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09 marzo 2015

Los genes del egoísmo

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Con los avances en las llamadas ÓMICAS (Génomica,, Transcriptómica, Proteómica…) estamos asistiendo a una infinidad de investigaciones que pretenden encontrar los supuestos genes de una serie de características humanas que van desde la obesidad a la agresividad, pasando por otras tan peregrinas como la predisposición a ser bebedor de cerveza más que de vino, y otras muchas ocurrencias .Se encuentran genes para todo y a veces para nada.  Una de las características cuya base genética se trata de investigar con estas herramientas moleculares es el egoísmo y sus alternativas: cooperación fidedigna e incluso altruismo. De hecho, en alguna ocasión se ha hablado de que se ha encontrado el gen del egoísmo.

Como la mayoría de las características de los seres vivos, el egoísmo puede tener una base genética y otra ambiental. La base genética de estos comportamientos se comienza a investigar en un grupo de organismos, los insectos eusociales (hormigas, abejas, termitas…).

En estos insectos existen especies y grupos emparentados evolutivamente, unos con comportamientos “altruistas” y otros “egoístas”. En los primeros, las “obreras” cuidan de sus congéneres llegando a dar su vida por ellos y además no se reproducen; solo lo hace la “reina”. Pero dentro de estos organismos hay grupos o especies emparentadas que no presentan estos comportamientos sociales.

Actualmente, mediante estudios comparativos de los genomas, transcriptomas y proteomas de ambos grupos se están empezando a identificar los genes que intervienen en estos comportamientos. Concretamente, se ha visto que los genes que cambian (en secuencia o regulación) de los comportamientos no sociales originales a los comportamientos eusociales de estas especies, son los que intervienen en caracteres como el olor, la inmunología, las hormonas (feromonas sobre todo) y los relacionados con el funcionamiento del cerebro. Sin embargo, no existen genes especiales para la cooperación en el ADN de estos organismos, sólo variantes de genes ya preexistentes en grupos que no presentan dichos comportamientos.

En la especie humana es más difícil llevar a cabo este tipo de estudios, pues no existen grupos claramente cooperadores y otros  no cooperadores. Pese a ello, se está investigando el posible papel que puedan jugar una serie de genes concretos que modulan la síntesis de neuropéptidos (hormonas que se expresan sobre todo en el cerebro) en relación con los comportamientos cooperadores y egoístas.

Así, en una de estas hormonas, la oxitocina, se ha comprobado que hay algunas variaciones de un solo nucleótido dentro del gen que controla la síntesis de su receptor en las células. Estas variaciones nucleotídicas determinan cambios en el nivel de oxitocina, lo que a su vez, puede tener relación con un mayor o menor comportamiento cooperativo. Algunas personas con ciertos nucleótidos en el gen del receptor tienen menor cantidad de oxitocina en las células y pueden presentar comportamientos más altruistas, mientras que otras, con diferentes nucleótidos en dicho gen, presentarían mayor cantidad de oxitocina y por ello, comportamientos más egoístas. Otras variaciones nucleotídicas en genes receptores de neuropéptidos (como la vasopresina o la dopamina), o en la enzima monoaminooxidasa (relacionada con esta última hormona), se han tratado de asociar con comportamientos altruistas o egoístas.

El problema en todos estos estudios es que es muy difícil medir las predisposiciones altruistas y egoístas de forma directa en nuestra especie. Por ello, se utilizan medidas indirectas, como la habilidad de las personas para la orientación espacial (que según algunas investigaciones podría estar correlacionada negativamente con el altruismo), o su destreza en juegos de ordenador de tipo “económico” etc.

Por lo tanto, de momento, lo que sí parece cierto es que en nuestra especie existen de forma natural estas tendencias, aunque no sepamos-y quizás no lo sepamos nunca-, los genes o conjuntos de genes que están implicados. Y además,y quizás esto es lo más importante, hay que considerar que estos comportamientos tan complejos se pueden deber, además de a nuestro bagaje genético, a muchas circunstancias socioculturales, estando unidos ambos factores inextricablemente.

Manuel Ruiz Rejón

Universidades de Granada y Autónoma de Madrid

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