Siendo todavía un estudiante adolescente, William Henry Perkin descubrió por accidente el primer colorante sintético de la historia, el de color malva. Una rentable equivocación que demostró las enormes posibilidades de la química, una ciencia que a mediados del siglo XIX acababa de nacer y apenas tenía aplicaciones. Recordamos cómo este descubrimiento cambió la historia de la química —además de contribuir a grandes avances en otras ciencias—, cuando se cumplen 180 años del nacimiento de Perkin y vuelve a estar de moda más que nunca, con el malva como el color de la temporada.
A mediados del siglo XIX, el Imperio Británico sumaba colonias en zonas tropicales, donde cada vez más soldados contraían la malaria. El único remedio médico que existía era la quinina, una sustancia natural cara de obtener, ya que se sacaba de la corteza del árbol de la quina, que solo crecía en los bosques tropicales de los Andes (Sudamérica). Urgía encontrar una manera más asequible de conseguir la quinina y ésa era sintetizarla de forma artificial en el laboratorio. Concentrados en la tarea estaban el joven alumno William Henry Perkin (12 de marzo de 1838 – 14 de julio de 1907) y su profesor, el célebre químico alemán August Wilhelm von Hofmann.

En la Semana Santa de 1856, mientras Hofmann visitaba a su familia, Perkin probó una nueva idea en el pequeño laboratorio de su casa de Londres: oxidar otro compuesto conocido (la anilina) para obtener quinina. No lo consiguió y en su lugar se tropezó con un precipitado sólido negruzco. Intentando limpiar con alcohol el resultado de su error, Perkin reparó en que aquel material contenía una sustancia de tonalidad púrpura. Con tan solo 18 años, sin querer, acababa de obtener el primer tinte sintético, que hoy conocemos por múltiples nombres: púrpura de anilina, mauveína, anilina morada o malva de Perkin.
Un caso de serendipia
Como en otros grandes casos de serendipia en la historia de la ciencia, este descubrimiento no fue pura casualidad. Aunque el azar jugó un papel importante, resultó más relevante la actitud observadora de Perkin, que supo ver más allá de un resultado decepcionante. Con la ayuda de su hermano y un amigo, realizó nuevos experimentos a escondidas del profesor Hofmann para perfeccionar su método, que patentó en agosto de 1856.
Además, decidió comercializarlo, demostrando una gran visión de negocio. Se dio cuenta de que podía sustituir los costosos tintes naturales de plantas y moluscos que se usaban desde la época romana. Antes de Perkin, la única manera de obtener prendas malvas era teñirlas con colorantes naturales que se extraían de seres vivos. Los fenicios, por ejemplo, tenían el púrpura de Tiro que obtenían de la mucosidad de la caracola marina Murex brandaris. De ese color eran las túnicas de los senadores en la antigua Roma.

Gracias al descubrimiento de Perkin, ese color del que antes sólo presumían unas pocas personas (y, por supuesto, las flores de la malva común) pasó a no ser tan exclusivo. Pocos años despúes de su descubrimiento se veían prendas malva por todas partes, sobre todo en Londres y París. Incluso la reina Victoria de Inglaterra se apuntó a la moda, cuando en 1862 apareció en un acto público con una larga prenda malva teñida con el colorante de Perkin, que comenzó a llamarse mauveine, término que conjuga las palabras en inglés mauve (malva) y aniline (anilina).
Revolución en la moda, la medicina y la industria química
El desarrollo de la mauveína llevó a Gran Bretaña, Francia y Alemania a competir por la producción de colores, dando un gran impulso a la industria química. A los 5 años de su aparición había 28 fábricas de tinte, muchas de las cuales se convertirían en gigantes de ese sector, como la alemana BASF. Mientras tanto, el aún joven químico promovió una investigación intensa sobre colorantes, tintas y pinturas, y además perfeccionó la fabricación de cumarina, uno de los primeros perfumes sintéticos, gracias a la hoy denominada reacción de Perkin.

A los 21 años William Henry Perkin ya era millonario y a los 36 se retiró para dedicarse exclusivamente a la investigación en química orgánica. Sus descubrimientos fueron mucho más allá de transformar el mundo de la moda. Como explica Simond Garfield, autor del libro Mauve, el malva de Perkin no solamente supuso una revolución en la industria del tinte, sino también de la medicina. Así, sus trabajos con tintes artificiales sirvieron para que Walther Flemming coloreara las células y pudiera estudiar los cromosomas bajo el microscopio. También ayudaron a que Robert Koch, premio Nobel de Medicina en 1905, descubriese el bacilo responsable de la tuberculosis, tras teñir el esputo de un enfermo. Además, el desarrollo de los colorantes sintéticos de Perkin fue crucial para los estudios de Paul Ehrlich, premio Nobel de Medicina en 1908 y pionero en las investigaciones en quimioterapia.

Perkin vivió para ver cómo su brillante tinte lavanda tenía aplicaciones médicas que él nunca habría imaginado, y que salvarían la vida de miles de personas. Lila, violeta, malva… Cualquiera de los nombres del color se aleja mucho del nombre científico del tinte: 3-amino-2,9-dimetil-5-fenil-7-(p-tolilamino) acetato de fenazina. Esta denominación, poco empleada y muy difícil de memorizar, se usa desde 1994, cuando finalmente se conoció la estructura molecular de la mauveína. Solo entonces se identificó con precisión el protagonista químico de esta historia: una compleja molécula orgánica que saltó a la fama por su capacidad de teñir los tejidos de color malva y que acabó revolucionando el mundo.
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