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23 agosto 2019

Muir, Roosevelt y la acampada que salvó la naturaleza en EE.UU

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“Dios ha cuidado de estos árboles, los ha salvado de la sequía, las enfermedades, las avalanchas y miles de tempestades e inundaciones. Pero no puede librarlos de los necios”. “Entre cada dos pinos hay una puerta que lleva a una nueva forma de vida”. “El camino más claro hacia el Universo es a través de un bosque salvaje”. John Muir escribió casi tantas frases célebres sobre la belleza —casi mística en sus ojos— de la naturaleza salvaje como americanos convenció para conservarla. Está considerado el “padre” de los parques nacionales estadounidenses, pero solo uno fue su verdadero amor: la Sierra Nevada californiana, una formidable estructura de granito que se alza entre el turbulento océano Pacífico y el suelo rojizo y ocre del estado de Nevada. Y de la Sierra Nevada, un valle: Yosemite.  Allí pasó tres días con el presidente Roosevelt. Tres días cruciales para la conservación en EEUU.

BBVA-OpenMind-Materia-Muir, Roosevelt y la acampada que salvó la naturaleza en EE.UU-Muir 2-Muir llegó por primera vez a Yosemite en 1868. Crédito: National Park Service
Muir llegó por primera vez a Yosemite en 1868. Crédito: National Park Service

Nacido en 1838 en la lluviosa Escocia, John Muir emigró con su familia a Estados Unidos a los 11 años. Cuando murió con 76 se había convertido en el naturalista más famoso, y también más influyente, de un país rebosante de riqueza salvaje entre los aproximadamente 4.200 kilómetros que separan sus orillas y que ya a finales del siglo XIX comenzaba a palidecer. 

Hasta que llegó por primera vez a Yosemite en 1868, la vida de Muir había tenido ciertamente de todo: había estudiado geología, química y botánica en la universidad de Madison (aunque no llegó a licenciarse); había inventado sorprendentes artilugios mecánicos —como un resorte para levantarse de la cama—; había perdido la vista de un ojo mientras trabajaba en una fábrica, para recobrarla de forma inesperada meses después; había viajado por Canadá durante la Guerra de Secesión; había contraído la malaria… Y fue precisamente buscando un clima benigno para recuperarse de esta enfermedad cuando Muir llegó a Yosemite. 

Una profunda conexión con Yosemite

De forma más o menos permanente, permaneció aquí hasta 1874 dedicado a explorar cada rincón de la sierra, a escalar montañas, guiar a ovejas, estudiar su geología —propuso, correctamente, que las glaciaciones, y no los terremotos habían sido las fuerzas de las que había nacido Yosemite—, a la observación de los árboles, de las flores, los escarabajos… Según escribe Miguel Delibes de Castro, exdirector de la estación biológica de Doñana, en el prólogo del libro de Muir Cuadernos de Montaña: “Nada para él carecía de interés, desde los más altos monumentos geológicos a las más modestas criaturas”. Muir se convertió en un sabio, un hombre alto y desgarbado que sentía una profunda conexión con el mundo natural. 

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Vista del Hetch Hetchy Valley a principios de 1900. Fuente: Sierra Club

En 1874 comenzó a volcar esta relación en las principales revistas del momento: Atlantic Monthly, Harper’s, New York Tribune, Scribner’s y Century. Con evidente talento literario, trasladaba su amor por la naturaleza a la clase media estadounidense y ellos, según Delibes de Castro, se veían “transportados a las montañas, acariciados por su viento, purificados por las cascadas, a la vez que constataban que aquellas maravillas podían desaparecer”. Muir empezó una campaña para conseguir que Yosemite recibiera el mismo grado de protección que el parque nacional de Yellowstone (el primero del mundo) había obtenido en 1872. En 1890 lo consiguió: Yosemite pasaba de ser una reserva gestionada por el estado de California a convertirse en parque nacional. Dos años después, Muir fundó el Sierra Club, una organización para la protección de la naturaleza que presidió hasta su muerte y que todavía hoy sigue activa. 

Para Delibes, la capacidad de sugestión de Muir tenía más que ver con la emoción y el respeto hacia la naturaleza que destilaban sus escritos —publicó más de 300 artículos y una docena de libros— que porque hiciera llamamientos a conservarla. 

Tres noches entre secuoyas con el presidente

En 1901 ve la luz Nuestros parques nacionales y tras leerlo, el entonces presidente Theodore Roosevelt escribe a Muir pidiéndole que fuera su guía en Yosemite. “No quiero a nadie conmigo sino a ti, y quiero dejar la política completamente durante cuatro días y estar a la intemperie contigo”,  escribió el presidente. La acampada se produjo finalmente en 1903. Roosevelt y Muir acamparon tres noches entre secuoyas, se despertaron cubiertos por una fina capa de nieve, visitaron el Gran Capitán y se fotografiaron en Glacier Point. Para el Servicio de Parques Nacionales este viaje puede considerarse el más significativo en la historia de la conservación

A su vuelta, Roosevelt tomó una serie de decisiones que parecen confirmarlo: en 1906 firma una ley federal para que el Valle de Yosemite y Mariposa Grove pasen a formar parte del Parque Nacional de Yosemite, después de una campaña de 17 años de Muir y el Sierra Club, a la vez que declara Petrified Forest, en Arizona, parque nacional. Dos años después proclama el Muir Woods National Monument, un bosque de elegantes secuoyas al norte de San Francisco, en honor a su guía de Yosemite. 

BBVA-OpenMind-MAteria-John Muir y Theodore Roosevelt a caballo, en el Valle de Yosemite. Fuente: Sociedad Histórica de California
John Muir y Theodore Roosevelt a caballo, en el Valle de Yosemite. Fuente: Sociedad Histórica de California

Muir vivió para ver más frutos de su trabajo literario y ambiental: el nacimiento del Sequoia National Park  en California, Monte Rainier en el estado de Washington, Gran Cañón en Arizona y General Grant Grove, parte del gran parque nacional Kings Canyon también en California. 

Murió en 1914, dos años antes de que el congreso estadounidense creara el Servicio de Parques Nacionales (el 25 de agosto de 1916), uno de los viejos sueños de Muir. Stephen Mather, miembro del Sierra Club, fue su primer director. Finalizó su primer artículo titulado “Los glaciares de Yosemite”, publicado en 1871 en el New York Tribune, con estas líneas: “Pero estoy cansado y debo reposar. Buenas noches a mis dos leños, a mis dos lagos y a mis dos cumbres altas y negras en el cielo, con un racimo de estrellas en medio”. 

Eugenia Angulo 

@eugenia_angulo

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