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17 junio 2019

Los fantasmas de William Crookes

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William Crookes es hoy reconocido como uno de los grandes científicos de la época victoriana. Dejó huella sobre todo con su invento de unos tubos para estudiar los rayos catódicos y con el descubrimiento de un elemento químico, el talio. Pero también fue el inventor de las gafas de sol modernas (con filtro 100% ultravioleta) y de ingeniosos dispositivos para ver las desintegraciones de átomos radiactivos o para detectar la intensidad de la radiación electromagnética.

Además fundó y editó revistas científicas y llegó a ser presidente de la Royal Society, la sociedad científica más antigua del mundo. Mucho menos conocida es, sin embargo, su ambigua relación con el mundo del espiritismo y lo paranormal. Un oscuro pasaje de su vida, al que consagró cuatro años, y que a punto estuvo de acabar con su carrera científica y arruinar su reputación.

De descubrir un elemento a investigar médiums

William Crookes (17 junio 1832 – 4 abril 1919) siempre apostó por ir por libre. Hijo de un adinerado sastre, heredó de él una considerable fortuna y con solo 24 años decidió montar un laboratorio privado y establecerse por cuenta propia como asesor, consultor e investigador científico independiente. Apenas tres años después, Crookes descubrió el talio y determinó con éxito sus propiedades químicas. Un logro que de inmediato lo estableció como uno de los químicos del momento, tal y como demuestra que con apenas 31 años fuese elegido miembro de la distinguida Royal Society en 1863. Todo hacía presumir que le esperaba una deslumbrante carrera.

Crookes descubrió el Talio mediante el proceso de espectroscopia. Imagen: Wikimedia

Pero entonces algo sucedió en 1867. La muerte de Phillip, el más joven y querido de sus quince hermanos, sumió a Crookes en una tremenda tristeza y depresión de la que sus amigos trataron de rescatarle. Entre ellos estaba Cromwell Varley, quien fuera su compañero de estudios, que convenció a William y a su esposa a asistir a una sesión con un médium para intentar comunicarse con el hermano ausente. En la Inglaterra victoriana el espiritualismo o espiritismo estaba en pleno apogeo, hasta el punto de haberse convertido en una suerte de religión alternativa que contaba con multitud de adeptos en todas las clases sociales, por lo que aquella sugerencia no debió sonar descabellada.

El matrimonio Crookes acudió a una serie de sesiones que debieron causar hondo impacto en William, porque a partir de ese momento decidió volcarse en la investigación de lo paranormal. Se propuso mantener una posición de permanente escepticismo y ajustarse de forma rigurosa al método científico que tan bien conocía: realizar una serie de experimentos en condiciones controladas (para ello diseñó específicamente y construyó una habitación), que permitiesen efectuar medidas objetivas más allá de lo que pudiesen hacer creer los sentidos; y hacerlo siempre en presencia de testigos de máxima fiabilidad y del ámbito de la ciencia. Y también se propuso afrontar ese estudio sin ideas preconcebidas, prejuicios o perspectivas.

Fotografia con la que Crookes intentó probar la existencia del fantasma de Katie King. Fuente: Wikimedia

Así examinó a varios presuntos médiums y desenmascaró fraudes, pero también dio credibilidad a unos pocos, como el famoso espiritista Daniel Douglas Hume, quien superó con éxito los dos experimentos iniciales diseñados por Crookes para poner a prueba fenómenos paranormales. En concreto, la capacidad de manipular objetos a distancia y la de modificar el peso de un objeto. El primero de ellos requería que el médium hiciese sonar un acordeón encerrado en una cajón dispuesto debajo de una mesa solamente apoyando las manos sobre los extremos de ésta. El segundo, alterar el peso de un tablero de madera dispuesto en una balanza apoyando levemente las yemas de los dedos en el borde del tablero.

Hume fue capaz de superar ambas pruebas ante los atónitos ojos de Crookes y los tres testigos que le acompañaban. Esos resultados llevaron a Crookes a concluir que el sujeto dominaba algún tipo de “fuerza psíquica” que no encajaba dentro de las leyes naturales conocidas, por lo que recibió numerosas críticas y ataques.

Retorno a la ciencia por la puerta grande

Todavía más escandaloso resultó el apoyo y mecenazgo que Crookes brindó en 1874 a Florence Cook, una quinceañera a través de la cual, supuestamente, se materializaba un fantasma llamado Katie King. Crookes aseguraba haberlo visto y llegó a tomar numerosas fotografías en un vano intento de documentar su existencia. Este caso dañó aún más su figura, mezclado también con rumores sobre su relación íntima con la adolescente médium. Superado por los acontecimientos, Crookes abandonó la investigación de lo paranormal a partir de 1875. Retornó a la senda de la ciencia ortodoxa e inventó ese mismo año un radiómetro, una especie de molinillo luz cuyos brazos se mueven en presencia de radiación electromagnética.

El radiómetro de Crookes, también conocido como molino de luz o motor solar. Crédito: Nevit Dilmen

Y a partir de 1878, volvió su interés hacia los recientemente descubiertos rayos catódicos a fin de determinar su naturaleza. Para ello inventó el tubo de Crookes, con el que concluyó que los rayos catódicos eran en realidad un chorro de partículas y además cargadas negativamente, tal y como constató al desviar el chorro con un imán. Poco después esos estudios condujeron al descubrimiento del electrón (que realizó Thomson con un tubo de Crookes) y al de los rayos X.

Aquellos nuevos logros restituyeron por completo su prestigio hasta conseguir que su incursión en lo paranormal quedase como un desafortunado episodio. No obstante, sir William Crookes mantuvo su vínculo con el espiritismo el resto de su vida. Tras el fallecimiento de su esposa, en 1916, intentó comunicarse con ella en sesiones con médiums. Además fue miembro de The Ghost Club (“El Club Fantasma”, una sociedad de investigación de lo paranormal a la que también pertenecieron Charles Dickens y Arthur Conan Doyle) y que presidió entre 1907 y 1912, justo antes de ser nombrado presidente de la Royal Society en 1913.

Miguel Barral

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