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30 junio 2020

¿Qué aprendimos de pasadas pandemias para evitar las futuras?

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Hace 2.500 años, una obra atribuida a Hipócrates se publicaba bajo un título que hoy nos resulta muy familiar: “Epidemia”. En ella, el padre de la Medicina repasaba distintas enfermedades que aquejaban a la gente en diferentes épocas del año. El médico griego detallaba la “tos de Perinto”, posiblemente un conjunto de varias dolencias. Al cambiar el significado de un término que anteriormente se utilizaba para designar a aquel que está en su país (“epi”, sobre, “demos”, pueblo), Hipócrates y la tos de Perinto nos dejaron el primer legado de una epidemia: el modo de referirnos a ellas. Más de dos milenios después, aún no sabemos cómo será la “nueva normalidad” después de la pandemia del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19. Pero aprenderemos de ella, como de otras epidemias históricas.

Si hablamos de lecciones aprendidas, tal vez resulte frustrante admitir que hasta ahora la mejor arma que hemos tenido para luchar contra esta nueva gran pandemia en pleno siglo XXI ha sido la misma que ya se empleaba desde tiempos remotos: la cuarentena. El aislamiento de los enfermos aparece recogido como medida contra la lepra en el Antiguo Testamento, y también se practicaba en la antigua Grecia. Fue en la epidemia de la peste negra del siglo XIV cuando el concepto surgió en su forma literal: según recogen las fuentes históricas, en el puerto de Ragusa (la actual Dubrovnik, en Croacia) se impuso en 1377 la trentina, la obligatoriedad de que los barcos permanecieran anclados durante 30 días antes de atracar; para los viajeros por tierra, el periodo era de 40 días, o quarantina. Y como hoy, también en tiempos pasados la medida era criticada como un “instrumento de despotismo” que perjudicaba el comercio y los negocios.

La bioseguridad del siglo XVII

Frente a la práctica de evitar el contacto con otras personas, que hoy los expertos siguen aconsejando como el mejor modo de prevenir contagios, el mejor conocimiento de las enfermedades infecciosas y sus causas nos ha permitido pasar del concepto inhumano de las leproserías y los morideros de enfermos a interponer barreras que permitan el cuidado de los infectados minimizando el riesgo para quienes los atienden. Y también de los actuales equipos de protección personal encontramos un ilustre precedente en la peste bubónica, el mayor azote infeccioso de la historia de la humanidad. En el siglo XVII, pueblos y ciudades asoladas por esta plaga contrataban a los llamados médicos de la peste, cuya misión era tratar de erradicar la plaga.

Entre los médicos de la peste se extendió un tipo de atuendo cuya invención se atribuye a Charles de Lorme. Fuente: Wikimedia

Aunque según las referencias muchos de aquellos personajes ni siquiera tenían estudios de medicina, entre algunos de ellos se extendió un tipo de atuendo cuya invención se atribuye a Charles de Lorme, que fue médico jefe de tres reyes franceses y quien lo describió por escrito en 1619. La pieza más distintiva de aquella vestimenta era la máscara con pico que se ha convertido en un popular disfraz del Carnaval de Venecia. La razón de ser de aquella careta era errónea, pues el objetivo del pico era rellenarse con perfumes y hierbas para neutralizar las presuntas miasmas del aire podrido. Pero el resto del equipo era razonable: un largo abrigo que se encajaba en la máscara, lentes para proteger los ojos, guantes y botas de cuero, con las junturas selladas con cera para evitar el contagio; bioseguridad al estilo del siglo XVII.

Asimismo, muchas de las grandes mejoras higiénico-sanitarias de las que hoy disfrutamos tienen su origen en los brotes de enfermedades infecciosas. En los hospitales, el cirujano Joseph Lister esterilizó la cirugía, y el médico Ignaz Semmelweiss introdujo algo tan sencillo como el lavado de manos en los paritorios. Y por supuesto, la vacunación es el avance científico estelar nacido de las epidemias. Pero a mediados del siglo XIX, una nueva enfermedad comenzó a adueñarse de las ciudades: el cólera.

