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19 marzo 2020

De la cuna a la cuna: materiales inmortales para construir el futuro

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¿Cuánto dura un ladrillo? ¿Cómo se consiguen los materiales para fabricar una ventana? ¿Se puede reutilizar una placa solar? Cuando se habla de ciudades sostenibles, lo más común es abordar las estrategias para lograr edificios más eficientes energéticamente, como una buena orientación, o la inclusión de placas solares. Sin embargo, antes de llegar a ello, existe un paso previo fundamental: ¿son los materiales utilizados sostenibles?

“Cradle to cradle”, que significa literalmente “de la cuna a la cuna” en castellano, es un concepto acuñado en los años 70 por el arquitecto suizo Walter R. Stahel. Hace referencia a la necesidad de utilizar bienes y materiales durables en el tiempo que no terminen desechados cuando acabe su uso, sino que vuelvan a “la cuna”, es decir, que puedan reutilizarse íntegramente para algo nuevo una vez acabada la función para la que habían sido diseñados. El término fue recuperado y popularizado por los escritores William McDonough y Michael Braungart en su libro ‘Cradle to Cradle = De la cuna a la cuna: Rediseñando la forma en que hacemos las cosas’ (2003), donde abordaban la necesidad de replantear el diseño de productos y abogaban por que la optimización de los productos en el mercado debe comenzar con la optimización de los componentes de que los forman. 

Los tres ámbitos de la sostenibilidad

Para entender mejor los factores que están implicados en el estudio de la sostenibilidad de un material, habría que abordar primero el concepto de ‘triple resultado’ o ‘triple bottom line, que hace alusión a los tres ámbitos que tiene que considerar una organización para evaluar la sostenibilidad de su actividad: la sociedad, la economía y la ecología. Estos tres ámbitos deben ser atendidos de forma equilibrada, porque si uno de ellos tiene grandes carencias, es complicado que los otros dos funcionen. 

Este sistema aplicado a la construcción se puede traducir en que los materiales con los que se fabrique no solo deben ser duraderos y de calidad, sino que también deben haber sido obtenidos de manera responsable y atendiendo a estos tres ámbitos de la sostenibilidad. A efectos prácticos, esto significa, por ejemplo, que se produzcan localmente, para favorecer la economía de la zona, que se hayan fabricado en condiciones laborales dignas, lo cual tiene que ver con el vértice de la sociedad, y que una vez finalizada su vida útil, no se conviertan en basura, sino que puedan pasar de nuevo al suelo para descomponerse, para atender al tercer vértice de la ecología. Si no fuera posible, al menos que puedan reutilizarse íntegramente con estándares de alta calidad para nuevos productos. 

Los límites de la ecoeficiencia

“La infraestructura industrial actual está diseñada para la generación de crecimiento económico. Lo consigue, pero a expensas de otras necesidades vitales, en particular, la salud humana y del ecosistema, la riqueza natural y cultural, e incluso la diversión y el disfrute”, afirman McDonough y Braungart en su libro, y desafían algunas de las medidas que a menudo se consideran la solución a los problemas de sostenibilidad, como la llamada ‘ecoeficiencia’ o la ‘regla de las tres erres’. 

La ecoeficiencia, término acuñado por el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible en 1992, hace referencia al ratio entre el valor añadido de lo que se ha producido y el impacto ambiental añadido que ha costado producirlo. Desde entonces, muchas son las corporaciones que han hecho de la ecoeficiencia su bandera y su traducción práctica: ‘reducir, reutilizar y reciclar’. Ha llegado el momento de hacerse la pregunta de si estas ‘tres erres’ son suficiente. Reducir no basta cuando los recursos son limitados, ya que tan solo se retrasa el momento de su agotamiento total, pero ese destino fatal no es eliminado. La reutilización de residuos podría parecer la solución, pero muchos de los materiales contienen sustancias perjudiciales que pueden hacer peligrosa su manipulación y utilización para nuevos usos. Por último, el reciclado ahora mismo no tiene la capacidad de recuperar todos los tipos de materiales, ni de hacerlo con la mejor calidad, en los casos en los que sí se recuperan. Por todas estas razones, aunque positiva, es posible que la ecoeficiencia se haya quedado corta para afrontar la crisis climática en la que nos encontramos inmersos

Hoja de ruta hacia la eco-efectividad

McDonough y Braungart apuestan por ir más allá de la ecoeficiencia, presentando lo que ellos denominan ‘eco-efectividad’, es decir, un cuestionamiento de la producción desde su propia naturaleza y sus procedimientos más básicos. Para lograrlo, establecen cinco pasos que deben plantearse los diseñadores y los arquitectos a la hora de fabricar:

