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23 diciembre 2013

Matemáticas: ¿rechazo o comodidad?

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En la vida cotidiana escuchamos con frecuencia expresiones como las siguientes: “Eso es poco menos que intentar la cuadratura del círculo, “todavía quedan incógnitas por despejar”, “el común denominador de aquellos acontecimientos era…”, “la prueba del nueve de cierto asunto es…”, etc. Es evidente, pues, que el lenguaje toma expresiones propias de las matemáticas  y, casi siempre, para expresarnos sobre asuntos que la gran mayoría de las personas considera serios. Me inclino a pensar que el lenguaje añora el rigor matemático y se critica a sí mismo cuando se autoabastece. Por ello, se escuchan expresiones como “no vengas con romances”, “lo tuyo es puro teatro”, etc. No recuerdo haber escuchado expresiones como “no me vengas con S.C.I.” o “lo tuyo son meros postulados”.

Por otra parte, se puede observar con claridad que no todo son simpatías hacia las matemáticas. Nada más lejos de la realidad, ya que con bastante frecuencia se percibe como existe cierto rechazo social hacia las matemáticas. Veámoslo con algunos ejemplos. En el año 2000, año mundial de las matemáticas, apareció en un periódico lo siguiente: “Ya está bien de tanto engreído”. Un director de cine, en un artículo sobre su ciudad natal, se expresó de la siguiente forma al recordar el colegio: “Había que volver al terror de los quebrados”. Otro director de cine, en una entrevista, dijo que tenía pesadillas de levantarse sudando con los polinomios. En un anuncio publicitario sobre una merienda para niños, aparecía al final un cuaderno con unas ecuaciones y se oía en el anuncio una voz que decía: “Esto no se supera ni con esta merienda”. Cuando a alguien se le pregunta por una operación aritmética, sobre todo a la hora de realizar un pago, suele esquivarla alegando: “Yo era más bien de letras”. Cuando en el cine o en una serie de televisión se quiere encasillar a un personaje infantil como empollón, se le suele dotar de una calculadora y unas tablas trigonométricas. Y así estaríamos enumerando ejemplos de situaciones en las que las matemáticas juegan un mal papel. Pero ¿por qué ocurre esto? o ¿por qué existe ese claro rechazo hacia las matemáticas? ¿Por qué no se dice que “ya está bien de tanto engreído” para referirse a literatos o historiadores?,  ¿por qué el terror de los quebrados y no el terror del análisis sintáctico de oraciones subordinadas o de los recursos estilísticos y de las rimas?, ¿por qué no pesadillas de levantarse sudando con el teatro de Valle-Inclán o el de Buero Vallejo?, ¿por qué en aquel anuncio publicitario no aparecía un mapa mudo por rellenar, las obras de la estatuaria antigua o las declinaciones del latín?

No creo que esto se pueda atribuir a una sola causa. Sin embargo, a mi parecer, existe un motivo que influye mucho en fomentar cierto rechazo: la forma en la que se comprueba que no nos sabemos bien las matemáticas durante los años del colegio. Sin embargo, con el resto de las materias no ocurre lo mismo. Ante una mala calificación en el comentario de texto de una obra literaria, podemos defendernos mejor alegando, en el patio con nuestros compañeros o en casa con nuestros familiares, que no se nos ha sabido valorar bien nuestras opiniones, improvisaciones o intuiciones. Pero ¿qué podemos hacer ante nuestra hoja de respuestas sobre un  examen de resolución de ecuaciones en la que aparece todo tachado por el profesor?, ¿no es cierto que nos encontramos más indefensos ante ello?

Lo que acabo de apuntar explicaría en parte por qué cuando a alguien le preguntan por el personaje de cierta película o novela contesta, sin ningún temor: “pues me parece que la dimensión psicológica del personaje…” o “los registros empleados por el autor, director o novelista han tocado temas muy subjetivos” o frases similares, en lugar de encogerse de hombros y contestar: “Es que yo era de ciencias”.

Roberto Benavent

Licenciado en Ciencias y Técnicas Estadísticas, Alicante (España)

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