El cólera y las primeras teorías de la conspiración

Según el historiador Frank Snowden, autor de Epidemics and Society: From the Black Death to the Present (Yale University Press, 2019), el cólera fue un producto de la Revolución Industrial: el hacinamiento en los grandes núcleos urbanos originó ambientes insalubres que no existían en la antigua vida rural, y que favorecieron la propagación de esta lacra de transmisión fecal-oral. Snowden explica que el carácter del cólera como enfermedad de clase, ya que los barrios acomodados disfrutaban de condiciones más higiénicas, hizo cundir la teoría de que aquella plaga era un intento deliberado de eliminar a la población más desfavorecida; un claro antecedente de las teorías de la conspiración asociadas a la actual pandemia.

El cólera fue un producto de la Revolución Industrial: el hacinamiento en los grandes núcleos urbanos originó ambientes insalubres. Fuente: Wikimedia

En aquel contexto, en 1854 el médico inglés John Snow, uno de los fundadores de la epidemiología, localizó el foco de una epidemia de cólera que azotaba el Soho de Londres en una fuente pública de la calle Broad, cuya manivela fue retirada. Todavía sin la información crucial que llegaría años después, Snow no pudo identificar la causa del cólera, pero no creía en la teoría miasmática. A raíz de los éxitos en la contención del cólera, comenzó a introducirse la sanidad del agua y los residuos que hoy conocemos en las infraestructuras urbanas. También la cloración de las piscinas está asociada a las epidemias: a comienzos del siglo XX, el gran fantasma era la poliomielitis, que se extendía de forma devastadora en verano sin que se conociera la causa. Las piscinas públicas se cerraban o se evitaban por miedo al contagio, hasta que en 1946 un estudio demostró que la cloración inactivaba el virus.

El cambio en los usos sociales

También nuestros usos sociales han venido ligados a las epidemias. Según la historiadora Einav Rabinovitch-Fox, que estudia la evolución cultural y política de la vestimenta, las voluminosas faldas victorianas tenían otro fin que hoy también nos resulta familiar: el distanciamiento social. Y aunque su propósito era social y no sanitario, la historiadora sugiere que pudieron ayudar a contener el contagio de enfermedades

Lo que seguro contribuyó a ello fue dejar de compartir el mismo vaso con otras personas. Según relata Katherine Foss en su próximo libro Constructing the Outbreak: Epidemics in Media and Collective Memory (University of Massachusetts Press, 2020), a finales del siglo XIX el médico germano-estadounidense Sigard Adolphus Knopf observó que la costumbre entonces extendida de beber del mismo recipiente podía estar propagando la tuberculosis. Con su asesoramiento, la campaña del Departamento de Salud de Nueva York aconsejó no compartir vasos y promovió la prohibición de escupir en lugares públicos, adoptándose la medida de colocar escupideras que debían limpiarse regularmente. 

Las mascarillas se popularizaron en la gripe de 1918. Fuente: Wikimedia

Por su parte, las mascarillas que también ahora utilizamos a diario son una aportación que se popularizó en la mayor pandemia del siglo XX, la de la gripe de 1918. Según el libro de Laura Spinney Pale Rider: The Spanish Flu of 1918 and How It Changed the World (Public Affairs, 2017), también la gripe del 18 impulsó la sanidad pública en países que la tenían menos desarrollada, aunque en Occidente la desilusión del público con la ineficacia de la medicina para contener la pandemia llevó a un florecimiento de las llamadas medicinas alternativas.

En definitiva, muchas de nuestras medidas contra la actual pandemia son lecciones aprendidas de las epidemias del pasado. Pero con todo, en este 2020 hemos constatado que nuestra prevención aún es insuficiente. Y que, por desgracia, el significado de la “nueva normalidad” lo resumía con acierto profético en 2019, antes de la COVID-19, el director ejecutivo del programa de emergencias de la Organización Mundial de la Salud, Michael Ryan: “Estamos entrando en una fase totalmente nueva de epidemias de alto impacto… Esta es una nueva normalidad, no espero que la frecuencia de estos eventos se reduzca”. 

Javier Yanes para Ventana al Conocimiento

@yanes68

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