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22 marzo 2016

Biopolizones de guerra

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¿En qué se parecen el mapache, el mejillón cebra o el caracol manzana? Los tres organismos tienen en común haber sido calificados como especies exóticas invasoras. Según el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente de España, este tipo de organismos constituyen una de las principales causas de pérdida de biodiversidad en el mundo.

Para luchar contra esta problemática, tanto España como el conjunto de la Unión Europea han promovido sendas iniciativas para hacer frente a este asunto con importantes implicaciones medioambientales, económicas y sociales. Por ejemplo, España reguló el concepto de especie exótica invasora. El texto define a estos seres vivos como aquellos “que se introducen o establecen en un ecosistema o hábitat natural o seminatural y que son un agente de cambio y amenaza para la diversidad biológica nativa, ya sea por su comportamiento invasor, o por el riesgo de contaminación genética”.

La entrada de especies exóticas invasoras en el viejo continente se ha producido durante siglos. Sin embargo, según la Unión Europea, las cifras han crecido exponencialmente en el último medio siglo. Como consecuencia, de acuerdo a las estimaciones de la UE, el impacto económico desde 1996 ha rondado los 12.000 millones de euros. Y, aunque la introducción de especies exóticas invasoras se ha relacionado mayoritariamente con el crecimiento del comercio y de los viajes, existe una especie de “polizones biológicos” que llegaron por culpa de dos conflictos bélicos que devastaron el continente europeo.

El diablo fúngico de la I Guerra Mundial

Una de las especies invasoras más conocidas y llamativas es Clathrus archeri, un hongo de color rojo brillante que nace a partir de un “huevo” de color blanco. Tras la eclosión, el organismo despliega entre cuatro y ocho tentáculos, como si fuera un ser vivo a medio camino entre un “pulpo terrestre” y un diablo por su colorido.

Según estudios realizados por científicos de la Universidad del País Vasco  (España), este hongo ha pasado de ser una “especie casual” a un auténtico organismo invasor. Clathrus archeri no solo huye de la sequía del verano, sino que puede encontrarse en ambientes tan variopintos como parques y jardines, o plantaciones nativas y bosques forestales de alto valor ecológico.

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Fuente: Steveb68 (Wikimedia)

Pero lo curioso de esta especie no estriba solo en su estridente color rojizo y en su apariencia, sino en su estrategia para invadir el continente europeo. El hongo se introdujo durante la I Guerra Mundial procedente de Australia y Tasmania. Se cree que Clathrus archeri llegó a Europa a través de las botas de los soldados australianos, ya que la primera vez que se documentó su presencia fue en 1914 en el distrito francés Saint-Dié-des-Vosges.

La entrada de esta especie invasora en el continente ocurrió, sin duda, durante el conflicto bélico, aunque existe otra hipótesis más que explica su introducción. Según la bióloga Sara Díaz Urquijo, las esporas del hongo también podrían haber llegado en la lana de ovejas que se importaban desde Nueva Zelanda, puesto que en los Vosgos (al noreste de Francia) existían varias fábricas de tratamiento de lana. Esta teoría es apoyada por científicos de la University of Iaşi de Rumanía, quienes señalan que, a partir de su colonización, el hongo se extendió por países del centro de Europa como Francia, Italia, Austria, Suiza o Alemania. El diabólico invasor también llegó a España, aunque de manera más tardía, pues la primera vez que se identificó su presencia corría el año 1968. En décadas posteriores, y sin que mediara ningún conflicto como la I Guerra Mundial, esta especie también alcanzaría regiones tan alejadas como Santa Cruz, en California.

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Fuente: José Luis Cernadas Iglesias (Flickr)

Serpientes, arbustos y hongos patógenos: biopolizones de la II Guerra Mundial

Como señala Illana-Esteban, del Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá, “el movimiento de personas y equipos a través de canales no regulados –como los militares- favorece la introducción de hongos exóticos”. Este fue el caso de Clathrus archeri durante la I Guerra Mundial, pero también el de otras especies invasoras en la II Guerra Mundial. Entre otros organismos, la investigadora cita a la planta herbácea Tribulus terrestris, que, procedente del Sahara, pudo llegar a Norteamérica “pegada” a través de sus frutos pinchosos en las llantas de aviones militares. Algo similar ocurrió con el arbusto mediterráneo Peganum harmala L., que se introdujo en aeródromos de Estados Unidos con el regreso de las tropas.

