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17 febrero 2020

Las dudas más frecuentes para elegir un telescopio

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El telescopio es uno de los instrumentos más sorprendentes de la ciencia. A pesar de su relativa sencillez,  permite desvelar gran cantidad de objetos y fenómenos celestes invisibles al ojo desnudo, que permanecían escondidos en la oscuridad entre las estrellas. Nos abre una ventana hacia otras galaxias, planetas rodeados de anillos, restos de supernovas, cúmulos de estrellas o montañas de la Luna… estos son algunos de los destinos favoritos de una noche de observación con telescopio, fáciles de alcanzar con un poco de práctica. Sin embargo, para los novatos, acercarse a un telescopio suele plantear un mar de dudas:

¿El telescopio de Newton o el de Galileo?

Galileo Galilei fue el primer astrónomo que usó un telescopio para observar el cielo. En el siglo XVII empezaron a hacerse populares artefactos que, gracias a lentes de cristal, permitían ver objetos lejanos. Galileo perfeccionó el diseño hasta conseguir un telescopio de 33 aumentos que le descubrió a un nuevo universo —aunque los prismáticos más sencillos que se puedan conseguir en la actualidad permiten ver más allá. Este tipo de telescopio se conoce como refractor. En él la luz atraviesa un juego de lentes que la desvía, o refracta, concentrando la imagen. Algo parecido a lo que hace una lupa.

Pocos años después Isaac Newton diseñó un nuevo tipo de telescopio, el reflector, aplicando las leyes de la óptica que él mismo enunció. En vez de usar lentes, el telescopio disponía de un espejo parabólico, donde se reflejaba la luz, que luego se concentraba en otro espejo secundario que la desviaba hacia el ojo del observador. Es la misma tecnología que usan las antenas parabólicas para aumentar la señal.

Cuatro siglos después, siguen siendo los dos tipos de telescopio más comunes. Elegir uno u otro depende del uso que se le vaya a dar:

  • Los telescopios refractores, como el de Galileo, son fáciles de usar. No es necesario calibrar las ópticas antes de trabajar con ellos, dan imágenes nítidas, son poco voluminosos y fáciles de transportar. Su principal defecto es que el proceso de fabricación de las lentes es caro y apenas tienen unos centímetros de apertura, con lo que captan poca luz.
  • Los reflectores, como el de Newton, permiten diámetros mayores a menor precio, al ser los espejos más baratos que las lentes. En contraposición, requieren de calibración antes de su uso, son más voluminosos y las imágenes que dan son más luminosas pero menos nítidas.

El tamaño importa, los aumentos no

El argumentario de venta más básico para telescopios suele ser el número de aumentos; sin embargo, lo que importa es el tamaño. Cuanto más grande, mejor. A mayor entrada de luz del telescopio, más luminosidad; y con ello se captan más objetos y se ven mejor.

Si el tamaño fuera lo único que importa, sólo habría telescopios reflectores, de espejos, sin embargo es necesario tener en cuenta la facilidad de uso, la nitidez y la facilidad de transporte.

Para observar la Luna, los planetas, las estrellas dobles y los objetos lejanos más brillantes del cielo —como la nebulosa de Orión o la Galaxia de Andrómeda— un telescopio refractor (pequeño o mediano) suele ser la mejor opción. Es mucho más cómodo, y con una capacidad de imagen más que suficiente para comenzar a explorar el cosmos por los objetos más brillantes, que también son los más fáciles de localizar.

Partes de un telescopio. Crédito: Borja Tosar

Sin embargo, si el objetivo principal son objetos de cielo profundo —como galaxias, nebulosas o asteroides—, son necesarios mayores diámetros. En estos casos es más adecuado un telescopio reflector. Los astrónomos más experimentados suelen recurrir a reflectores, después de haber exprimido durante años un telescopio refractor.

El telescopio es tan bueno como su eslabón más débil

Aunque es lo que diferencia a los dos tipos de telescopios que hemos visto, el tubo con el sistema óptico no lo es todo; hay otras partes, que son igual de importantes o más. La montura es el trípode donde se instala el telescopio. La más básica es la montura azimutal —barata y fácil de usar, se puede encontrar en los instrumentos más sencillos. Otro tipo es la montura ecuatorial —un poco más difícil de usar, pero con una gran ventaja: permite seguir el movimiento del objeto observado, y en ese sentido resulta más práctica que la azimutal.

Tan importante como el tubo óptico es el ocular, que es la lente donde se pone el ojo. Un buen ocular puede llegar a valer más que un telescopio mediocre, pero puede merecer la pena la inversión. De hecho, los astrónomos aficionados suelen tener dos o tres oculares, para así poder variar los aumentos del telescopio y el campo de visión —algo similar a los objetivos intercambiables de una cámara fotográfica.

Tampoco hay que olvidarse de las nubes y de la contaminación lumínica, los grandes enemigos de la observación astronómica. De nada sirve el mejor telescopio en un mal cielo. Aunque pueda parecer paradójico, cuanto mejor es el telescopio, mejor debe ser la calidad del cielo para sacarle provecho.

Opciones para los impacientes y para los más manitas

Conocer el cielo y hacerse con los rudimentos de manejo de un telescopio no es cosa de un par de noches, se requiere tiempo y paciencia. Por fortuna, ahora la gente con menos paciencia puede conseguir telescopios totalmente automatizados; es la opción más cara, pero sin duda la más cómoda. Estos telescopios tienen un mando en el que solo es necesario introducir el objeto a observar, y el telescopio automáticamente lo localiza sin más intervención. En algunas versiones la pantalla da, además, información del objeto celeste observado.

Telescopio robotizado. Crédito: MEADE

Por otro lado, los manitas pueden encontrar un nuevo reto en la construcción de su propio telescopio. Es habitual encontrar astrónomos que compran espejos sueltos de tipo Newton y construyen una sencilla montura Dobson. Es sin duda la opción más barata para conseguir un gran telescopio. Hay incluso quien pule en su taller los espejos del telescopio; requiere habilidad, pero es posible para alguien mañoso.

¿Telescopio o cielo a simple vista? Ante la duda: prismáticos.

Para los que disfrutan de salir a contemplar noches estrelladas, el telescopio es el siguiente paso para seguir avanzando en su exploración por el universo. Pero no es imprescindible. Se puede hacer mucha astronomía sin telescopio: desde reconocer decenas de constelaciones, estrellas, planetas e incluso los objetos llamados de cielo profundo más brillantes, como la galaxia de Andrómeda o la Nebulosa de Orión; o aprender a interpretar los movimientos de los astros en el cielo —incluso es recomendable recorrer todo este camino a simple vista, paso a paso, antes de comprar un telescopio.

Para los indecisos, hay un punto intermedio: desempolvar o conseguir unos prismáticos. No hace falta que sean específicos para astronomía; los binoculares más básicos, junto con una guia estelar, nos ponen al alcance decenas de objetos, como la Luna, los satélites de Júpiter, las galaxias y nebulosas más cercanas, e incluso algún cometa “de temporada”.

Borja Tosar

@borjatosar

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