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12 julio 2016

James Lind y el escorbuto: ¿El primer ensayo clínico de la historia?

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James Lind suele recibir el crédito de ser el autor del primer ensayo clínico de la historia, un experimento controlado en el que evaluó la eficacia de las frutas cítricas contra el escorbuto. Pero ¿es realmente así?

Todo el que hasta hace un par de siglos se embarcaba en un largo viaje por mar sabía que se exponía a una fatal dolencia que le pudriría las encías, le abriría llagas en la piel y le dejaría postrado antes de provocarle la muerte. Y no había manera de evitarlo, ya que se debía, según el pensamiento de la época, a las condiciones propias de las travesías, como la mala dieta, el agua sucia, el trabajo duro y el alojamiento insalubre.

“El escorbuto era conocido desde la era hipocrática”, señala a OpenMind el especialista en historia de la medicina de la Universidad de Atenas (Grecia) Emmanouil Magiorkinis. Esta enfermedad era un enemigo temible para las flotas de todo el mundo. Algunas fuentes afirman que mató a millones de marineros durante la edad dorada de la exploración marítima, aunque según Magiorkinis “no podemos tener una estimación precisa de las muertes”.

El gran enemigo de la exploración marítima

Para el escritor Stephen R. Bown, autor de Escorbuto: Cómo un médico, un navegante y un caballero resolvieron el misterio de la peste de las naos (Juventud, 2005), “es probable que la mayoría [de las muertes] no hayan quedado registradas”, aunque “hay muchos, muchos registros que detallan horrendas epidemias de escorbuto a bordo de los barcos”, cuenta a OpenMind. En los relatos de la era de la navegación “el escorbuto siempre se menciona y deja empequeñecidas a otras causas de muerte”, dice Bown.

Reconstrucción de la nave HMS Salisbury. Crédito: Journal of the Royal society of Medicine

En el siglo XVIII, Gran Bretaña se encontraba enzarzada en la Guerra de Sucesión Austríaca contra Francia y España. Y fue entonces cuando un cirujano escocés llamado James Lind (4 de octubre de 1716 – 13 de julio de 1794) comenzó a desentrañar los secretos del escorbuto. Nacido en Edimburgo, Lind ingresó en la marina como aprendiz de médico aún sin titulación. En marzo de 1747 fue asignado como cirujano al HMS Salisbury, una nave de 50 cañones encargada de patrullar el Canal de la Mancha.

El remedio: naranjas y limones

Tras ocho semanas en el mar, y cuando el escorbuto comenzó a hacer mella en la tripulación, Lind decidió poner a prueba su idea de que la putrefacción del cuerpo provocada por la enfermedad podía prevenirse con ácidos. El 20 de mayo dividió a 12 marineros enfermos en seis parejas, y a cada una de ellas le suministró un suplemento diferente en su dieta: sidra, elixir vitriólico (ácido sulfúrico diluido), vinagre, agua de mar, dos naranjas y un limón, o una mezcla purgante.

Como resultado del que algunos han considerado el primer ensayo clínico de la historia, sólo los dos marineros que tomaron la fruta mejoraron, a pesar de que las naranjas y los limones se acabaron a los seis días. “Los buenos efectos más repentinos y visibles se observaron con el uso de naranjas y limones”, escribiría Lind en 1753 en su histórica obra A treatise of the Scurvy. “Uno de los que los tomaron estaba apto para el servicio a los seis días; el otro fue el más recuperado de todos en su condición, y estando ya bastante bien, fue asignado como enfermero del resto”.

Retrato de James Lind. Crédito: RCPE Heritage

Con tales observaciones, parece obvio que Lind debería haber establecido una conexión evidente entre los cítricos y el escorbuto, y que la Marina debería haber adoptado medidas inmediatas. Pero no ocurrió ni una cosa ni la otra. En cuanto a lo primero, y pese a que Lind concluía que las frutas cítricas tenían una “ventaja peculiar”, continuó defendiendo que el escorbuto era el producto de múltiples causas: “dieta inadecuada, aire y confinamiento”. En opinión de Bown, tal vez Lind dudó de su propio experimento cuando posteriormente trató de concentrar el zumo de los cítricos mediante cocción para facilitar el transporte y el almacenamiento. Pero con ello destruía la vitamina C, el ingrediente activo aún entonces desconocido, y el producto hervido no funcionaba.

