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30 enero 2017

Los fallos de la ciencia forense

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El 2 de noviembre de 2007, un brutal asesinato conmocionó a Italia. Meredith Kercher, una joven británica de 21 años, apareció muerta con signos de violación en la habitación de su casa de Perugia, donde estaba cursando un año Erasmus. Había recibido 46 puñaladas. Las sospechas pronto apuntaron a su compañera de piso Amanda Knox, y al novio de esta, Raffaele Sollecito. El hallazgo de restos de ADN de Knox en un cuchillo donde también había sangre de Meredith y el ADN de Sollecito encontrado en el sujetador de la víctima fueron determinantes para que fueran condenados a 26 y 25 años de cárcel. Caso cerrado. La ciencia forense jugaba de nuevo un papel determinante en las decisiones judiciales.

Amanda Knox, supuesta asesina absuelta por errores en la investigación forense. Crédito: Netflix

Sin embargo, en 2011 la pareja quedó absuelta. Los peritos Stefano Conti y Carla Vecchiotti desacreditaron las principales pruebas porque la investigación de la policía científica italiana “no había respetado los protocolos internacionales de recolección de pruebas y procesamiento”. La cantidad de ADN de la víctima hallada en el filo del supuesto cuchillo del crimen “era demasiado escasa como para llegar a conclusiones definitivas” y tampoco era concluyente los restos de Sollecito en el sujetador, en el que se detectaron también trazas de ADN de otros varones. Conti y Vecchiotti apuntaron a una posible contaminación de las pruebas. Esta resolución, que impactó en la comunidad internacional y científica, ponía de manifiesto una realidad ignorada: la ciencia forense también cometía fallos.

Los errores del caso Knox dieron la vuelta al mundo. Pero no es el único ejemplo. “Por desgracia, esto es demasiado frecuente. No solo importan los casos que suponen el encarcelamiento: que alguien inocente sea investigado y llevado a comisaría por una mala praxis forense ya es hacer mal las cosas”, afirma tajante Fernando Verdú, médico forense, profesor de Medicina Legal de la Universitat de València y expresidente de la sociedad Iberoamericana de Derecho Médico a OpenMind.

Rebajar el peso de as pruebas forense

“Los forenses tenemos que reconocer nuestras limitaciones, que son muchísimas. Hay que rebajar la medicina forense al nivel que realmente debe tener y rebajar también el peso que la justicia deposita sobre las pruebas periciales que, desgraciadamente, es excesivo”, asegura Verdú, que también es director del Máster en Medicina Forense de la Universitat de València. En una encuesta realizada por la revista New Scientist a especialistas en análisis de ADN se desprendían estos dos resultados: 10 de 12 de estos analistas creían firmemente que la policía tenía mucha fé en los hallazgos de ADN y no entendían sus limitaciones y 9 de 13 creían que ocurría lo mismo en las decisiones judiciales.

Enrique Villanueva, catedrático de Medicina Legal de la Universidad de Granada y presidente de la Comisión Nacional de Medicina Legal y Forense también reconoce el alto peso que ostentan las opiniones del forense en los juicios: “Resulta prácticamente imposible hacer prevalecer otra opinión”. Este médico forense también explica la causa: “La confianza que los jueces han depositado en los médicos forenses deriva de un merecidísimo prestigio creado a lo largo de un siglo de buen hacer. Pero el título no lleva aparejada la infalibilidad. El juicio del médico forense es a la prueba lo que la fe notarial a los testamentos”, describe Villanueva a OpenMind.

Sin fiabilidad en las comparaciones visuales

A pesar de sus limitaciones y de los errores judiciales a los que llevan las muestras de ADN contaminadas o mal interpretadas, esta técnica supuso un punto de inflexión en la fiabilidad de la ciencia forense. Durante décadas, el procedimiento de los científicos forenses se basó en la comparación visual de cabellos, fibras, balas, herramientas, huellas o marcas de mordidas bajo el microscopio buscando la similitud física con la evidencia recogida en la escena del crimen. Esto derivó en una clara inexactitud ya que no existía —ni existe— una base de datos global en la que comparar este tipo de pruebas.

“Los estudios han mostrado cómo los expertos no pueden ni siquiera decir si una marca de mordida es humana, como para pretender reconocer quién la dejó”, señalaba Alicia Carriquiry, responsable del Centro de Excelencia de Ciencia Forense de la Universidad Estatal de Iowa (Estados Unidos). Aunque en otras áreas como los análisis de pisadas o de marcas de herramientas, los emparejamientos son un poco más precisos, siguen sin ser claros.

Brian Banks, a la derecha, celebra su exculpación gracias a las pruebas de ADN. Crédito: California Innocence Project

La organización estadounidense Innocence Project se creó precisamente con ese propósito: localizar y subsanar con pruebas de ADN, aquellos errores en las pruebas forenses que conllevaron el encarcelamiento de personas inocentes. En dos décadas ya han conseguido exculpar a 349 personas, de las cuales 20 eran condenadas a muerte, y encontrar al verdadero autor del crimen en 149 casos, según los datos que ofrece esta organización en su web. “Es cierto que hay muchas personas condenadas en base a pruebas periciales, que resultaron ser falsas. Muy pocas pruebas nos llevan a la verdad absoluta. Los peritos dudamos menos de lo que debiéramos. El ADN ha venido a ayudar muchísimo, pero tampoco lo resuelve todo”, señala Villanueva.

La solución de hacerlo al revés

Además de la falta de exactitud de este tipo de comparaciones visuales ‘a ojo’ —ya caídas en desuso o con el apoyo del ADN detrás—, algunos expertos buscan poner el foco en aquellas técnicas sí muy extendidas pero no tan exactas como gustaría, como puede ser la distancia de los disparos, la evolución de los hematomas o el tiempo que un cuerpo ha permanecido en el agua. Una de las más debatidas es la data de la muerte. “Es imposible darla de forma exacta. Cada cadáver evoluciona a su manera, depende de muchísimos procesos físicos y químicos, de un sinfín de factores”, describe Verdú. El experto de la Universidad de Granada también recomienda precaución: “Yo puedo asegurar que un hematoma de color amarillo no es reciente, pero seré muy imprudente si afirmo que tiene 10 días. La data de muerte será siempre aproximada, siempre con un amplio margen de error”.

Una de las soluciones que propone el médico forense de la Universitat de València es hacer el procedimiento al revés. “Si yo señalo que la data de la muerte es de entre 12 y 24 horas, las investigaciones se van a centrar en los sospechosos que estuvieran con la víctima durante ese período de tiempo”, explica. “Sin embargo, la forma lógica de hacerlo sería al contrario: la policía inicia las investigaciones, con un abanico más amplio y cuando tenga un sospechoso que le cuadre en una franja horaria, ya puede acudir al forense para que le diga si es o no posible”, concluye. De la misma opinión es el neurocientífico del University College de Londres Itiel Dror, quien sostiene que las cosas podrían mejorar muchísimo si la investigación en vez de estar dirigida por las muestras forenses, lo estuviera por las sospechas de los agentes policiales.

Por Beatriz Guillén para Ventana al Conocimiento

@BeaGTorres

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