En una entrevista reciente, Eduard Punset afirmó que si tenemos que tomar una decisión, es preferible dejarnos guiar por la intuición y no por la razón. Es decir, que resulta más ventajoso dar la espalda un poco a la actitud racionalista que solemos adoptar en la vida a la hora de tomar decisiones.
Si examinamos con detenimiento la historia del racionalismo, encontramos en un lugar destacado a René Descartes y su obra “El discurso del método”. En la segunda parte de la misma podemos leer lo siguiente: “ …dividir cada una de las dificultades que examinare en tanta partes como fuese posible y en cuantas requiriese su mejor solución.” En la tercera parte, Descartes describe dos situaciones problemáticas en las que inevitablemente es preciso tomar una decisión. La primera es la reparación de una casa y la segunda encontrarnos extraviados en el medio de un bosque. ¿No es cierto que muchas personas intuirían de inmediato que, en el primer caso, convendría procurarse una habitación confortable para pasar en ella todo el tiempo que duren las reparaciones y que, en el segundo, convendría tomar una dirección y seguirla, y así llegar a alguna parte que siempre será mejor que permanecer en medio del bosque? Pues bien, eso mismo es lo que propone Descartes como solución acertada en su obra.
Resulta que, en el seno mismo de una de las obras cumbre del racionalismo, se expone con bastante claridad que ante ciertas situaciones la intuición es también una buena consejera. Tal vez Descartes se refiere a la intuición cuando en la segunda parte dice lo siguiente: “…evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención”, ¿no se referirá el autor a que a veces al realizar ciertas prevenciones evitamos aciertos a los que llegamos sin conocer muy bien cómo?, ¿no serán dichos aciertos debidos a la intuición?
Después de todo lo que he descrito, podemos sentirnos inclinados a pensar que razón e intuición intercambian impresiones y exponen sus argumentos de forma amistosa. Sin embargo, no ocurre siempre así, más bien lo contrario. Después de buscar ejemplos en los que razón e intuición entran en conflicto, me parece el más representativo de ellos la situación que se narra en un cuento de Robert Graves titulado “El abominable señor Gunn”. Resulta que el señor Gunn pone en clase un problema de cálculo a sus alumnos incluido en el libro “Aritmética para colegios preparatorios” de Hilderbrand. El caso es que el alumno F.F. Smilley está distraído y cuando es interrogado por el señor Gunn, le contesta que ya tiene la solución, añade que el solucionario contiene una errata y, por si no fuera bastante, termina diciéndole al señor Gunn que conoce personalmente a Hilderbrand. El señor Gunn, en lugar de interesarse por tan curioso fenómeno, cree que el alumno se está burlando de él, y, por ello, le impone un castigo con ayuda del director del colegio. Es evidente que Robert Graves nos está contando una de las formas en las que la intuición puede hacer acto de presencia de forma sorprendente y de cómo alguien, en este caso el señor Gunn, puede conducirse de la forma más intolerante haciéndose pasar por guardián de la razón.
Tal vez la situación que narra Graves en su cuento sea un tanto exagerada; sin embargo, pienso que representa muy bien a lo que ocurre en numerosas ocasiones en la vida cotidiana, y, estoy convencido de que es así debido a la inclinación que tenemos a buscar la comodidad en en nuestra forma de proceder; en el caso del cuento de Graves, el alumno ha perturbado el hábito del señor Gunn, adquirido durante sus años de profesión, que consiste en lo siguiente: 1) poner un problema; 2) dejar un tiempo para que los alumnos lo realicen; y 3) finalmente, corregirlo o sacar a un alumno a la pizarra.
Está bien claro que el alumno F.F. Smilley anula por completo los pasos anteriores y hace que el señor Gunn se sienta indefenso. De forma habitual, utilizamos el lenguaje para realizar separaciones y distinciones claras y precisas con el objeto de conseguir una simplificación de la realidad, en el caso presente lo anterior se traduce en expresiones que nos presentan a la razón como un esfuerzo y la intuición como una especie de iluminación gratuita que siempre resulta más cómoda; por ello, la intervención de Eduard Punset, que he citado al principio, produce sorpresa. No creo que sea tan inmediato realizar una separación clara entre razón e intuición. El profesor y filósofo francés Gilles Deleuze elaboró un resumen del pensamiento de Henri Bergson titulado “El bergsonismo”, en el capítulo primero del mismo, el autor apunta que la intuición (también) es un método elaborado, y, para mostrarlo, detalla unas reglas de las cuales la primera consiste en lo siguiente: “Aplicar la prueba de lo verdadero y de lo falso a los problemas mismos, denunciar los falsos problemas, reconciliar verdad y creación en el nivel de los problemas” ¿no es verdad que lo anterior podría encontrar un sitio en el Discurso del método de Descartes?
El consejo que nos da Eduard Punset está más que claro: la intuición es tan importante como la razón en la toma de decisiones y, tal vez, hay razones suficientes para pensar que estamos mejor diseñados para sacar partido a la intuición.
Roberto Benavent
Licenciado en Ciencias y Técnicas Estadísticas, Alicante (España)
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