Y ello a pesar de que el vínculo entre cítricos y escorbuto tampoco era una novedad: “los cítricos como cura para el escorbuto se conocían desde más de un siglo antes”, apunta Bown. De hecho, el remedio había sido reconocido en 1497 por el portugués Vasco de Gama, en 1593 por el inglés Richard Hawkins y en 1614 por el también inglés John Woodall, que en su manual The Surgeon’s Mate recomendaba consumir naranjas, limones, limas y tamarindos.

Respecto a lo segundo, y debido probablemente a la tibieza de las conclusiones de Lind en las ediciones posteriores de su obra, tuvieron que transcurrir 42 años desde la publicación del trabajo hasta que en 1795 el almirantazgo británico impuso los cítricos en la dieta de los marineros. Lind había fallecido el año anterior.

Controlar las variables del experimento

La importancia del estudio de Lind estriba en que acertó al controlar las variables del experimento de modo que todos los sujetos estuvieran en similares condiciones: comparar igual con igual. Según su propio relato, el escocés eligió a pacientes con síntomas parecidos, los mantuvo en el mismo lugar y les suministró una dieta común, aparte de los suplementos, aunque sin un grupo de control.

En realidad, otros antes que Lind ya habían avanzado tales planteamientos, comenzando con el médico persa Al-Razi, que en el siglo IX sangró a un grupo de pacientes y no a otro para comprobar los resultados. Un siglo antes que Lind, otros como el flamenco Jan Baptist van Helmont, el inglés George Starkey o el alemán Franz Anton Mesmer ya habían ensayado la comparación de igual con igual. El diseño primitivo de aquellos ensayos no evolucionaría hasta el siglo XIX con la introducción del doble ciego y el XX con la inclusión de placebos.

Página del diario de Henry Walsh Mahon (1841) mostrando los efectos del escorbuto. Crédito: The National Archives UK

Pero más allá de que el ensayo de Lind tal vez no fuera el primero, hay quienes incluso dudan de que realmente tal ensayo existiera. En 2003, un estudio reveló que las bitácoras del HMS Salisbury apenas registraban casos de escorbuto hasta que el navío atracó en Plymouth en junio. Su autor, Graham Sutton, sugería que la cultura de la Royal Navy tendía a negar las enfermedades a bordo: “Si los registros de la Marina se toman al pie de la letra, Lind nunca curó el escorbuto en el Salisbury, porque allí no había enfermedad que tratar”, escribía Sutton. Magiorkinis subraya que la Marina británica tendía a minimizar la enfermedad “porque consideraban que las muertes por escorbuto eran una desgracia atribuida a la mala organización”.

Esto ha llevado a la hipótesis de que tal vez el ensayo nunca tuvo lugar: “No hay pruebas de que Lind llevara a cabo el ensayo que dijo”, escribía el gastroenterólogo Jeremy Hugh Baron, fallecido en 2015. Lo cual ha inspirado un revisionismo de la figura del escocés por autores como Iain Milne, Sibbald Librarian del Real Colegio de Médicos de Edimburgo y tal vez la mayor autoridad mundial en James Lind, para quien hoy “Lind es importante porque su tratado contiene una descripción de un ensayo justo muy temprano”, dice a OpenMind; pero sobre todo, prosigue, la historia de Lind es “una útil herramienta de marketing para promover la importancia vital de los tests justos en medicina”.

No obstante y según Bown, esto no oscurece su aportación: “Incluso si se lo inventó, fue el hecho de que otros lo leyeran lo que tuvo impacto en la investigación del escorbuto”. El escritor destaca que el también escocés Gilbert Blane, que finalmente convenció al almirantazgo para incluir zumo de lima en la dieta de los marineros, se basó en la obra de Lind. “Así que, lo que Lind hizo o no hizo es irrelevante”, concluye Bown; “situó a otros investigadores en el camino hacia una cura práctica del escorbuto”.

Javier Yanes para Ventana al Conocimiento

@yanes68

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