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02 diciembre 2013

La metáfora en la filosofía del humanismo de Ernesto Grassi

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A lo largo de la Historia de la Filosofía, se ha ido cuestionando el valor de la metáfora como expresión del conocimiento. Descartes, el idealismo alemán o la filosofía hegeliana fueron menguando su capacidad para dar razones acerca de realidades más profundas. A partir de Martin Heidegger, la poesía se convierte en una realidad capaz de fundar nuevos mundos, pero el propio Heidegger, no presta atención a un aspecto esencial de este género: La metáfora. Lo cual resulta paradójico pues las empleaba con asiduidad en sus escritos.

En este sentido, el Discurso del Método de Descartes, fuente primigenia de la filosofía moderna, fundamentaba un modelo de razón basado en la duda y en la búsqueda de lo verdadero, dejando de lado la aportación de la historia, la poesía o la retórica entendidas como una máscara que no permite el acceso a la centralidad del hecho singular. El propio Grassi afirma que esto tuvo una consecuencia lógica ya que: “cincuenta años después de la publicación del discurso cartesiano sobre el método, el autor había reconocido todas las consecuencias nefastas de este tipo de filosofar” (Marassi, 1998, p.92).

Ernesto Grassi (1902-1991) reivindicó aquello que había pasado por alto su maestro Heidegger. Normalmente, la metáfora se reduce a un mero juego estilístico o recurso literario. Jamás se le ha dado significado por sí misma, porque apela a lo intangible, a algo que sería tachado de fantasía o `realidad virtual´, en sentido estricto. Por no hablar de las dificultades que puede suponer reconocer su código a la hora de plantear la idea de un lenguaje universal, por lo que se corre el riesgo de perder el sentido de aquello que se pretende comunicar.

Ante estos argumentos, Grassi desea ir más allá de los códigos lingüísticos convencionales, porque el ser humano trasciende lo puramente sensorial. El mundo del espíritu y de la cultura reclaman otros principios, unos significados no unívocos que eleven el nivel del proceso cognoscitivo. A juicio de Grassi lo que comúnmente se entiende por objetivo “no es lo que hay, lo que está ahí”– y pone como ejemplo:

“ Lo que no entendemos en la primera lectura de un poeta nos parece al comienzo inaccesible (…) porque lo poético es tan objetivo que no podemos alcanzarlo, no logramos verlo con nuestros criterios subjetivos cotidianos” (apud, Barceló, p. 147).

La metáfora, sin embargo, resguarda los hechos que las originaron ya que esta es su mejor carta de presentación, ante palabras vacías o valores contradictorios. A partir de ahí, desde mi punto de vista, surgen tres elementos que le aportan mayor objetividad: El contexto, el hecho en sí u objeto que se asocia a la metáfora y la imagen resultante que se genera a partir de la intelección del individuo (es decir, mediante el uso particular de la razón). Por medio de la intersubjetividad, la metáfora se presenta a otro interlocutor y así sucesivamente, generando tramas de significado compartido.

Grassi toma de Heidegger el talante hermenéutico del existir humano priorizando la idea de comprensión, más que la de explicación, tan cercana al quehacer científico. Desde la metáfora se reaviva la memoria, las formas ejemplares de la humanidad y la tradición oral. Es decir, lo poético se manifiesta en estado patente- entendido como pathos o padecimiento-. Se nutre de la experiencia humana, fundamento de la inteligencia creativa.

Para comprender este modo de pensar hay que ir a la esencia de las cosas para sintetizarlas con las vivencias propias, desde una óptica humanística. Sólo así su sentido será comunicable y sobre todo, entendible:

“La tradición humanista no sólo no se opone a la metafísica, como sostiene Grassi, sino que advierte lo incondicionado precisamente en las formas de humanidad condicionadas histórico-culturalmente como fuente de un valor supra histórico. El humanismo que defiende sin más los valores inmanentes del hombre, fácilmente puede ser desmontado” (Flamarque, 2000, p.794).

La metáfora, por lo tanto, es el único medio lingüístico que parte de un nivel empírico desde su origen. Se genera mediante un proceso inductivo que no es fruto de la pura y simple contemplación a través de la cual establecer supuestos teóricos, sino de un constante descubrimiento de lo que hay ahí fuera, a nuestro alrededor, pero siempre con un carácter – siguiendo la terminología de Grassi- inaudito, de lo que se deduce un afán de novedad y de fenómenos sensibles significativos.

El ser humano suele temer el poder de la metáfora, no se atreve a entrar en ella, porque apela a un espacio extra temporal, misterioso, que se encuentra en la frontera de una racionalidad limitada, sesgada por el uso constreñido de un código unívoco, empleado a diario. Sólo quien se atreve a entrar en el bosque, aunque sea oscuro y esté lleno de sombras, podrá ver al final el claro. Una claridad que nos lleve a la “casa del ser” –siguiendo la nomenclatura heideggeriana- desde la que hablar poéticamente.

Obras citadas:

BARCELÓ, J., “Lenguaje poético y metáfora en la obra de Ernesto Grassi”, Revista de Filosofía, v.65, (2009), pp. 143-159.

FLAMARIQUE, L., “El humanismo y el final de la filosofía”, Anuario filosófico, v.33, (2000), pp. 733-795.

MARASSI M., “Ernesto Grassi y el problema de la metáfora en el De nostri temporis studiorum ratione”, Cuadernos sobre Vico, v.9, n.10, (1998), pp. 89- 108.

Lecturas recomendadas:

GRASSI, E., La metáfora inaudita, Aesthetica, Palermo, 1990.

La filosofía del humanismo, Anthropos, Barcelona, 1993.

 

Arantxa Serantes

Investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela (España)

 

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