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25 junio 2015

Cultura hacker e innovación: cómo hacer fácil lo difícil

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A Paul Graham, fundador de Hacker News, le gusta decir que Yahoo podría haber sido Google, pero que no lo consiguió porque no supo mantener la cultura hacker: innovación desde la base. Graham subraya que la cultura hacker debe de aplicarse a cualquier negocio, independientemente de que tenga base tecnológica o no. Mac Andreessen, cofundador de Netscape y de Mosaic, apuntaba en un artículo escrito en agosto de 2011 en The Wall Street Journal que la industria del software se está comiendo el mundo porque la tecnología que hace falta para transformar las industrias mediante software ya funciona a escala global, y porque las herramientas de programación propician industrias capaces de operar en mercados mucho más grandes, sin necesidad de fuertes inversiones en infraestructuras o recursos humanos.

El origen del concepto hacker

Citaba como ejemplos gran parte de las cadenas de valor de los servicios financieros, del automóvil o de la agricultura. En los cuatro años escasos que han transcurrido desde que Andreessen escribió el artículo, plataformas como Uber o Airbnb han logrado irrumpir con fuerza en sectores tan tradicionales como el del transporte o el hotelero. Su aparición, además de trastocar las reglas del juego de los actores involucrados, ha puesto en evidencia la falta de sintonía entre los reguladores y la realidad económica y social. Aquellos pioneros del software se denominaban a sí mismos hackers, porque a las soluciones que iban encontrando para mejorar su relación con los ordenadores las llamaban “hack”. Su manera de actuar estaba fuera de cualquier ortodoxia académica. Tejían redes de conocimiento para compartir lo que aprendían y defendían el libre acceso a las herramientas y al conocimiento generado. Por ello, el significado original y primigenio de la palabra hacker está lejos del “pirata informático” que plantea en España la Real Academia española (RAE). Una iniciativa ha recogido miles de firmas para convencer a los académicos de la necesidad de introducir otras acepciones.  Así, mientras que los primeros hackers del MIT no paraban de inventar y reinventar, J.C.R. Licklider, uno de los pioneros de internet, escribía en el mismo campus sobre las infinitas posibilidades de una red de ordenadores conectados. Era 1961 y faltaban ocho años para que Arpanet, el preludio de internet, llevara a estos jovencitos a reinventarse como tribu internacional, tal y como dejó escrito Eric J. Raymond.

La cultura hacker

Empezaba a perfilarse la cultura hacker. Su manera de trabajar en comunidad, compartiendo el conocimiento, contribuyó a diseñar la arquitectura e inteligencia colectiva de la red. Sus  innovaciones tecnológicas sentaron las bases de la economía digital y de la economía colaborativa. En su metodología de trabajo se asientan también los cimientos del movimiento Maker, de la innovación social y del resto de movimientos sociales que tomaron la red como modelo de organización. El 15-M o las revueltas de la primavera árabe están inspirados en ellos.

Clayton Christensen, autor del libro El dilema de los innovadores, escrito en 1997 y  que acuña la teoría de la innovación disruptiva, afirma que la disrupción se produce por el poder de las tecnologías para transformar productos sofisticados en otros más sencillos y accesibles. Este profesor de Negocios de la Universidad de Harvard sostiene que los nuevos productos, al ser más asequibles y menos complejos, ejercen una gran capacidad transformadora sobre los mercados.

La pasión hackeriana de estas mentes inquietas forma parte de los cimientos de casi todas las industrias tecnológicas y está en los orígenes de muchas de las innovaciones disruptivas que están trasformado infinidad de modelos de negocio, como el de la música, la banca, la informática, el marketing, la cultura o el transporte. Podríamos denominarla la pasión por hacer fácil lo que era difícil.

Covadonga Fernández

Periodista en la subdirección de I+D+i del Canal de Isabel II

 

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