Al volver del laboratorio tras sus vacaciones de verano, Alexander Fleming vio que uno de sus cultivos de bacterias se había contaminado con moho. Las colonias de estreptococos que justo rodeaban el moho habían sido destruidas, mientras que otras colonias más lejanas no habían sido afectadas. Pero no sería justo limitar el trabajo de Fleming a esa carambola afortunada; más bien fue un premio del azar a la tenacidad. Como bacteriólogo, llevaba décadas buscando sustancias antibacterianas que superaran los problemas de los antisépticos disponibles. Esta es la historia del primer antibiótico ampliamente usado, que se desarrolló tras numerosos avances de muchos otros científicos, hasta que finalmente se logró fabricar un medicamento viable a gran escala.
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