  1. Empezar por lo más básico y evitar en la medida de lo posible la utilización de sustancias dañinas o materiales que las contengan en la fabricación, como el PVC, el cadmio, el plomo o el mercurio. 
  2. Elegir materiales que hayan sido fabricados de la forma más respetuosa posible, atendiendo a todos los ámbitos de la sostenibilidad. Es decir, que sean materiales producidos con respeto hacia los trabajadores que la producen, hacia las comunidades donde se producen, hacia las personas que lo transportan y hacia los clientes que lo consumen. 
  3. Habiendo llevado a cabo las dos anteriores, clasificar los materiales que se utilizan para la producción en tres listas más o menos precisas: lista X, para las sustancias más problemáticas, por ejemplo, las que pueden liberar sustancias tóxicas en su fabricación; la lista gris, que contendría sustancias problemáticas cuya erradicación no sea tan urgente o aún no sea posible por no existir alternativas, y la lista P o positiva, que contendría, al final, las sustancias saludables y seguras. En esta tercera fase, se debe intentar que, sin cambiar las pautas de producción, la última lista sea cada vez más amplia respecto a las dos primeras. Hasta este paso, si hiciéramos una comparación con una receta de cocina, estaríamos escogiendo los mejores ingredientes, los más saludables y producidos de forma justa, pero el paso a paso de la receta se mantendría igual. 
  4. A partir de este paso, se pasa de una producción “menos mala” para convertirse en “más buena”, es decir, es el paso de la ecoeficiencia hacia la eco-efectividad. En primer lugar, se aboga por potenciar el uso de productos de la “lista P”, de materiales positivos, cambiando las pautas de producción cuando sea necesario para poder dar cabida a más sustancias seguras y excluir más sustancias peligrosas. Siguiendo el paralelismo con una receta de cocina, estaríamos haciendo la misma receta, pero cambiando sus pasos, sus instrucciones y sus tiempos de cocinado, para facilitar que la lista de ingredientes “buenos” sea más larga. 
  5. El último paso es reinventar, es decir, abrir la mente a posibilidades nuevas que puedan resolver las necesidades de las personas de manera diferente, con mayor sostenibilidad. Cambiamos de receta y hacemos otra que en su conjunto es mucho más saludable para nosotros, y sigue cubriendo nuestra necesidad de alimentarnos. 
Crédito: Chris Barbalis (Unsplash)
Crédito: Chris Barbalis (Unsplash)

Para ilustrar los pasos anteriores, se puede tomar el ejemplo de la construcción de un vehículo. Para que su diseño y construcción fuesen más sostenibles, haría falta que se descartaran de plano los materiales con compuestos tóxicos desde el principio en su elaboración, por ejemplo, los interruptores de mercurio (algunos fabricantes ya lo han hecho). Se deberían, seguidamente, clasificar todos los materiales que se utilizan para su fabricación y sustituir los que no sean del todo saludables y seguros por algunos que sean mejores, sin volver a concebir la producción desde sus fundamentos. Por ejemplo, utilizar pintura que no contenga cromo. Ir un paso más allá consistiría en modificar el proceso de fabricación si eso facilita potenciar la lista de materiales seguros y reutilizables, por ejemplo, diseñar el coche con vistas a su desembalaje cuando acabe su ciclo de vida, para que todos sus materiales sean fácilmente separables y reciclables. El máximo exponente de la eco-efectividad sería replantearse cómo satisfacer la necesidad del transporte de personas de forma más sostenible, y si quizás el coche es la solución más eficiente para ello. ¿Es posible otro tipo de vehículo que sea respetuoso con el medio ambiente?

Hablando sobre las carencias en cuanto a sostenibilidad del diseño desde la Revolución Industrial, McDonough y Braungart afirmaban: “Un diseño pobre a tal escala va más allá del tiempo de una vida humana. Constituye lo que denominamos una ‘tiranía remota intergeneracional’ – nuestra tiranía sobre futuras generaciones a través de las consecuencias de nuestros actos de hoy.” La construcción sostenible del futuro empieza por cuestionar los materiales y las técnicas de producción que se llevan utilizando desde hace más de dos siglos. La tarea, aunque titánica, es uno de los pasos imprescindibles para cambiar el futuro que dejamos como legado a la humanidad que viene.  

 

Sara González para OpenMind

@SaraGomar

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