarios de gran utilidad para la sociedad. No estaba desencaminado, porque en los albores del siglo XIX, algunos meteorólogos comenzaron a dibujar los primeros y primitivos mapas del tiempo, eso sí, de los días anteriores.

La irrupción del telégrafo

Pero por muy encomiable que esta labor fuese, se trataba de iniciativas y esfuerzos individuales y aislados, o como mucho de ámbito local. Esto limitaba en gran medida la capacidad para estudiar la dinámica del tiempo y predecir su inmediata evolución. Era necesaria una perspectiva más amplia, que abarcase una mayor extensión. Y esa necesidad chocaba con la imposibilidad de disponer de dichos datos en tiempo real o, cuando menos, en un plazo suficientemente corto.

El telégrafo permitió la transmisión de información inmediata. Fuente: John Schanlaub

Esto solo se pudo superar con la invención del telégrafo, que conectaba unas localidades con otras y permitió, por fin, una comunicación y transmisión de información inmediata. Los estudiosos de la meteorología no tardaron en sacar partido de ello: en la década de 1850 el Observatorio de París ponía en funcionamiento una red de recogida de datos cuya principal función era alertar a la Marina del riesgo de tormentas. En el Reino Unido, Robert Fitzroy era puesto al frente de la futura Oficina de Meteorología británica. Y en EEUU, la Smithsonian Institution iniciaba en 1849 una red de estaciones meteorológicas conectadas telegráficamente y sostenida con el apoyo de voluntarios que constituyó el germen del National Weather Service.

Igualmente, en 1863 el científico francés Edme Hyppolyte Marié-Davy publicaba los primeros mapas meteorológicos modernos, con isobaras que conectaban puntos de igual presión. Ese mismo año el inglés Francis Galton establecía cómo identificar anticiclones y borrascas a partir de ellas. Y en 1875 el propio Galton comenzaba a publicar un mapa del tiempo diario en el periódico The Times. Poco antes, desde 1871, el meteorólogo Cleveland Abbe ya emitía telegráficamente en EEUU partes diarios del tiempo y predicciones para las siguientes jornadas.

El primer parte meteorológico computerizado

El avance definitivo en la predicción meteorológica llegó de la mano del meteorólogo noruego Vilhelm Bjerknes que, con el apoyo de su hijo, organizó un sistema de estaciones en su país. El objetivo último era crear los métodos y modelos numéricos de predicción en los que se basan las predicciones actuales. Pero su aplicación práctica resultó utópica —debido a la complejidad de cálculo que requería— hasta la introducción de los ordenadores, que permitían efectuar estas operaciones con la suficiente rapidez para emitir el parte. Así, en 1950, el científico estadounidense von Neumann efectuaba el primer parte meteorológico computerizado, con la predicción para las siguientes 24 horas.  

Vilhelm Bjerknes creó los métodos en los que se basan las predicciones meteorológicas actuales. Fuente: Wikimedia

Por otro lado, el último gran obstáculo para disponer de un registro meteorológico histórico internacional fiable era la disparidad tanto en la metodología de recogida, como en los instrumentos empleados, e incluso las escalas en las que se consignaban los datos, que variaban de una estación a otra. Urgía una unificación de criterios y procedimiento.

El primer paso en este camino fue la creación, en 1875, de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, que conminaba a los científicos a aplicar un sistema de unidades único a fin de facilitar el intercambio de información. El paso definitivo se dio cuando la Organización Meteorológica Mundial creaba el World Weather Records (WWR) un proyecto a escala global de recopilación de datos meteorológicos procedentes de cientos de estaciones; tanto de los recabados a partir de ese momento como de los ya archivados en dichas estaciones. De este modo y desde 1927 el WWR, además de sostener esta red, publica periódicamente informes que incluye datos mensuales y anuales de presión atmosférica media, temperaturas medias, máximas y mínimas y precipitaciones mensuales y anuales en todo el planeta.

Este es el motivo por el que el registro y los récords meteorológicos arrancan a partir de dicho año, o, como mucho, se remontan a 1880, a partir de los datos recuperados y cribados de las oficinas y estaciones meteorológicas más veteranas.

Miguel Barral

@migbarral

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