El caso más catastrófico, al menos desde la perspectiva ecológica, sucedió en la isla de Guam. Esta región, perteneciente a las islas Marianas y antigua colonia española, vio cómo fueron eliminándose poco a poco la mayor parte de especies de aves nativas. ¿La razón? La llegada de la serpiente Boiga irregularis, un terrible depredador que se introdujo en la isla camuflado en un cargamento de fruta para consumo militar en 1940.

Otros dos terribles sucesos de especies invasoras fueron consecuencia de la II Guerra Mundial. El primero fue protagonizado por el hongo patógeno Ceratocystis platani, que provoca una enfermedad denominada “chancro del plátano”. El organismo vivo, que antes del conflicto bélico solo había sido detectado en América, pudo viajar a Europa a través de las cajas de embalaje que se usaban para transportar material de guerra como armamento, municiones o provisiones. La madera infectada por el hongo hizo que este se diseminara sin control, primero en los puertos europeos con mayor actividad durante el conflicto, como Livorno, Nápoles o Marsella, y luego extendiéndose por el resto de Italia, Francia, España o Suiza.

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Fuente: Peter Gugerell (Wikimedia)

El chancro afecta a los plátanos, haciendo que estos poco a poco se vayan muriendo. El último gran caso de esta enfermedad ocurrió en el Canal du Midi de Toulouse, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El biopolizón patógeno ha infectado a los más de 42.000 árboles de las orillas de este rincón francés. Si nadie lo remedia, en quince o veinte años los plátanos deberán ser talados como consecuencia de la enfermedad del chancro colorado.

Otro biopolizón de guerra llamativo es el hongo Heterobasidium annosum. En los años ochenta, los responsables de la finca de Castelporziano, a veinticinco kilómetros de Roma, no salían de su asombro. Los pinos de este recinto, considerado una de las residencias del presidente de la República de Italia, comenzaron a morirse de manera súbita. El motivo no era otro que un organismo vivo que únicamente se había observado en el continente americano. ¿Pero cómo había llegado hasta allí?

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Fuente: James Lindsey (Wikimedia)

La razón no era otra que el movimiento de tropas militares. El hongo había sido capaz de cruzar el océano Atlántico hasta llegar a la finca de Castelporziano a través de soldados de la Custer Division del Quinto Ejército de Estados Unidos, como recogen desde la Universidad de California (Berkeley). Los militares habían establecido su campamento en el recinto en junio de 1944, aprovechando un descanso en la lucha contra las tropas de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini. El hongo probablemente infectó los palés de madera que EE.UU. utilizó para llevar equipamiento a los soldados allí establecidos. Así fue como esta especie invasora, que ataca preferiblemente a los pinos pero también a chopos, robles y abedules, se introdujo en el continente europeo. Todo un biopolizón que afecta a los árboles a través de sus raíces.

Además de las curiosidades históricas que nos pueden enseñar especies invasoras como las mencionadas, su estudio es clave para conservar la biodiversidad y reducir su impacto socioeconómico. Además, en una situación marcada por la emergencia del terrorismo, los expertos también recomiendan que los diferentes gobiernos se preparen ante el posible uso de organismos de este tipo como armas biológicas. Y es que los ataques bioterroristas del futuro no solo podrían venir de la mano de bacterias como la del ántrax, sino que también podrían afectar a los cultivos agrícolas. Por ello, resulta clave monitorizar y controlar la presencia y expansión de estos auténticos polizones biológicos, algunos de los cuales llegaron camuflados con dos de los conflictos bélicos más importantes del último siglo.

Ángela Bernardo

(Hipertextual)

@maberalv

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