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31 agosto 2017

Fundamentos del arte bioinspirado

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“Estudia la ciencia del arte; estudia el arte de la ciencia”

Leonardo da Vinci

En mayo de 1959, Charles Pierce Snow impartió en la Senate House de Cambridge la conferencia The Two Cultures and the Scientific Revolution, en la que certificaba la absoluta separación entre las dos ramas fundamentales del saber, la científica y la humanística, convertidas en ámbitos tan especializados que se impedía una concepción conjunta de ambas. Publicada poco después, dio también lugar a un libro en cuya revisión de 1963, el autor mostró una actitud algo más optimista, que abogaba por la posibilidad de una “tercera cultura” encargada de cerrar esa grieta y ofrecer una visión transversal del conocimiento. Por su parte, Ernesto García Camarero, se ha ocupado de los dos tipos más comunes de creatividad, la heurística y la algorítmica, para señalar que los procesos que dan lugar a la creación científica y la artística, son, en realidad, muy semejantes, indicando que sus diferencias provienen más bien “de las modalidades del método empleado y del campo de aplicación de su naturaleza”.

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Vista de la exposición Edward Steichen’s Delphiniums. Museum of Modern Art, Nueva York, 1936.

Pigmalión, narra Ovidio en Las metamorfosis, gracias a la intervención de la diosa Afrodita, asistió a cómo su propia escultura, Galatea, de la que se había enamorado, cobraba vida. Con una madera que hablaba, Geppetto creó a Pinocho, que terminó por convertirse en un niño de verdad. El arte contemporáneo, en la vertiente que ha explorado las posibilidades que ofrecía la ciencia y la tecnología, ha podido prescindir de diosas y magia para engendrar vida; e incluso lograr que esa nueva vida, basada o no en el carbono, genere sus propias creaciones.

Ordenador IBM 7090 del Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid

En 1969 la exposición Cybernetic Serendipity recogía una nueva tendencia artística a través de una serie de trabajos en los que se había utilizado el ordenador. Empezó a hablarse entonces de computer art y software art. Paralelamente, en el contexto español, el recién creado Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid ponía en marcha el Seminario de Análisis y Generación de Formas Plásticas, activo entre 1968 y 1974. Por allí pasaron, y colaboraron con los programadores del centro, algunos de los artistas más avanzados del momento, como Eusebio Sempere, Manuel Barbadillo, José María Yturralde, José Luis Alexanco, Lugán, Manolo Quejido, Elena Asins, Ana y Javier Seguí o Soledad Sevilla. Entre unos y otros exploraron la posibilidad de “algoritmizar” los procesos artísticos.

Harold Cohen junto a AARON mientras este pinta.

El grupo de investigadores del Centro de Cálculo, recordaba Pablo Gervás, supo identificar un problema clave que ha seguido desafiando a todos los que han trabajado en la creación automática desde entonces: la dificultad de evaluar automáticamente los resultados. El mismo Gervás se ha referido a la creatividad computacional como un área emergente situada a caballo entre las investigaciones de la inteligencia artificial, la ciencia cognitiva, la filosofía, la psicología y la antropología social, que estudia el potencial de los ordenadores para ser más que herramientas y convertirse en creadores autónomos o co-creadores de pleno derecho. El artista británico Harold Cohen dedicó a esta cuestión casi la totalidad de su trayectoria, dando lugar a una de las experiencias más conocidas de arte generativo: AARON, desarrollado en la Universidad de San Diego a partir de 1968, es un programa de ordenador que produce arte de forma autónoma. En el ámbito del llamado a-life art, en el que se entiende la vida como código, se ha dado lugar a sistemas de vida artificial que se convierten en procesos artísticos evolutivos como los desarrollados por Karl Sims o Christa Sommerer y Laurent Mignonneau.

Christa Sommerer y Laurent Mignonneau, A-Volve (1994), un ecosistema acuático simulado susceptible a la intervención del espectador.

Vía diferente, aunque estrechamente relacionada, es la que han explorado los creadores vinculados al bioarte; disciplina que el investigador y artista Eduardo Kac definió con la sencilla fórmula: “bio art is in vivo”. Dentro de la historiografía en español, Daniel López del Rincón, se ha ocupado de definir el fenómeno, estableciendo fases y fórmulas de acercamiento entre el arte, la biología y la tecnología asociada a esta. Así, ha diferenciado entre la tendencia biotemática, que se sirve de medios representacionales tradicionales para tratar el asunto, de la biomedial, que utiliza directamente la biotecnología como medio artístico.

Natalie Jeremijenko, One Tree(s) (1998-), la artista desarrolló cien árboles con la misma información genética que después plantó por parejas en distintos lugares de San Francisco para evidenciar el diferente modo en que se desarrollaban.
Natalie Jeremijenko, One Tree(s) (1998-), la artista desarrolló cien árboles con la misma información genética que después plantó por parejas en distintos lugares de San Francisco para evidenciar el diferente modo en que se desarrollaban.

Surgidas de forma más o menos simultánea a finales del siglo XX, ambas cuentan con ilustres precedentes como Salvador Dalí y sus representaciones pictóricas del ADN a partir de 1957 –tendencia biotemática–; o el fotógrafo Edward Steichen y sus manipulaciones genéticas de flores delphinium desarrolladas desde la década de 1920 –tendencia biomedial–. Esta última vía, en la que podemos situar a autores como el citado Kac, Joe Davis, Marta de Menezes, Natalie Jeremijenko, Heath Bunting y colectivos como Art Orienté Objet o Tissue Culture & Art Project, entre otros, incluye a aquellos creadores que, siguiendo casi literalmente la premisa marcada por Da Vinci, han superado los medios tradicionales del arte para explorar las posibilidades creativas de los últimos avances desarrollados en el laboratorio, explorando múltiples perspectivas que van desde la fascinación por la capacidad del ser humano para crear y manipular la vida, a la denuncia activista de los peligros que entraña esta posibilidad.

Alberto Castán

Universidad de Zargoza

 

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