La palabra “fracking” es de las que conviene evitar en una reunión familiar, so pena de provocar una agria discusión entre quienes defienden la fracturación hidráulica para la extracción de hidrocarburos como una alternativa energética con futuro, y quienes la consideran una agresión al medioambiente y a la población, además de una opción caduca e insostenible. Pero lo cierto es que últimamente esta práctica parece haber decaído en el debate público respecto a años anteriores. ¿Ha decaído también su uso?
En plena edad dorada de los combustibles fósiles, durante el siglo XX, el fracking abrió la vía para extraer hidrocarburos de los depósitos subterráneos de pizarras, una roca sedimentaria que alberga estos yacimientos en sus fisuras, pero que son de difícil explotación por técnicas convencionales. El concepto de fracturar la roca para liberar reservas de petróleo se remonta a la década de 1860, cuando en EEUU se introdujo el uso de explosivos para este fin. La fracturación hidráulica, utilizando líquidos, se empleó por primera vez en 1947 en Kansas, y progresivamente fueron añadiéndose mejoras al proceso: en la década de los 50 comenzó a desarrollarse la mezcla de agua, arena y aditivos que con el tiempo se convertiría en el estándar, y en los años 90 se implantó la perforación horizontal, que permite extender el alcance a partir de los pozos verticales y cubrir así mayores extensiones de terreno.
Tal como se practica hoy, el fracking comienza perforando un pozo vertical hasta los estratos de pizarra, que suelen hallarse a una profundidad de entre 1.500 y 6.000 metros. Una vez alcanzados estos depósitos, la perforación gira 90 grados para continuar en paralelo al suelo durante 1.500 a 2.000 metros más. Entonces se introduce un tubo de acero, normalmente recubierto de cemento, cuyo propósito es sellar el pozo para evitar las filtraciones a los acuíferos. Seguidamente se provocan pequeñas explosiones mediante una pistola perforadora que crea orificios en el recubrimiento de acero y lo conecta directamente con la roca. Posteriormente, se introducen entre 10.000 y 30.000 m3 del fluido fracturador que entra por los orificios a alta presión y crea grietas en la roca. Este fluido está compuesto en un 98% por agua a la que se le añaden ciertos productos químicos, además de arena y partículas de cerámica como aditivo de sostén, lo cual impide que se cierren las brechas abiertas en la pizarra. Por último, el gas natural así liberado de la roca fluye hacia la superficie.
Una técnica imitada pero controvertida
El fracking ha sido promovido sobre todo en EEUU como una vía estratégica hacia la independencia energética. Entre finales del siglo XX y comienzos del XXI, la extracción de hidrocarburos en aquel país estaba descendiendo de manera alarmante, lo que obligaba a importar más petróleo del que se producía en su propio suelo. Esta situación cambió radicalmente en la pasada década, gracias sobre todo a las últimas mejoras introducidas en las técnicas de fracking que han propiciado una revolución en la extracción de depósitos antes inaccesibles. En 2017 EEUU adelantó a Arabia Saudí como el primer productor mundial de petróleo, y hoy ocupa también el primer puesto en producción de gas natural. Por ello, no es de extrañar que otros países hayan estudiado o puesto en práctica esta técnica de extracción, siendo China y Canadá los que lo han implantado en mayor medida.

Pese a que la industria trata de minimizar estos impactos, lo cierto es que la creciente impopularidad del fracking ha llevado a varios países a prohibirlo —incluyendo provincias canadienses y estados de EEUU— o a declarar moratorias. A todo ello se superpone una realidad incontestable; y es que, fracking o no fracking, la emergencia climática exige un firme compromiso con la vía del abandono de los combustibles fósiles.
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