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11 octubre 2019

Crónica del día del apocalipsis: así murieron los dinosaurios

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Hace 66.038.000 años, 11.000 años más o menos, un asteroide o un cometa errante de al menos 12 kilómetros de diámetro encontró casualmente en su trayectoria un planeta fértil y rebosante de vida, aún sin nadie para darle nombre. El objeto cósmico se estrelló de forma brutal contra el planeta, desencadenando una serie de catastróficos sucesos que llevarían a la extinción del linaje de criaturas que en ese momento reinaban en su superficie, los reptiles que hoy conocemos como dinosaurios.

Datos precisos aparte, esta es una historia que los niños aprenden en la escuela y que forma parte de la cultura general. Por supuesto, se trata de un resumen simple que omite aspectos esenciales. En primer lugar y más evidente, no todos los dinosaurios perecieron, ya que las aproximadamente diez mil especie de aves que hoy pueblan el mundo pertenecen también a este grupo. Tampoco los grandes dinosaurios fueron ni mucho menos las únicas víctimas de aquella gran extinción que marcó la transición del Cretácico al Paleógeno (K-Pg); el 75% de la vida terrestre desapareció. Pero sobre todo, durante años los científicos han debatido si el impacto del asteroide fue el principal factor detonante de la extinción global o si pudo pesar más el efecto sobre el clima y la atmósfera de un monstruoso episodio de erupciones volcánicas en las llamadas Traps del Decán —en la actual India— que se prolongó durante casi 30.000 años.

Un mapa que muestra la ubicación del cráter Chicxulub, que se formó por el impacto que aniquiló a los dinosaurios. Crédito: Google Earth / La Universidad de Texas en Austin Jackson School of Geosciences.

En busca de respuestas, en 2016 un equipo internacional de científicos liderado por la Universidad de Texas en Austin emprendió un gran proyecto de perforación del cráter de Chicxulub en Yucatán (México), el gran agujero de casi 200 kilómetros de diámetro que la colisión del asteroide abrió en la faz de la Tierra. Con este fin, los investigadores instalaron una plataforma oceánica para extraer muestras de roca de entre 500 y 1.300 metros por debajo del fondo marino, donde hoy se encuentra el anillo de picos que rodea el cráter.

El primer día del Cenozoico

El análisis de las rocas del cráter ha revelado tal cantidad de datos que los científicos han podido reconstruir con minucioso detalle lo ocurrido después del impacto del asteroide en Chicxulub. En su estudio titulado The first day of the Cenozoic (el primer día del cenozoico), publicado recientemente en la revista PNAS, no solo presentan nuevas claves sobre el catastrófico suceso que pueden ayudar a zanjar el debate sobre las causas primarias de la extinción K-Pg, sino que además ofrecen una crónica de cómo fue aquel día del apocalipsis.

Si alguien hubiera estado allí para presenciar uno de los mayores cataclismos en la historia de la Tierra, habría contemplado cómo una inmensa roca del tamaño de una isla caía al mar. Según cuenta a OpenMind el geofísico de la Universidad de Texas Sean Gulick, autor principal del estudio, la energía del impacto fue equivalente a la de diez mil millones de bombas atómicas. En apenas un minuto, el objeto abrió un cráter transitorio de 100 kilómetros que penetró en la corteza terrestre hasta más de 20 kilómetros, casi llegando hasta el manto de la Tierra, y cuyos bordes se elevaron a unos 10 kilómetros, levantando un espectacular penacho de roca vaporizada y fragmentada.

La interpretación de un artista del impacto del asteroide que aniquiló a los dinosaurios. Crédito: NASA / Don Davis.

Tres minutos después del impacto, el cráter temporal desapareció debido al rebote de la corteza terrestre, de modo parecido al pequeño brote que asciende cuando una gota cae sobre el agua. Así, el agujero quedó sustituido por una montaña coronada por un copete de roca fundida. Media hora después, también esta gran ampolla se desmoronó, comenzando a formarse un cráter definitivo de entre 600 y 1.000 metros de profundidad, rodeado por una cordillera anular que a su vez quedó rápidamente cubierta por una capa de unos 40 metros de sedimentos y roca fundida.

Descomunales incendios y un megatsunami

Ni mucho menos eso fue todo. Según Gulick, “el impacto del asteroide causó una serie de fenómenos superpuestos”. En las tierras continentales, el aumento de la temperatura atmosférica provocado por el impacto prendió descomunales incendios que lo envolvieron todo en llamas hasta miles de kilómetros de distancia. Por su parte, el océano también reaccionaba a la gigantesca colisión. En una hora, las aguas que fluyeron para rellenar el cráter cubrieron los picos con 10 metros de roca, que en unas horas crecerían hasta los 80 metros. Al mismo tiempo, el megatsunami creado por la sacudida formaba una muralla de cientos de metros de agua que barría el mar en todas direcciones a velocidad vertiginosa, penetrando tierra adentro hasta el actual estado de Illinois.

Pero cuando el mar se marcha, debe después regresar. Veinticuatro horas después del impacto, las aguas que volvían se vertieron de nuevo en el cráter, arrastrando una avalancha de materiales traídos desde tierras lejanas, desde fragmentos del terreno y su vegetación hasta carbón procedente de los troncos calcinados. Todo ello preservó para siempre la letal herida del planeta bajo una capa de 130 metros de roca.

El Liftboat Myrtle, el barco donde tuvo lugar la expedición de extracción de muestras de 2016. Crédito: Universidad de Texas en Austin Jackson School of Geosciences.

“No todos los dinosaurios murieron ese día, pero muchos lo hicieron”, dice Gulick. En realidad, aquel no era el fin de la catástrofe, sino solo el comienzo. Al analizar las rocas, el geofísico y sus colaboradores se sorprendieron por algo que no encontraron: azufre. En las muestras extraídas del cráter había una notable ausencia de minerales de azufre, lo que sugiere que estas rocas quedaron vaporizadas: hasta 325.000 millones de toneladas de azufre se volatilizaron a la atmósfera. El azufre, el polvo y el hollín “probablemente oscurecieron el cielo durante meses, quizá más”, provocando “un desplome global de las temperaturas que congeló amplias regiones del mundo durante buena parte del año”, explica Gulick. A su vez, la reducción de la fotosíntesis destruyó las cadenas alimentarias tanto en el mar como en tierra, conduciendo a la gran extinción global que hoy conocemos.

“Yo argumentaría que los datos apoyan muy fuertemente el impacto de Chicxulub como la causa de la extinción Cretácico-Paleógeno”, sugiere Gulick. “No está claro si las primeras erupciones en el Decán ocurrieron antes o después del evento de Chicxulub, pero las erupciones a gran escala continuaron ya avanzado el Paleógeno, mientras que el registro muestra un pico de extinción agudo, sin antecedentes y con una pronta recuperación”; en concreto, y según un estudio anterior de los científicos de la Universidad de Texas, en menos de una década la vida marina ya había vuelto a colonizar el cráter, y 30.000 años después era como si nada hubiera ocurrido. Solo que aquel cataclismo lo cambió todo; sin él, quién sabe si los humanos hoy estaríamos aquí.

Javier Yanes

@yanes68

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