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11 abril 2016

Halley, el mensajero del fin del mundo

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El 11 de abril de 1986, millones de personas en todo el mundo miraron al cielo nocturno para saludar al cometa Halley. Aquel día el viajero celeste, que regresa por nuestros dominios cada 75 o 76 años, alcanzaba su máxima aproximación a la Tierra. En su recorrido desde las lejanías del Sistema Solar, el cometa se había acercado a 93 millones de kilómetros de la Tierra el 27 de noviembre del año anterior, para alcanzar su perihelio (mayor cercanía al Sol) el 9 de febrero de 1986. Era en abril de ese año, durante su viaje de vuelta, cuando podría observarse con más facilidad, a solo 63 millones de kilómetros.

El cometa Halley (a la izquierda) y la Vía Láctea, un una astrofotografía de 1986. Crédito: <strong>Reinhold Haefner/ESO</strong>
El cometa Halley (a la izquierda) y la Vía Láctea, un una astrofotografía de 1986. Crédito: Reinhold Haefner/ESO

Aquella visita del cometa, la última hasta hoy, fue también la primera de la era espacial, por lo que se convirtió en una oportunidad para someter al Halley a un completo escrutinio científico. Las sondas soviéticas Vega 1 y 2, la europea Giotto y las japonesas Suisei y Sakigake, además de otros observatorios espaciales y terrestres, documentaron la estructura y composición de un cometa como nunca hasta entonces. Sin embargo, para el público en general fue toda una decepción: la distancia del Halley a la Tierra fue la mayor de los últimos 2.000 años, muy lejos de aquel 10 de abril del año 837, cuando se aproximó a solo 4,94 millones de kilómetros. Entre la lejanía, la polución y la contaminación lumínica, cuando no las nubes, hace 30 años muchos se quedaron con las ganas de llegar siquiera a atisbarlo.

La visita del cometa en 1986 fue un acontecimiento mundial. Serie de sellos conmemorativos de Bután

El paso del cometa en 1986 fue mucho más discreto que en épocas anteriores, cuando su aparición se asociaba a grandes catástrofes. Incluso en su anterior visita, en 1910, aún se temía la llegada del apocalipsis, aunque en aquella ocasión fue un científico quien lo propició. El 8 de febrero de aquel año, el diario The New York Times informaba de que el Observatorio Yerkes de la Universidad de Chicago había detectado el gas letal cianógeno en la cola del Halley, que barrería la Tierra. Y el pronóstico del astrónomo Camille Flammarion no era muy halagüeño: “el cianógeno podría impregnar la atmósfera y posiblemente apagar toda la vida en la Tierra”.

Las apariciones del Halley están registradas al menos desde el año 240 a. C., quizá antes. El Talmud judío incluye una alusión al cometa, que aparece también retratado en la pintura de Giotto como la estrella de Belén que guió a los Reyes Magos, aunque las fechas no coinciden. Pero no fue hasta 1705 cuando el hijo de un rico fabricante de jabones unió los puntos históricos y describió matemáticamente el objeto astronómico que hoy lleva su nombre.

Retrato de Halley, adaptado en 1910 para una revista científica. Crédito: Popular Science

Edmond Halley (8 de noviembre de 1656- 25 de enero de 1742) nació en Haggerston, en el East End londinense. Su talento para la ciencia le llevó con solo 19 años a convertirse en el ayudante del primer Astrónomo Real, John Flamsteed, y a los 22 ya era miembro de la Royal Society. Sus intereses fueron muchos, y su carrera fue prolífica: estudió los cuerpos celestes y el magnetismo terrestre, construyó la primera brújula líquida rudimentaria, inventó una campana de buceo, propuso una teoría de la Tierra Hueca, participó en el primer estudio científico de datación de Stonehenge y comandó el navío HMS Paramor en una travesía para estudiar las variaciones magnéticas.

A Halley le debemos también la publicación de los Principia de Isaac Newton, ya que fue él quien costeó la edición de la obra de su amigo. Cuentan que en 1684, en plena discusión sobre las leyes del movimiento de los planetas enunciadas por Kepler a comienzos de aquel siglo, Halley visitó a Newton en Cambridge para consultarle sobre este asunto. El genio despistado le confesó que había resuelto los cálculos, pero que había perdido aquellos papeles. Halley le instó a que los repitiese, y de aquel empeño nacería la obra fundamental de Newton.

Pero Halley también supo aprovechar el tratamiento incompleto que Newton había dedicado a la dinámica de los cometas para alumbrar su propio gran descubrimiento. En 1705 publicó su libro Synopsis Astronomia Cometicae, en el que concluía que los avistamientos de 1456, 1531, 1607 y 1682 correspondían a un mismo cometa, que debía regresar en 1758. No vivió para ver confirmada su hipótesis; pero cuando esta se reveló cierta, aquel puntual viajero celeste recibió el nombre de Halley.

El cometa continuará asistiendo a su cita con la Tierra, con su próximo perihelio previsto para el 28 de julio de 2061. Pero entre todas sus visitas, tal vez la anécdota más célebre sea la protagonizada por el escritor estadounidense Mark Twain. El autor satírico nació el 30 de noviembre de 1835, dos semanas después del perihelio. En 1909 escribió: “Vine con el cometa Halley en 1835. Vuelve de nuevo el año que viene, y espero irme con él. Será la mayor decepción de mi vida si no me marcho con el cometa Halley. Sin duda el Todopoderoso ha dicho: aquí tenemos estas dos anomalías incomprensibles; vinieron juntas, y han de irse juntas”. Y así fue: Twain falleció de un ataque cardíaco el 21 de abril de 1910, al día siguiente del perihelio del Halley.

Javier Yanes para Ventana al Conocimiento
@yanes68

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