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26 noviembre 2018

Los orígenes científicos de Frankenstein

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“Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos”. Poco después, aquellos esfuerzos culminaban en un desenlace portentoso y aterrador, cuando Víctor Frankenstein observaba “cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo”.

Dos siglos han transcurrido desde aquella noche de noviembre en la que Mary Shelley —por entonces aún Mary Godwin, antes de su matrimonio con el poeta Percy Bysshe Shelley— situaba a su célebre doctor insuflando la vida a una criatura fabricada con piezas de cadáveres. Frankenstein o el moderno Prometeo ha perdurado como una de las obras más conocidas de la literatura universal, fuente de más de 90 adaptaciones teatrales y más de 70 películas.

Pintura al óleo de Mary Shelley. Autor: Richard Rothwell

Pero la de Shelley no fue una mera fantasía al estilo de los relatos fantasmagóricos que ella y sus amigos intercambiaron aquel verano de 1816 en una villa junto al lago de Ginebra. Aunque fue entonces cuando la autora concibió su trama, para darle forma bebió de las fuentes científicas de su tiempo. “Mary tuvo una gran influencia de personas que hoy llamaríamos científicos”, apunta a OpenMind David Guston, director de la Escuela para el Futuro de la Innovación en la Sociedad de la Universidad Estatal de Arizona (EEUU) y coeditor del libro Frankenstein Annotated for Scientists, Engineers, and Creators of All Kinds (MIT Press, 2017).

Por ello muchos autores ven en Frankenstein la primera novela de ciencia ficción, un género que se interroga sobre las consecuencias de los avances científicos y sus aplicaciones especulativas.

La primera novela de ciencia ficción

La primera y más obvia de las improntas científicas en la obra es el método para dar vida a la criatura: curiosamente, la captación de un rayo durante una tormenta jamás aparece en el libro; fue una aportación del cine. La primera edición de la novela apenas hacía una breve mención a la electricidad y zanjaba la reanimación de la criatura con una vaga alusión a “infundir una chispa de vida”. “Los detalles de cómo lo hizo no eran tan importantes”, comenta a OpenMind Iwan Morus, historiador de la ciencia victoriana de la Universidad de Aberystwyth (Reino Unido); “no necesitaba explicarlo, puesto que sus lectores ya sabrían cómo se haría”.

En efecto, en tiempos de Shelley, la electricidad era el misterio científico de moda. El italiano Luigi Galvani había demostrado cómo una chispa infundía el movimiento en patas de ranas diseccionadas. “Hay pruebas de que Mary vio demostraciones galvánicas, que eran populares entonces”, cuenta Guston. El sobrino de Galvani, Giovanni Aldini, fue mucho más allá cuando en 1803 empleó la electricidad para animar los miembros de George Forster, un criminal ejecutado en Londres, ante el pasmo de una audiencia horrorizada.

Ilustración que muestra los experimentos de Galvani animando animales muertos con corrientes eléctricas.

“Mary y Percy se movían en círculos sociales donde las discusiones sobre la electricidad y su relación con los procesos de la vida eran algo común”, dice Morus. Mary conocía además el trabajo de William Nicholson y Humphry Davy, pioneros de la electricidad en Gran Bretaña y amigos de su padre. Durante la composición de la novela, leía la obra de Davy Elements of Chemical Philosophy, de la que integró algunas frases en el discurso del Dr. Waldman, el profesor de Víctor Frankenstein.

Según subraya el arqueólogo de la Universidad de Bristol (Reino Unido) Stuart Prior, en 1814 Mary y Percy asistieron a una conferencia de Andrew Crosse, un estrambótico experimentador que había transformado su propiedad campestre de Fyne Court en un gran laboratorio eléctrico. “Davy visitó a Crosse varias veces en Fyne Court, y le alentó a dar la conferencia en Londres”, señala Prior a OpenMind.

Una difusa frontera entre vida y muerte

Pero más allá de los inquietantes espectáculos de Aldini, la posibilidad de reanimar un cadáver con electricidad formaba parte de la discusión científica de la época sobre si el cuerpo humano era solo la suma de sus partes o si lo animaba una fuerza vital, algo equivalente al alma. En la comunidad científica británica estas dos posturas tenían a sus principales defensores en los cirujanos William Lawrence y John Abernethy, respectivamente. El primero había sido médico de la familia de Percy Shelley.

La dicotomía entre el mecanicismo de Lawrence y el vitalismo de Abernethy tenía profundas consecuencias en el pensamiento científico de la época, por sus implicaciones en la definición de la vida y la muerte. La frontera entre ambas se había difuminado gracias al auge de la resucitación de personas ahogadas, según ha advertido Sharon Ruston, historiadora de la ciencia del Romanticismo de la Universidad de Lancaster (Reino Unido). A Mary aquellos casos no le resultaban extraños; antes de que ella naciera, su propia madre, Mary Wollstonecraft, había sido reanimada tras intentar suicidarse arrojándose al Támesis. “La muerte, al parecer, podía revertirse”, escribe Ruston.

Ilustración de portada de la edición de 1831 de Frankenstein o el moderno Prometeo. Autor: Theodore Von Holst

Uno de aquellos reanimadores fue el médico escocés James Lind (primo del James Lind conocido por estudiar la cura del escorbuto) , que trabajó en un rudimentario sistema de resucitación cardiopulmonar con el que logró revivir a un paciente. “Lind ha sido considerado como un Víctor Frankenstein de la vida real”, dice Guston. El motivo es que existía un fuerte vínculo entre el escocés y la autora de Frankenstein: Lind fue, más que un mentor, casi un padre para Percy durante sus años escolares en Eton. Gracias a la influencia del médico, “Percy era un entusiasta de la ciencia, y se dice que como estudiante incluso intentó recrear el experimento de la cometa y la llave de Benjamin Franklin”, prosigue Guston.

De hecho, también Franklin figura en la lista de candidatos a modelos para el personaje de Mary Shelley: según Guston, se ha propuesto que la autora creó el nombre de su doctor en homenaje al científico e inventor estadounidense, “especialmente considerando que Immanuel Kant llamó a Franklin el moderno Prometeo”.

El alquimista que robaba cadáveres

Ruinas del castillo de Frankenstein. Crédito: Pascal Rehfeldt

Pero naturalmente, entre las posibles inspiraciones de Shelley, ¿cómo olvidar al alquimista alemán de quien se cuenta que robaba cadáveres para reanimarlos con una poción de su invención, y que nació precisamente en el castillo de Frankenstein? A pesar de las asombrosas semejanzas incluso en el nombre, la influencia de Johann Conrad Dippel en la gestación de la novela es motivo de discusión.

Está documentado que en 1814 Mary y Percy visitaron la localidad alemana donde se encuentra el castillo. Sin embargo, este no se menciona en su diario de viaje, aunque según indican a OpenMind Dorothy y Thomas Hoobler, autores de The Monsters: Mary Shelley and the Curse of Frankenstein (Little, Brown, 2006), “las similitudes entre la vida de Dippel y la novela de Mary Shelley son demasiado grandes como para tacharlas de coincidencias”. La verdadera respuesta se la llevó Mary Shelley a la tumba; un lugar del que, en la vida real, aún nadie ha regresado.

Javier Yanes

@yanes68

 

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