La Real Academia Española de la Lengua define perplejidad como “irresolución, confusión, duda de lo que se debe hacer en algo”. Al introducir el término en Google, la función de auto completar del buscador acompaña este vocablo de curiosos compañeros: acordes, Nacho Vega (cantante español y autor de una canción con este título) o psiquiatría.
Este término de origen latino es una evolución de Perplexĭtas derivada de la palabra “perplexus” que a su vez se forma sumando el prefijo “per-“ (intensidad) y el verbo “plectere” (enredar, dar muchas vueltas), ¿intenso enredo? Desde luego su significado podría perfectamente definir el momento social y político que vivimos actualmente, una época a la que pueden aplicarse también como calificativos muchos de los sinónimos de perplejidad: desconcierto, desorientación, vacilación, incertidumbre, galimatías, lío, mare magnum, o barullo, entre otros. ¡Qué rico es el castellano y qué compleja la perplejidad!

¿Por qué es el momento de la perplejidad?
El exponencial crecimiento de las tecnologías y el potencial de los avances de la ciencia han transformado el mundo que conocíamos. Ahora, cada vez más experimentamos la realidad a través de los datos, los medios de comunicación están en pleno proceso de mutación y es difícil delimitar fronteras entre el ciudadano, la información y la verdad. La democracia se cuestiona a sí misma mientras el populismo cobra fuerza y el activismo y la guerra se trasladan a Internet.
En medio de esta vorágine de transformación y cambio, el feminismo lucha por abrirse camino y la religión, especialmente en el mundo arabomusulmán, tiene que encontrar todavía su papel dentro de esta reconfiguración del orden mundial, un sistema que parece cada vez más convencido de virar hacia el Este, en concreto al continente asiático, al abrigo de China y sus propios intereses. ¿Es verdaderamente esta potencia económica y militar capaz de disputar la hegemonía estadounidense que ha configurado la época y la sociedad en la que vivíamos hasta ahora? Y en medio de este alboroto, los mercados y la economía tienen que responder para adaptarse y superar una transición fundamental hacia sea cual sea el mundo que vayamos a vivir en las próximas décadas.
Todo cambiará, está cambiando ya, de hecho. Desde cómo se ganará la vida un ciudadano de a pie si compite con un robot ante un mismo puesto de trabajo, a la promesa incumplida de la productividad que debería aumentar al ritmo de los avances tecnológicos. La globalización y el Estado de bienestar también se desplazan y pierden su papel tradicional, por lo que cambian de forma y deberán redefinirse para seguir teniendo sentido. En el plano económico y geopolítico, renovar el contrato social e incluso revalorizar las formas no capitalistas de trabajo y organización se consideran ya cuestiones relevantes en la agenda intelectual.
Los sistemas financieros deben asumir el lenguaje digital cuanto antes para garantizar el bienestar que se espera de la revolución tecnológica, aunque este sea más bien un horizonte a medio plazo. Pero no todo son “macro-preocupaciones”. El día a día de los ciudadanos también va a cambiar, incluso en las cosas más cotidianas o mundanas. ¿Qué pasará con la asistencia a la tercera edad en un mundo cada vez más longevo? ¿Conseguirán todas estas reconfiguraciones junto con la tecnología y la ciencia erradicar la pobreza extrema? Ante este escenario de cambios y transformaciones transversales, laberínticas y prácticamente ubicuas, está claro que la perplejidad está más que justificada.
Filosofía frente a la perplejidad
“Es necesario por tanto destruir las certezas aparentes para obtener las genuinas, dudar de todo para librarse de toda duda”. (Kolakowski, 1977: 15).
Pero, ¿qué es exactamente lo que cuestiona la perplejidad? Muchos han sido los autores que se han acercado al concepto de certeza a lo largo de la historia de la filosofía. En este caso, la perplejidad sería quizás el paso previo, la fase en la que se cuestiona “la certeza de lo dado”, ese estado de tensión que experimenta el individuo en el momento de enfrentarse a decidir entre dos o más opciones. Pero, ¿cuáles son realmente las opciones de la sociedad actual?

Para analizar y transformar todos los sectores que se ven afectados en esta transición es necesario pararse a pensar. No solo adelantarse e imaginar el potencial de las nuevas tecnologías y en qué se traducirá, sino cómo integrar ese cambio en las dinámicas de nuestro mundo sin que ninguno de esos avances se vuelva en nuestra contra. Hay que crear las políticas adecuadas, adaptar los marcos legales, éticos y sociales para evitar la confusión y el miedo. La disrupción de las tecnologías digitales no puede romper el orden sino que debemos adaptarlo al nuevo escenario fruto del desarrollo de las mismas. La filosofía es la receta para superar el bloqueo y cruzar las fronteras de la perplejidad.
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